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Crónicas
Martes 25 abril, 2017

Javier Duarte, escondido entre los que despreciaba

En la zona donde el exgobernador pasó más de 150 dí­as en fuga, la población predominante es indí­gena
•Remotos pueblos donde los caminos terminan en barrancos, laderas y riscos por los cuales deben descender a sus cultivos y hogares, como los de Veracruz, olvidados por el gobierno
•Regiones que Duarte y Karime emplearon de escondite, la mí­stica indí­gena gobierna en la más sabia convivencia con la madre naturaleza y la modernidad
•Duarte reprimió a los pueblos indí­genas de Soledad Atzompa y Zongolica y los engañó con falsas esperanzas de justicia y obras
/Por IGNACIO CARVAJAL, enviado especial a Guatemala

  • Guatemala, ciudad en su mayoría indígena

Sololá, Guatemala.- Ubicado a unos 150 kilómetros de la capital del paí­s, Sololá posee una población cercana al medio millón de habitantes y más de la mitad es indí­gena. Es en esta región, cercana a los puntos ciegos de la frontera con Huehuetenango ”“donde se sospecha que Duarte entró- la que Javier Duarte de Ochoa logró esconderse.
A estos pueblos arriba Duarte de Ochoa y su esposa, se sospecha, apoyado por una red logí­stica compuesta por mexicanos y guatemaltecos que hací­an todo a su alcance para hacerlo pasar de incógnito entre la población que, en algunos casos, ni si quiera habla español.
En la cobertura que se ha dado a este caso en el paí­s vecino donde ha sido capturado, se han encontrado testimonios de que el veracruzano buscaba pasar desapercibido, como un extranjero, bajo la bondad de los pueblos indios del segundo paí­s con mayor número de etnias de América (seis millones de habitantes indí­genas), y así­ alejarse del cerco de la Interpol y la Policí­a Nacional.
Y aunque representan la mayorí­a, eso no significa que tengan mayor penetración en las estructuras de gobierno o en avance en desarrollo social, establece un informe el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indí­genas. El documento indica que “73% de los indí­genas son pobres y de ellos el 26% son extremadamente pobres, contra el 35% de pobres en los no indí­genas y entre ellos, solo el 8% en extrema pobreza.
Además, “aun así­, la tasa de participación económica de los indí­genas en el conjunto de la economí­a del paí­s es de 61,7%, mientras que llega al 57,1% para las personas no indí­genas”.
Por si fuera poco, “Guatemala también se caracteriza por un largo (1962-1997) y doloroso (200.000 muertos y desaparecidos) conflicto armado cuyas consecuencias todaví­a arrastra el paí­s”, del cual también se deriva un genocidio contra la población maya.
Es en este contexto territorial donde Javier Duarte de Ochoa y Karime Mací­as desarrollaban paso a paso, metódicamente, cada uno de los movimientos. Nunca tan cerca de la capital, siempre rodeando y pasando entre etnias como Achi,”™ Akateco, Awakateco, Chalchiteco, Ch”™orti,c”™, Chuj, Itza”™, Ixil y Jacalteco.
En Panajachel, donde se alza el hotel Riviera de Atitlán, lugar de su detención, se hablan dos lenguas Kaqchikel y Tz”™utujil. Los primeros están dedicados a la pesca, la agricultura y el cuidado de sus raí­ces, en tanto que los segundos, mayorí­a en Panajachel, han encontrado en el ecoturismo y el ramo de prestación de servicios, opciones para salir adelante, incluso, ser una gran fuente de divisas para el paí­s.
¿Y cómo trató Duarte de Ochoa a los hermanos indí­genas de estos pueblos cuando gobernó Veracruz, donde poco más de un millón de habitantes provienen de algún grupo étnico? Cuando no los golpeaba o reprimí­a, los engañaba con obras públicas nunca construidas, pero sí­ cobradas.
En su informe de Gobierno número tres Duarte de Ochoa dio por finalizada la construcción de un hospital en Soledad Atzompa, considerado por muchos años uno de los más subdesarrollados del paí­s, con población predominante indí­gena, reconocido a nivel mundial como cuna del analfabetismo en América.
Pero el hospital resultó una mentira, y ello irritó a los pobladores, que para el 2014 le juntaron todo el coraje, y se amotinaron, cuando el gobernador Duarte de Ochoa intentó resolver los bloqueos carreteros mediante una llamada telefónica, al alcalde perredista Bonifacio Aguilar, quien se encontraba respaldando a su pueblo, resultó evidenciado.
El edil del PRD le tomó la comunicación, y le dijo que no creí­a en sus palabras. Le aseguró que él era empleado del pueblo y el pueblo le demandaba no quitar el bloqueo y no hacerle caso hasta no tenerle cara a cara, le cortó la comunicación y el alcalde salvó la dignidad al ganar el respeto de sus gobernados.
Meses después, cuando los pobladores de Atzompa intentaban llegar a la capital, para protestar, de inmediato el ex secretario de Seguridad Pública, ahora preso, Arturo Bermúdez, ordenaba la detención de sus camiones en la carretera y la colocación de granaderos a la entrada de Xalapa.
En 2015, cuando por fin alcanzan la capital, Duarte, Bermúdez y Flavino Rí­os los reprimen con palos y granaderos (caso que ya repitió el nuevo gobierno en abril pasado).
En Zongolica también hubo palizas para los indí­genas que en alguna ocasión salieron a protestar contra la falta de caminos y obras contra las inundaciones.
Luego de la paliza, Duarte les prometió a los de Zongolica, en agosto del 2012, la construcción de un túnel que atravesarí­a un cerro y ayudarí­a a evitar anegaciones en la cabecera. Sólo asistió a la colocación de la primera piedra, y jamás regresó, ni la maquinaria.
En 2015, cuando el alcalde Juan Manuel Diez Francos golpeó a indí­genas de Ixhuatlán, que se resistí­an a dejar de comerciar flores en Orizaba, Duarte de Ochoa lo toleró.
Datos de la Secretarí­a de la Función Pública expresan que en los municipios con alta población indí­gena, es donde hay mayor concentración de obras del sector salud sin concluir. Los recursos se pagaron mas no se aplicaron. Tan sólo en la zona sur de Veracruz, en la sierra de Papapan y Tatahuicapan, Duarte de Ochoa dejó sin edificar 14 clí­nicas y centros de salud, que al arribo del nuevo gobierno, las encontraron reportadas como terminadas, pero la mayorí­a, lucí­a en obra negra.
En esa región, igualmente, los secretarios de Obras Públicas de Javier Duarte de Ochoa, Gerardo Buganza y Tomás Ruiz, abandonaron docenas de kilómetros de caminos sin remozar y obras a medias, puentes caí­dos, que datan de los fenómenos naturales del 2010. El alcalde de Tatahuicapan, Filogonio Bautista, dice que para su municipio, son aproximadamente 21 millones de pesos los no ejercidos por el gobierno para rutas rurales.
En Tatahuicapan Duarte de Ochoa tampoco cumplió con su centro médico, con una inversión de 45 millones de pesos los cuales terminaron en la “licuadora” de la Secretarí­a de Finanzas y Planeación.
Y en Tatahuicapan, lejos de ofrecer opciones de desarrollo a sus pobladores, Duarte y los suyos, corrompieron con dinero público a un grupo de ejidatarios a quienes depositaba mensualmente 2.5 millones de pesos para que no tomaran la presa que dota de agua a Coatzacoalcos.

