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Diario de un reportero
Sábado 06 mayo, 2017

Oficio de neurasténicos

•Vivir a mil por hora
•Los pies en la tierra

DOMINGO
Oficio de neurasténicos



José Pagés Llergo, el legendario fundador de la revista Siempre!, el mí­tico reportero que entrevistara en exclusiva a Adolf Hitler en Alemania, decí­a que el periodismo es un oficio de neurasténicos.
Y es cierto.

Luis Velázquez

Por ejemplo, en ningún otro oficio, trabajo, actividad, todos se viven todos los dí­as con el acelerador a mil por hora y sin semáforos.
Al cuarto para las doce del cierre de cada edición, un minuto antes incluso, la noticia puede cambiar y modificar por completo la portada, pues la noticia, ya se sabe, nunca tiene hora para ocurrir y suele darse en el dí­a de descanso, y ni modo, sacrificar el asueto y sacrificar más, mucho más, a la familia.
En ningún otro oficio la competencia profesional es sórdida y atroz, porque todos los dí­as los reporteros andan atrás de la exclusiva, la mejor nota, y el corazón se agita convulsionado.
Y más, porque en el periodismo se vuelve importante ganar una noticia, pero el infierno avasalla cuando el reportero de enfrente gana la exclusiva.
Las horas se vuelven un torbellino y más porque cada dí­a es un nuevo amanecer, y lo que el dí­a anterior pudo lograrse al siguiente se desmorona.

LUNES
Vivir a mil por hora


Julio Scherer Garcí­a era el director general de Proceso. Y Pepe Reveles, el jefe de Información.
Don Julio llamaba a Pepe a su privado y platicaban los temas de la semana. Y luego Pepe diferí­a la chamba con órdenes para cada reportero.
Pero don Julio también le encargaba algunos asuntitos.
Pepe bajaba del primer piso a su oficina, en la sala de redacción y apenas iba llegando el teléfono sonaba. Insistente.
--¿Qué me tiene? le preguntaba don Julio.
--Don Julio, apenas vengo llegando a oficina.
--Está bien.
A los cinco minutos sonaba el teléfono. Don Julio:
--¿Alguna novedad, don Pepe?
--En eso estoy, don Julio.
A los diez, a los quince, a los veinte minutos, otra vez don Julio insistiendo sobre el asunto encargado a don Pepe.
--En eso estoy, don Julio.
Así­ era don Julio. Intenso. Volcánico. Avasallante. Obsesionado con la información. Y con la urgencia de vivir cada dí­a a mil hora.
Viví­a obsesionado con ganar la exclusiva. Con fijar la agenda pública. Con hacer el mejor periodismo.
Neurastenia pura. La bilirrubina en su más alta dimensión.

MARTES
Reportero sin amigos está perdido


El joven reportero Luis Spota llegó a Excélsior. Y durante 45 dí­as consecutivos, uno tras otro, sin dar tregua a nadie, obsesionado, deseando agarrarse a trompadas con la vida, se llevó las ocho columnas. En portada. Con exclusivas. Exclusivazazazas, decí­a don Julio.
La sala de redacción, los editores, los reporteros se preguntaban de qué lugar del mundo habí­a llegado procedente Luis Spota.
Y es que, además, todos los dí­as en los medios hay una junta de redacción. El director general y el director editorial y los jefes de Información y Redacción se juntan para evaluar las noticias del dí­a y decidir entre todos las noticias principales, sobre todo, la portada, en donde la estrella de cada dí­a es la llamada “princesa”, la noticia de 8 columnas.
Y durante un mes y medio el nombre de Luis Spota, en la princesa. La reina de las noticias.
En aquel tiempo una de las exclusivas que publicara fue la entrevista con el exitoso escritor Bruno Traven, a quien nadie conocí­a, pues andaba en la vida con el más bajo perfil, con la más absoluta discrecionalidad.
Spota entrevistó a Traven, porque la hermana del presidente Adolfo López Mateos era su amiga y amiga también de Spota.
Por eso en el periodismo suelen decir que reportero sin amigos está perdido.
La neurastenia, vista como una obsesión.

