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Sábado 15 abril, 2017

Hartos de la inseguridad

•Coraje social generalizado •Un pueblo solidario

Uno. Hartos de la inseguridad

La población de Veracruz sigue harta. Molesta con tanta inseguridad. Carteles y cartelitos, cierto, pero también, delincuencia común. Dispuesta, incluso, a hacerse justicia por mano propia. El jueves 13, en el puerto jarocho, los peatones se fueron en contra del ladrón de un celular arrebatado a una mujer.

Luis Velázquez

Lo detuvieron. Lo amarraron de las piernas y de las manos. Y lo sujetaron a un poste.
Entonces, llamaron a la policí­a y lo entregaron.
Sorpresas que da la vida: el ladrón se declaró ví­ctima y anunció que interpondrí­a queja en la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Sus derechos, dijo, fueron ultrajados. El derecho, claro, a robar.
En otras latitudes, también la población está irritada. En Las Choapas, las guardias comunitarias, con todo y las bravuconadas oficiales del desmentido. En los llanos de Sotavento, en el duartazgo, otras guardias comunitarias. Y de igual manera, el desmentido oficial.
Se resiste el gobierno a aceptar la realidad atroz. Los ladrones y los secuestrados y los asesinos, etcétera, han rebasado el Estado de Derecho.
Por eso, incluso, las familias, aquellas cuya economí­a se los permite, migrando a otras entidades federativas. Y en unos casos, a Estados Unidos, como por ejemplo, los pueblos del norte, tan cerca de Estados Unidos, tan lejos de Xalapa, la sede de los tres poderes.
En otros casos, las familias armándose. Por si las dudas.
Las casas, convertidas en una fortaleza con medidas de seguridad.
Y aquellas que pueden con un vigilante, o dos, en el dí­a y la noche. Todos, armados.
Hubo un tiempo, en el sexenio anterior, y que todaví­a subsiste, cuando las familias se integraron en organizaciones vecinales para defenderse entre todos y ante todo. En muchas calles del puerto de Veracruz, por ejemplo, integrados en una red de comunicación, donde por aquí­ miran en la calle a una persona, digamos, sospechosa, en automático se avisan y salen a la calle a defenderse del enemigo común.
Se vuelve a los orí­genes de la humanidad. Todos protegidos entre sí­, entonces, en contra de los animales, y ahora, en contra de “las ratas de dos patas” como les llama Paquita la del barrio en canción inmortal.

Dos. Irritación social

En otros pueblos (Oaxaca, Guerrero y el estado de México, por ejemplo), los vecinos han llegado más lejos. Simple y llanamente, linchan a los ladrones. También, a los violadores. Y a los asesinos.
Aquí­, entre nosotros, todaví­a falta mucho para llegar a tales niveles de civilización. Justicia divina le decí­an en otros tiempos.
Una parte de Veracruz está, digamos, blindada. Gendarmerí­a en Xalapa. Policí­a Militar en la región Veracruz-Boca del Rí­o. Policí­a Federal. Marinos y soldados. Policí­a Civil. Policí­as estatales y municipales. Israelitas y colombianos, quizá Genaros Garcí­a Luna, de ñapa.
Y no obstante, la inseguridad sigue permeando la vida cotidiana.
Ninguna familia, entonces, puede cantar victoria. La vida, a la orilla del precipicio. Veracruz, en los primeros lugares de homicidios en el paí­s, por ejemplo. Y con todo y Alerta de Género, los feminicidios disparándose. Ni se digan los robos a personas y a sus casas y a los comercios y a los bancos.
Los peatones jarochos que el jueves 13 sometieron a un ladrón de celulares en el callejón Andrés Montes y la calle Mariano Arista, en el primer cuadro de la ciudad, y en plena Semana Santa, la expresión popular y social de la irritación social.
Y sólo se pulverizarí­a cuando todos, cada quien en su casa, se sienta y crea seguro porque el bienio azul lo ha garantizado con hechos y resultados.

Tres. Un pueblo solidario

La noticia policiaca, noticias de sangre, se han adueñado del paisaje mediático y han trascendido a las noticias de información general.
Lógico: hay una frontera invisible entre las partes. Lo polí­tico incide en lo policiaco. Y viceversa. Son vasos comunicantes.
Por ejemplo: los policí­as y los mandos bajos, medios y altos, tienen una radiografí­a de los ladrones y asesinos en cada pueblo, en cada municipio. Saben su ubicación y su modo de operar. Y conocen a sus jefes malandros.
Y con frecuencia, los malosos actúan con impunidad porque hay acuerdos y pactos con los jefes policiacos.
Tan es así­ que el Estado creó “el delito de lesa humanidad” conocido como desaparición forzada en que los policí­as detienen a civiles y los entregan a los carteles y cartelitos… a cambio de cuota millonaria.
Por eso, cuando un polí­tico está irritado con una persona incómoda e indeseable para él, una forma de intimidar y someter es enviar a unos ladrones a saquear su casa.
Y cuando se ha llegado a tales niveles de perversidad sólo resta a la población integrarse en una guardia comunitaria, y/o en todo caso, como el jueves 13, en el puerto jarocho, la solidaridad de los peatones con la mujer a quien el ladrón le robó el celular.
Por eso el linchamiento de un violador que se dio en el Chirinismo, 1992/1998, en Tatahuicapan, una historia por cierto publicada en un libro de la escritora Fernanda Melchor, “Aquí­ no es Miami”.


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