LA RUTA DE DUARTE

Siguiendo la pista a su zona de escape, en medio del corazón indigna en Los Altos de Guatemala, Duarte de Ochoa estaba hospedado a menos de 30 kilómetros del sitio conocido como “Los Encuentros”, ubicado en la carretera Guatemala-Sololá.
Desde ese sitio, hay diversos cruceros con carreteras nacionales y estatales que resultan estratégicos para internarse en el paí­s. Uno de esos cruceros es la ruta de la Dualidad, lleva a Panajachel, San Antonio Palopo, Santiago Atitlán, San Lucas Tolimán, Corazón del Bosque, Santa Clara la Laguna y San Pedro La Laguna, todos municipios de Sololá, y en los cuales se impone la población indí­gena.
Otro de los cruceros, de mayor relevancia, conduce a los departamentos de Huehuetenango, Sololá, Quetzaltenango, etc. Se trata de sinuosas carreteras por las cuales descienden camionetas y unidades de carga empleadas para el traslado de las hortalizas, una de las actividades fuertes después del turismo y comercio de artesaní­as.
Antes de arribar a Panajachel, el último refugio de Javier Duarte, a lo largo de unos 10 kilómetros, se alzan pequeñas casitas de madera, algunas de material, con patios y parcelas sembrados de hortalizas, el sustento de vida de los indí­genas que no dejan de ser acosados por los intermediarios, quienes se quedan con la mejor ganancia.
Por esos trayectos sorprenden a la vista las tiendas de artesaní­as y mujeres y hombres cargando grandes rollos de leña al lomo, pues el consumo de gas para preparar alimentos resulta costoso y un privilegio reservado para los “ladinos”, como se refieren a los no indí­genas.
Antes Panajachel, incluso, los domingos se forman tianguis sobre la carretera en donde predomina el trueque. A esos tianguis llegan indí­genas de las zonas más recónditas de los altos, algunos llevan marranos, maí­z, cacao, leña, artesaní­as y ropa para cambiarlas por pollos, frijol, animales de corral u otro tipo de semillas. Luciendo sus mejores prendas, tipo gala, se mira descender por escapados cerros, con la carga a lomo, para estar en el mercado antes de las doce del dí­a, y marcharse antes del oscurecer. En algunos casos toman camiones que los llevan a barrancos o cerros a los cuales ya no acceden, y esos hombrecitos deben tomar su carga de nuevo y marchar dos o tres horas antes de arribar a sus aldeas. Escenas dignas de las regiones subdesarrolladas de Veracruz, que en el sexenio de Duarte aportó 500 mil pobres a la estadí­stica nacional (CONEVAL).
Quizá, al único indigna al que le tuvo respeto Duarte de Ochoa, fue a Juan Simbrón, jefe del Consejo Supremo Totonaco, a quien visitaba cada año en la Cumbre Tají­n, y que se fue a la tumba, en febrero del 2015, en medio del desprestigio de los suyos por servir de comparsa al gobernador priista.


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