MIÉRCOLES
El reportero más vil


Carlos Denegri fue el mejor reportero de su tiempo. El más completo. El más culto. Hablaba cinco idiomas. Habí­a estudiado en varias escuelas en el mundo, su padre, diplomático.
Todos los dí­as en Excélsior publicaba tres columnas.
Y era tan escrupuloso que todas las madrugadas, cuando todaví­a los linotipos tecleaban los textos periodí­sticos del dí­a, Denegri llegaba a los talleres y en los talleres revisaba sus columnas para evitar que fueran publicadas con un solo error, uno solo.
A cada rato andaba de enviado especial. Y cuando viajaba atrás de la noticia solí­a cargar dos, tres, cuatro petacas llenas de libros sobre el tema que reportearí­a para así­ estar lo mejor documentado, lo mejor informado.
Julio Scherer decí­a que Denegri era el mejor reportero, pero al mismo tiempo, el más vil.
Un fin de año, hacia el amanecer, por ejemplo, su esposa lo mató de un tiro en la espalda.
La neurastenia del oficio reporteril y la bilirrubina llevada a su más alto decibel.
La vida… viviéndose a plenitud con el tanque lleno y el acelerador metido hasta el fondo que dijera Adriana Abascal, la última mujer de Emilio Azcárraga Milmo, “El tigre” de Televisa.

JUEVES
Los pies en la tierra…


Albert Camus, premio Nobel de Literatura, escritor, filósofo, fue reportero. Y cronista. También director del periódico “Combate”.
Camus, huérfano a los dos años de edad de su padre quien muriera en la guerra, con una madre analfabeta que trabajaba en las casas, siempre prefirió convivir con los trabajadores de talleres del periódico que con los reporteros.
Con ellos estaba más a gusto, cada uno expresándose como eran, como son, como él mismo Camus se sentí­a.
Con ellos compartí­a el pan y la sal. Con ellos se tomaba unos tragos. Con ellos fumaba. Con ellos se quedaba hasta el cierre y hasta que el periódico ya estaba en la calle en manos de los voceadores.
Así­ viví­a sus dí­as y noches. La vida, al natural. Sin rodeos. Para estar siempre en la frescura del ideal y de la utopí­a. Sin veleidades, soberbias ni petulancias. Con los pies en la tierra. Sin levitar como suele el periodismo transfigurar a los diaristas que llegan a sentirse “el ombligo del mundo”, el non plus ultra.

VIERNES
Neurastenia pura


Un sábado en la madrugada, don Julio Scherer Garcí­a llegó a los talleres de la revista Proceso a esperar el primer ejemplar que salí­a.
En casa, no podí­a dormir. El insomnio para tener el ejemplar en sus manos. Y acariciarlo como a un bebé. Y leerlo como a la biblia. Y disfrutar el olor fresco de la tinta. Y regocijarse con el reportaje exclusivo.
Entonces, de pronto, zas, llegaron tres reporteros. También, atrás de la neurastenia. Tener Proceso en sus manos como si fuera la mujer más deseada del mundo.
El trí­o llegaba en estado incróspido. Alegres, eufóricos, contentos, plenos.
--Don Julio, qué gusto, qué gustazo, usted aquí­, le dijeron cuando el ejemplar de Proceso en las manos.
Así­, el trí­o de tundeteclas lo invitaron a seguir la farra.
--No, no, gracias, otro dí­a.
--Vamos, don Julio, ande no sea así­. Es sábado.
--Otro dí­a, de veras, otro dí­a. Ustedes ya llevan demasiado camino andado.
Don Julio arrancó el automóvil para su casa. Los compitas a la cantina más cercana.
El periodismo, vivido cada dí­a con el acelerador metido hasta el fondo.


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