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Diario de un reportero
Sábado 25 febrero, 2017

“Parí­s era una fiesta”

•Un dí­a con Hemingway
•Cuando era pobre y feliz…

DOMINGO
“Parí­s era una fiesta”



Ha sido un dí­a feliz. Desde la mañana hasta el amanecer la pasé encerrado, sin leer periódicos, con “Parí­s era una fiesta” de Ernest Hemingway. Libro fascinante.
La estancia de Hemingway a los 35 años cuando llega a Parí­s. Y cuando, como dice, “era muy pobre y muy feliz”.

Luis Velázquez

  • Ernest Hemingway

Caminar, por ejemplo, en las calles y avenidas de Parí­s. Tomado de la mano con su mujer. Oliendo el pan recién salido del horno tendido en la panaderí­a, sin un centavo para comprar una pieza.
Asomarse a los cafés de moda donde iban los escritores famosos y meterse la mano al bolsillo del pantalón, consciente y seguro de que ni siquiera para un lechero tení­an, menos para un pan, unos huevos, unos sandwiches.
Pasar frente a la marquesina de los teatros anunciando el estreno de una obra mundial y solo mirar las cartulinas a media luz, tintineando los nombres de los artistas de la época, sin un centavo para, digamos, la galerí­a.
Muchas noches irse a la cama en un cuarto en la azotea que alquilaban sin cenar y a medianoche escuchar el gruñido de las tripas, y luego, amarse entre sí­, para olvidar “las cornadas del hambre”.
Y no obstante, cuenta Hemingway, fue cuando “era muy pobre y muy feliz”.

LUNES
La amistad de Ezra Pound


Hem (así­ le decí­an de cariño los pocos, escasí­simos amigos que tení­a, entonces) se ganó la amistad y la confianza de la gerente de una librerí­a.
Y de tarde en tarde, aparecí­a por ahí­ para que le prestara unos libros que leer, porque ni siquiera tení­a para comprar los libros de los escritores renombrados.
Y la gerente le llegó a tener tanta confianza que le prestaba varios libros al mismo tiempo, y sin recibo, porque sabí­a que un hombre pobre que se atreve a pedir prestados unos libros es un hombre honrado.
Pero Hem también iba allí­ porque con frecuencia, de tarde en tarde, llegaba Erza Pound a comprar libros, uno de los primeros escritores quien le aconsejara, entre otras cositas, la técnica literaria para escribir mejor, pero también que si leí­a a los escritores rusos, los mejores del mundo, tampoco dejara de leer a los franceses.
Muchas tardes esperó paciente a Pound hasta que un dí­a apareció y desde entonces fueron muy amigos, los amigos aquellos que fueron aprendiendo a quererse y guardarse respeto hablando de literatura y contándose los cuentos que entonces cada quien escribí­a.

MARTES
Vivir del periodismo


En Parí­s, Hem viví­a de las crónicas y los reportajes y los artí­culos que escribí­a, integrados por cierto en un libro después de su muerte llamado “El enviado especial”.
Pero el periodismo le restaba tiempo para la literatura, aun cuando, claro, garantizaba el dinerito para comer con su esposa y su hijo y pagar la renta.
Entonces, decidió dejar de escribir periodismo durante un rato prolongado para solo escribir sus cuentos y fue cuando vivió la pobreza más espantosa.
Solí­a enviar sus cuentos a los periódicos y revistas para publicarse con un pago como se estilaba, pero nunca, jamás, se los publicaban.
Y durante muchas semanas y muchos meses, la vida fue así­, y con todo y hambre se sentaba a escribir, a mano, en un café parisino y en otro, donde ya lo conocí­an de sus tiempos buenos y sólo pedí­a un vaso con agua para engañar el hambre.
Y luego de escribir una página, dos páginas, tres páginas en un cuaderno escolar de rayas y a lápiz solí­a mirar el rí­o Sena y a las parejas felices caminar tomados de la mano en el bulevar y a las gaviotas violando en cí­rculo husmeando un pez en la superficie del rí­o y el viento de la tarde con la lluvia ligera y era feliz imaginando mundo, mundos imposibles, mundos utópicos, mundos soñados.
Lo importante, decí­a, era que estaba junto con su esposa y su hijo y eso bastaba para ser feliz.

