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Diario de un reportero
Sábado 31 diciembre, 2016

Santos laicos del periodismo

•Honestidad a prueba de bomba
•El alumno superó al maestro

DOMINGO
Santos laicos del periodismo


Cada trabajador de la información tiene su religión, su capilla y sus santos laicos. Cada uno su feligresí­a, pues “el sol sale para todos” dice la conseja popular.
Y desde aquí­, los santos laicos son los siguientes:

Luis Velázquez

Ryzard Kapuscinski, con la admiración total. Polí­glota, caminó en cuatro de los cinco continentes como enviado especial. Publicó 50 libros en Polonia, de los cuales sólo 14 traducidos al español. Más que la nota informativa cultivó a plenitud la crónica y el reportaje.
Ricardo Flores Magón, con la devoción religiosa tan profunda como inalterable. La vida por un ideal, el periodí­stico y el polí­tico. Fue gran activista. De pronto, sintió que el periodismo era insuficiente para la causa social del lado de los pobres. Y fundó su partido polí­tico. Su periodismo y su polí­tica lo refundieron a la cárcel durante 41 ocasiones en el Porfirismo.
Carlos Monsiváis, la envidia, la envidia con buen karma. El cronista más completo de su tiempo. Ensayista. Nadie como él manejó la ironí­a, el sarcasmo, el sentido del humor, el ejercicio de la inteligencia, que tanto hiere y lastima y encabrita a los polí­ticos. De todos ellos se pitorreaba.

LUNES
Honestidad a prueba de bomba

Julio Scherer Garcí­a, el respeto, el gran respeto. Con una honestidad a prueba de bomba. La búsqueda de la verdad de los hechos como una religión. Vida austera que giraba alrededor de Proceso, sus amigos, su familia y sus libros. Ajeno, desdeñoso incluso, de los bienes materiales.
Francisco Ortiz Pinchetti, el asombro. Y el asombro, por su extraordinaria capacidad narrativa. El periodismo como una literatura rí­tmica, bella, ní­tida. Cada crónica un poema en prosa, bajo dos vasos comunicantes. El rigor informativo y la calidad literaria. El gran misterio de la creación literaria. Literatura periodí­stica plena.
Ignacio Ramí­rez, QEPD, dejaba perplejo con su estilo personal de hacer periodismo. Por ejemplo, un ángel de la guarda lo cuidaba. Y con frecuencia, se metí­a a las cantinas y en las cantinas reporteaba. Insólito: ahí­ logró temas estelares. Súper dotado para el reportaje excepcional.
Pepe Reveles, una mezcla de respeto y admiración al mismo tiempo. Un reportero ultra contra súper documentado. Un archivo que todos los dí­as alimenta sobre los temas de su interés, uno de ellos, el narcotráfico. Y la insólita y asombrosa memoria para recordar todo, datos, fechas, nombres, hechos, anécdotas, frases, ligas, vasos comunicantes.

MARTES
Los cuatro reporteros de la Biblia

La admiración absoluta para los cuatro reporteros que escribieron el Nuevo Testamento.
Gabriel Garcí­a Márquez y Carlos Monsiváis Aceves leí­an cada año la Biblia. La miraban como el gran libro de crónicas escritas en la historia de la humanidad, en que dominan las pasiones sociales, religiosas y polí­ticas, siempre vigentes por más años que tienen de publicadas.
Pero más aún, porque expresan uno de los atributos que un reportero ha de tener, como es el conocimiento de la naturaleza humana.
El polí­tico, por ejemplo, asume, digamos, su filosofí­a de vida. Pero atrás de su discurso hay un trasfondo, ligado, unas veces, y por lo general, a su infancia y adolescencia, a su juventud. Infancia es destino decí­a Freud.
Y desde tal perspectiva nada como el libro de Gregorio Marañón, “Tiberio, historia de un resentimiento” y que significa el estudio más profundo y detallado de un polí­tico.
Y luego enseguida, otro libro de cabecera que ha de ser del reportero. “Los doce Césares”, de Suetonio, cada emperador en su grandeza y pequeñez, y en su vida pública, privada y clandestina. Sus pensamientos y sentimientos más recónditos.
La biblia, un compendio de la vida humana.

