Abandono e insalubridad en Colinas de Santa Fe
•Una mirada social al fraccionamiento donde ubican a la fosa clandestina más grande del país en un México sumido en el secuestro, la desaparición y el asesinato
•“Muchas fosas se han encontrado en municipios de Veracruz”/Itzel Loranca
Las fosas con más de 250 osamentas humanas sepultadas en la ilegalidad, encontradas al norte de la ciudad de Veracruz, comparten algo más que la ubicación con el fraccionamiento Colinas de Santa Fe del que toman su nombre: el abandono y la infamia son también su seña particular.
Son las 8 de la mañana y en el fraccionamiento más alejado en la zona norte del municipio, el día se consume de prisa.
De una camioneta tipo van color blanca descienden un grupo de mujeres del colectivo Solecito de Veracruz. Se disponen a atender a las decenas de periodistas que desde las seis de la mañana aguardaron su llegada.
Preparadas con prendas de manga larga, lentes oscuros y gorras, para soportar la dura faena de desmontar la tierra y excavarla, comentan ante cámaras y micrófonos de medios locales e internacionales los pormenores de la brigada de búsqueda que ellas iniciaron el tres de agosto de 2016.
A una cuadra de distancia, custodiado por un empleado de la Fiscalía General del Estado (FGE), el portón que conduce al rancho Dos Lagunas en el que por años fueron enterradas ilícitamente cientos de personas por el crimen organizado.
Las puertas de metal se abrirían poco después para recibir a dos vehículos que avanzaron a toda velocidad. En la batea de uno de ellos, el fiscal general del estado, Jorge Wínckler Ortiz. Apenas atravesarlas descubrió su rostro, que mantenía casi oculto entre las rodillas, y dijo sonriendo “Adiós” a los periodistas que inútilmente buscaron una entrevista.
A solo dos cuadras de la escena, aprisa también se conducen las madres que llevan de la mano a sus hijos a la primaria “Enrique C. Rébsamen”. Una escuela que por aulas tiene dos casas rentadas y por canchas deportivas, la calle.
Los niños y niñas, con uniforme sencillo en azul marino y blanco se despiden de sus padres e ingresan a clase por la puerta de tablones de madera colocada en la banqueta.
Nuevamente, a toda marcha, los padres emprenderían el regreso a casa. Pasan por la camioneta blanca de Solecito, casi sin ver. Alguno echará una ojeada, pero con extrañeza por la cantidad de periodistas esa mañana.
CUATRO KILÓMETROS DESPUÉS
Para llegar al punto en el que 125 enterramientos clandestinos han sido encontrados por el colectivo en búsqueda, el chofer del fiscal tuvo que recibir instrucciones por radio para no perderse.
“Afirma”, “Pasando la CFE”, “Afirma, derecho, te sigues”, decía discretamente el custodio del portón que a la fuerza sería traspasado después por alrededor de 30 reporteros, fotógrafos y camarógrafos.
Un camino de tierra, un túnel debajo de las vías férreas que conducen al puerto de Veracruz, árboles extendiendo sus brazos para coronar el sendero; una, dos lagunas; una, dos construcciones desvencijadas y finalmente, la tierra al descubierto, desnuda mucho antes de que las mujeres y sus herramientas llegaran al sitio en 2016.
Sobre la arena un par de lonas preparadas para ser levantadas por la Policía Científica y la Policía Ministerial. Son los sitios desde los que custodian la labor que pasando la cinta amarilla, que circunda el terreno, realizan las madres de Solecito.
Para las nueve de la mañana, ellas ya han dispuesto bajo una carpa sus medios de trabajo, y los alimentos que prepararon de madrugada. Rosalía Castro Toss, madre de Roberto Carlos Casso Castro, regresa de recorrer las fosas con el fiscal.
Es la primera vez que Jorge Wínckler visita el lugar, a más de dos meses de asumir la procuración de justicia en Veracruz.
Declara que de 2010 a la fecha, la FGE tiene registro de dos mil 600 personas desaparecidas, y reconoce que en la administración anterior, una cantidad de muestras genéticas aportadas por familiares, aun no calculada por la dependencia, se perdió.
“Que la gente confíe, que vuelva a dar su muestra genética para que la tengamos correctamente en una base de datos y que se pueda comparar con todos los restos que tenemos no solamente en Veracruz, sino en todas las partes del estado”.
Bajo resguardo de la fiscalía, Wínckler señala que existen 300 cuerpos sin identificar. Sin embargo, afirmó, será hasta después de mayo que podrán comprar los reactivos que permitirán hacer las confrontas genéticas entre los restos y las muestras que aún quedan en posesión de la dependencia.
Mientras tanto, los otros cuerpos encontrados en diversos sitios de la entidad, son procesados por la Policía Científica de la Procuraduría General de la República (PGR).
