Doce meses de tragedia humana
•Pobladores de Mundo Nuevo, en sur de Veracruz, recuerdan la muerte de los suyos en los Complejos Petroquímicos
•Una madre se quedó sin su hijo y sin nada; la indemnización se la cobró la nuera, se casó al mes con otro y se marchó
•Durante un mes cuidó a un lesionado de la tragedia, pero cuando cobró el dinero que le pagó su empresa éste se marchó con otra
•Perdió a dos hijos, pero encontró a Dios y ahora predica la palabra y visita a los enfermos, como un apóstol/Crónica de Ignacio Carvajal
Teresa Sánchez trae una preocupación desde hace un mes. Faltan poco para que se cumpla el año de la muerte de su hijo Jonathan, quien perdió la vida junto a 34 obreros más en la gran explosión de la planta de Clorados III, en el complejo Pajaritos.
Y aunque ha pasado el tiempo y se rasca la cabeza y hurga acá y allá entre sus cosas, no encuentra dinero suficiente ni para un ramo de flores para llevarle al panteón a su hijo, menos tiene para organizar el cabo de año.
"Mi nuera se quedó con lo de la pensión, a ella le dieron el dinero por ser la esposa, ella se compró unos taxis, placas, y se juntó con otro hombre, y le compró coche nuevo" relata la madre.
Teresa habita en una casita de madera y lámina de cartón, en la localidad de Mundo Nuevo (8 mil 400 habitantes). Llorando por el recuerdo, espera que los vecinos se apiaden y le presten cuando menos le regalen unas moneditas para comprar el café, pan y azúcar para alimentar a quienes lleguen a los rezos.
Dice que el otro día soñó que alguien le prestaba 3 mil 500 pesos que usó para comprar un marrano gordo cuya carne empleó para tamales que iban a ser servidos en la ceremonia fúnebre, pero esa eso, sólo un sueño.
"Dios mío, estos días me la he pasado tranquila, pero conforme llega la fecha, me pongo triste, y mucho más porque no tengo ni con que comprarle un ramo de flores para llevarle a su tumba", dice.
En la casa de la mujer los perros y aves de corral se regodean en la miseria. Las aguas negras correr expuestas a unos cuantos metros. Sobre Mundo Nuevo, el CONEVAL dice que el 50 por ciento de sus habitantes mayores de 15 años, no cuenta con estudios de primaria completos; el 22 por ciento no tiene servicios de salud y el 53 por ciento de sus habitantes carece de acceso agua entubada.
En la casa de Teresa no hay adultos, sólo ancianos. El único hombre que tenía fuerza y juventud para trabajar, era su hijo Jonathan Suárez Sánchez, trabajaba como andamiero dentro de las instalaciones de Clorados III.
Él y 34 personas más perdieron la vida. Sus familiares en unos casos pasaron hasta una semana afuera de la planta propiedad de Petroquímica Mexicana de Vinilo (PMV) a la espera de noticias de sus seres queridos, cuyos restos quedaron atrapados bajo toneladas de chatarra y escombro.
Pasada una semana de la tragedia, los zopilotes sobrevolaban las instalaciones, al igual que las autoridades, eran atraídas por la carroña de los cadáveres que faltaba localizar, entre ellos el de Jonathan Suárez, "yo desde que se dio la explosión, me fui para la planta, y hasta que no me lo traje a mi casa para velarlo y enterrarlo, no paré".
¿Teresa Sánchez odia a su nuera por no haberle nadado un poco de la indemnización?, dices que no. "Pero me enoja que haya aprovechado, ni un mes pasó y ya tenía otra pareja; ahora, la hija, mi nieta, no me deja verla. Hace poco me la trajo después de diez meses sin saber de ella. No es justo.
Cuando su hijo Jonathan murió, a ella se le fue el último sustento en la vida, él único que se hacía responsable, siempre venía cuando tenía trabajo y me daba mis centavos.
Si veía que no tenía para comer, me decía: “Anda, madre, ve a la tienda, pide fiado, yo al rato pago, y así le hacía”.
"Yo no sé porque se hicieron las cosas así, no repartieron parejo, esos licenciados se aprovecharon, en las empresas creo también, y no dieron lo justo o de plano no reconocieron a todos, aunque nada material te va regresar a un hijo. Nada”.