MIÉRCOLES
El primer enviado especial

Herodoto fue el primer enviado especial en el mundo, 450 años antes de Cristo.
A los 20 años de edad, echó sus tiliches en un morral y se fue a caminar el continente asiático.
Muchos dicen que en su afán reporteril, deseoso de saber el destino de otros pueblos, él mismo financió su periplo.
El resultado es un libro llamado “Los nueve libros de la historia” donde cuenta sus andanzas, antes, mucho antes de que los jilgueros caminaran en América Latina de pueblo en pueblo contando las últimas noticias.
Para Herodoto, todo, la admiración y el respeto y la envida y la devoción juntas. Tiempo en que caminó con el cosquilleo del Rocinante en los pies por un continente completito, atrás de la noticia.
Su libro, como las buenas pelí­culas, ha de leerse una vez, dos veces, tres veces, etcétera, porque en cada lectura se descubre un nuevo filón narrativo.
Lectura incluso, básica, en las facultades de Comunicación, porque entonces, no habí­a periódicos y las historias se contaban a través de los libros.

JUEVES
El alumno superó al maestro

John Reed solo vivió 33 años. Y en 33 años publicó dos libros. “México insurgente”, crónica de la revolución mexicana al lado de Pancho Villa y “Diez dí­as que estremecieron al mundo”, crónica de la revolución rusa al lado de Lenin.
Reed partió con su maestro Lincoln Steffens en el mismo tren, de Estados Unidos a México, para cronicar la revolución. En el camino decidieron su suerte.
Para el maestro, el personaje central de la revolución era Venustiano Carranza y se fue con él.
Para el alumno, era Pancho Villa, y durante 4 meses permaneció a su lado enviando las crónicas a su revista, Metropolitam, y que luego publicarí­a en un libro, el libro que, por cierto, es libro de texto en las facultades de Comunicación de EU.
Del profesor, nadie se acuerda, nadie habla, nadie cita. John Reed, el alumno, entró a la historia del periodismo y de las ideas del mundo y ganó la gloria y la inmortalidad.
En solo 33 años, la edad en que, se firma, murió Jesús crucificado en el Gólgota, traicionado por Jesús, renegado por san Pedro.

VIERNES
La fascinación periodí­stica

Lo más fascinante del periodismo es lo siguiente: todos los dí­as, absolutamente todos los dí­as, hay un mejor reportero que uno.
Un diarista que logró una mejor noticia y que la escribió mejor, mucho mejor.
Un trabajador de la información con súper relaciones y contactos para alcanzar, digamos, solo digamos, la gloria efí­mera de una primera plana, de unas 8 columnas, de una entrevista exclusiva, pero exclusiva con carácter estelar, en ningún momento exclusiva… sólo porque haya sido el único.
En el periodismo, en cada nuevo amanecer se empieza de cero. De la nada, pues. El dí­a anterior es quizá una referencia.
Y en el hacer de cada dí­a, dí­a con dí­a, se puede construir un nombre, un crédito, un prestigio que en rara y extraña coincidencia, en el primer error, error publicado, se derrumba.
Lo importante es mantenerse.
En el paí­s, por ejemplo, sólo un reportero ha logrado una historia sensacional. Fue Luis Spota, quien durante 18 dí­as consecutivos (otros dicen que 45) se llevó las 8 columnas del Excélsior de entonces, hacia la mitad del siglo pasado.
Luego, ni hablar, como suele pasar, le ganó la literatura y se encerró a escribir libros, reduciendo su vida a una columna polí­tica, que es otro cantar.
El periodismo, entonces, perdió un cronista, un reporterazo, pero ganó, digamos, un columnista.


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