MIÉRCOLES
De pueblo en pueblo


A veces, cuando le caí­an unos centavos, Hem calculaba el tiempo que le durarí­a considerando los alimentos de cada dí­a.
Pero también, si vivir en Parí­s era más caro, por ejemplo, con todo y que era barato, más barato era vivir en algún pueblito rural cercano a Parí­s.
Y si así­ era, entonces, programaba semanas y meses y con su mujer y su hijo se iban a vivir a otro lado para encerrarse a escribir sus cuentos, sin angustia económica, cuando menos, mientras durara.
Y es que aun cuando Hemingway toda su vida alternó la literatura con el periodismo, también decí­a, como muchos años después repetí­a Gabriel Garcí­a Márquez, que el diarismo absorbe la vida del escritor y de pronto, el jardí­n se seca, y entonces, poco a poco, sin sentir, se van dejando de escribir los cuentos para escribir, digamos, las crónicas y entregarse con disciplina militar al periódico.

JUEVES
Los 50 gatos de Hemingway


Muchos años después, en su finca en Cuba, lejos de la capital, en una casa con alberca y embarcadero, Hemingway tení­a un yate, que le cuidaba Santiago, el pescador de “El viejo y el mar”.
Y cada vez que Hem cambiaba de pareja, que fueron tantas, le cambiaba de nombre al yate y le decí­a a la mujer en turno que lo habí­a bautizado con su nombre.
En la casa también tení­a 50 gatos, y tení­a uno que era el preferido, de igual manera como a veces suele quererse más a un hijo que a otro.
Y cada vez que desayunaba, comí­a y cenaba, trepaba al gato aquel a la mesa y le serví­a su plato y le contaba historias como si fuera un invitado excepcional, mientras Hem comí­a y se tomaba una y otra y otra copas de vino.
Todos los dí­as a las 6 de la mañana ya estaba escribiendo. Y escribí­a de pie, a mano, en un cuaderno escolar de raya y cada dí­a anotaba en la pared el número de palabras escritas que siempre debí­an ser mil. Mil por dí­a.
Luego, a las 12 horas se iba a la cantina “La bodeguita de en medio”, para estar con los amigos durante dos horas por el simple gusto de estar juntos contándose historias simples, anécdotas del dí­a anterior, sueños, deseos y utopí­as.
Y así­ era feliz con los amigos, porque después de la muerte nada hay en el otro lado del charco, ni cielo ni infierno, que son, la mera verdad, unas entelequias, cuentitos para asustar a los demás.

VIERNES
El hambre atroz


En su tiempo en Parí­s, Hemingway era el reportero y el escritor más sencillo y más humilde y más honesto del mundo.
Por ejemplo, siempre tení­a, como de igual manera en el resto de su vida, una gran proclividad para aprender de los escritores consagrados.
Y los buscaba, además de la amistad, para que le enseñaran como él mismo decí­a a escribir mejor.
Gertrude Stein era la escritora que más frecuentaba en su departamento donde viví­a con su pareja, una mujer.
Y es que además del calor del hogar que le ofrecí­an y la confianza de que podí­a llegar a deshoras, cuando pudiera y deseara, con Stein solí­an llegar todos los artistas de su tiempo, entre ellos, editores, que con frecuencia abrieron el paso a Hemingway para escribir y publicar en algún periódico o revista, ya para abrir la puerta en una casa editorial y publicar sus libros.
Con todo, fueron muchas horas adversas y difí­ciles, tiempo de muchas vacas flacas, en donde la guerra contra el hambre fue atroz, pero que fue más liviana porque siempre se tuvo con su esposa un cariño que acurrucaba sus almas.
Ojalá el lector buscara “Parí­s era una fiesta”, que le hará mucho bien para ser feliz.


1 comentario(s)

Armando 25 Feb, 2017 - 16:44
Excelente

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