"Hay unas pensiones muy chicas, otras muy buenas, todo está muy extraño de cómo se desarrolló".
El día que su hijo murió, "yo supe que le había pasado algo cuando escuché esa explosión. Yo estaba lavando y algo me dijo dentro de mí que Jonathan había muerto".
"Viene el 10 de mayo, él siempre me traía mis flores... ¿y ahora? cómo me duele recordar eso".
Además de la tragedia, esta familia carga la deshora, pues el día del accidente, Jonathan se encontraba en el mismo sitio con su cuñado, Alexis, quien resultó con quemaduras graves. La hermana de Jonathan, esposa de Alexis, tuvo que dejar en casa el duelo de su hermano para viajar a Veracruz a cuidar a su esposo, en donde ella recibió toda clase de malos tratos por parte del personal médico, y aún así, jamás abandonó al lesionado. Alexis sanó y al poco tiempo, con el dinero entregado por la empresa, rompió los planes de matrimonio con la hija de Teresa Sánchez y también se fue con otra a gozar del dinero.
Tan sólo en Mundo Nuevo, son más de 15 los huérfanos, a este pequeño poblado ubicado frente a las instalaciones de los complejos de Pemex, le tocó poner el mayor número de víctimas mortales ese día.
Frente a Mundo Nuevo se alza el cluster petroquímico más importante del país, entre los complejos Pajaritos, Cangrejera y Morelos conforman el 95 por ciento de la industria petroquímica de México, todo a unos 5 minutos de Mundo Nuevo. La bonanza debería ser notoria. Pero no es así.
QUIERO TRABAJAR
José Luis Romero Cabrera, Tico, es un sobreviviente de la gran explosión. Sus manos dan cuenta de ello, están laceradas y decoloradas por la pérdida de piel. El flamazo al que se expuso también le dañó un oído, "poco a poco lo estoy perdiendo".
De 24 años, originario de Mundo Nuevo, Romero Cabrera se encontraba trabajando como ayudante el día de la tragedia, "sentí la explosión y después ya no recuerdo nada".
Las imágenes de Tico le dieron la vuelta al mundo, con la ropa hecha jirones, y la piel de las manos destroza, llegó por su propio pie al hospital del IMSS de Coatzacoalcos para ser atendido.
Salvó la vida, pero desde entonces quedó marcado, pues no encuentra empleo.
Por el accidente, la empresa le dio una pensión temporal de 24 meses, con la que recibe menos de 3 mil pesos al mes.
Eso, dice, no es suficiente para vivir, y aunque quisiera, no puede trabajar por las mismas disposiciones de la pensión.
De vez en cuando busca empleo de ayudante en la zona, pero el recurso también es acotado.
Quisiera llevar una vida normal, olvidar las imágenes de ese día, cuando varios de sus amigos y conocidos de Mundo Nuevo perdieron la vida por el incendio y aplastados por los escombros.
Por el momento cuenta los días en que reciba un tratamiento para volver a trabajar y contar con el dinero mínimo para sus necesidades.
ERAN PRESTADOS...
Rutilo Sánchez Rodríguez perdió a dos hijos en la explosión de Pajaritos, Abigail y Óscar, de apellidos Sánchez de la Cruz.
Uno había salvado la vida, Abigail. Los compañeros le vieron fuera del área de riesgo luego de haber corrido varios metros, pero llegó a preguntar por su hermano, quien no había logrado salir y se regresó por él.
Cuando encontraron sus cadáveres, ambos estaban entrelazados, muestra inequívoca de que ante la inminente explosión, se prepararon para partir juntos.
Desde entonces, "me enfermé, perdí mucho peso, todo me pegó a los 40 días del entierro. Andaba muy deprimido", relata Rutilo Sánchez, quien ahora es un siervo de Dios.
Católico, por las tardes deja su casa para andar por las calles de Mundo Nuevo predicando la palabra de Dios.
A veces va buscar a quién enseñarle la palabra, otras más, a ver a los enfermos, a asistir a los desvalidos y a llevar su fe a donde haga falta.
Entre el hombre conocido por el reportero un año atrás, y el de hoy, hay gran trecho. "La verdad, la palabra de Dios me cambió y me ayudó a aceptar que las cosas en la vida son así, que los hijos son prestados..."