“¿Cuántos puntos se han encontrado en el estado de Veracruz?” pregunta una reportera.
“Híjole, son muchos. Hay muchos municipios en donde hay fosas que se han encontrado” contesta el funcionario.
HABRí MíS BÚSQUEDAS EN LA CIUDAD DE VERACRUZ
Rosalía Castro es una de las mujeres que constantemente integra el grupo del colectivo Solecito encargado de la brigada.
De manera puntual, de lunes a viernes, de ocho de la mañana a 2 de la tarde, ingresa acompañada de sus compañeras y algunos varones contratados para sumar a las fuerzas de trabajo.
Tras siete meses de labores, les han hecho llegar de manera anónima información de otros dos puntos en los que existen fosas, también al interior de la ciudad de Veracruz. Uno de esos sitios, es el llamado Kilómetro 13 y Medio, que conduce tráilers y contenedores a la entrada del puerto.
Desde hace dos meses, dijo ante medios de comunicación, ha solicitado sin éxito que la FGE resguarde esos lugares para evitar que sean violentados por las empresas que ya construyen grandes almacenes y patios de maniobra ahí.
Acerca del papel de la Fiscalía y el distanciamiento de meses que sostuvo Jorge Wínckler, Rosalía Castro comenta “Por una parte por lo menos dice la verdad que sí, es la fosa más grande de Latinoamérica, pero por otra parte qué pena para nosotros, qué tristeza que no haya el recurso para las muestras de ADN”.
Aunque la PGR mantiene resguardo de las cerca de mil tomas genéticas que las madres del colectivo organizaron en la ciudad, solo dos de los cuerpos en las fosas cerca de Colinas de Santa Fe, han podido ser identificados.
EL FRACCIONAMIENTO JUNTO A LA “FOSA MíS GRANDE DE LATINOAMÉRICA”
“Lo más que decían es que Colinas de Santa Fe estaba muy lejos. Era un fraccionamiento muy tranquilo. Como estamos muy aislados” cuenta Juan Domínguez, quien está por terminar su turno en la única tienda de autoservicio en esa parte del fraccionamiento.
El conjunto habitacional compuesto por viviendas obtenidas a crédito a través del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (INFONAVIT), se encuentra a 15 minutos de viaje desde el Centro Histórico de la ciudad.
Durante el trayecto, los supermercados, plazas comerciales y colonias a ambos lados del camino son reemplazados por solitarias gasolineras, predios polvorientos en los que se construyen obras para ampliar el puerto y pastizales.
De repente, una desviación hacia la derecha de la carretera Veracruz-Cardel indica la entrada a Colinas de Santa Fe, en su segunda etapa. Desde ahí, un puente conduce hacia la primera.
Juan Domínguez relata que nació en la ciudad de Minatitlán y siendo joven comenzó a residir en Veracruz. Hace siete años logró con el esfuerzo de años conseguir su propia casa, en la segunda etapa de Colinas de Santa Fe.
Ahora, cierta amargura acompaña su voz cuando recuerda el sitio en el que vive y los hallazgos de restos humanos a cuatro kilómetros de distancia de su casa.
Cuenta también que su hermano, propietario de una de las primeras casas que construyó la desarrolladora Homex, al otro lado de la carretera, se ve afectado. Hace meses que no puede rentar esa vivienda.
“Aquí está mi casa, aquí está mi patrimonio, una casa que yo compré con mucho esfuerzo para que alguien abra la boca y diga que en Colinas de Santa Fe está la fosa más grande de Latinoamérica”.
La opinión es compartida por Adela Blanco, quien vive en las primeras casas levantadas por Homex en 2007, y que con el paso de los años serían abandonadas. Como el resto del fraccionamiento, que en 2010 sumaba seis mil 211 habitantes, según el INEGI.
De ellos, mil 19 tenían educación básica incompleta y mil 500 carecían de acceso a la salud, a decir de registros del CONEVAL.
“Muchos vecinos han compuesto sus lámparas de sus calles, se han cooperado para eso, acá vecinos en la otra calle se cooperaron para poner el drenaje al pluvial porque no hay de otra”, comenta tras tomar una pausa de su venta de verduras y pollo.
Al igual que en la zona donde vive Juan, en la de Adela, hace falta alumbrado público, el concreto en las calles está destrozado y el agua del drenaje satura las calles y varias casas de la colonia. El hedor a excremento se ha vuelto permanente en varias de ellas.
Adela acusa que el caserío fue construido rellenando humedales y la única salida a las aguas negras era el río Grande, un arroyo que desembocaba en el mar y que fue bloqueado recientemente con las obras de ampliación portuaria.
“No nos pelaban y después de eso tampoco” expresa Adela y recuerda que al ser un fraccionamiento al que la inmobiliaria nunca terminó de dotar de todos los servicios, por ley no puede ser administrado por el Ayuntamiento.