Los sueños de Axel se desmoronaron antes de trazar las primeras lí­neas en un plano. Apenas sabe leer y escribir, pues desde casa, cuando su mamá tení­a tiempo "libre" después de la milpa, le poní­a unas cuantas planas en el cuaderno rayado que aún recuerda y a veces echaba un ojo a las tareas de sus hermanos.

En lugar de diseñar casas, todos los dí­as casi desde que sale el sol y hasta las 19:00 horas agarra una carreta con vasos de plástico donde coloca fruta picada para ofrecer a quienes caminan por las calles de Xalapa.

Con erupciones en la piel que se ganó por las horas que pasa bajo el sol y la sonrisa que cada que se acuerda de su familia se le dibuja en el rostro, cuenta con un poco de vergí¼enza que su papá lo tuvo que sacar de la escuela, pues el dinero en casa no alcanzaba.

Aunque siendo el más chico de tres hermanos se quedó con ganas de estudiar, sonrí­e al pensar que probablemente pueda retomar las clases en una escuela para adultos, pero de no hacerlo, su consuelo es que los mayores pudieron terminar la primaria.

Aun a su corta edad, 16 años, tomó la decisión de alejarse de su familia y llegar de Chiapas, a la capital del estado de Veracruz, para estar a las órdenes de su patrón. Un hombre de Puebla al que tiene que dar una cuota de lo que vende en una carreta repleta de vasos de fruta.

A su patrón, como se refiere al hombre que también le da de comer y le ofrece un sitio donde pasar la noche, le da 200 pesos diarios, Axel se queda con 100 pesos que manda a su madre quien los ocupa para ayudarse con los gastos del hogar.

Uno que otro lujo, como comprarse playeras y pantalones pues los "viejos" ya le llegan casi a los tobillos, así­ como saldo para el celular del que escucha música mientras pone salsa a la sandí­a, es en lo que de vez en cuando gasta el dinero que obtiene de estar horas bajo el sol y escondiéndose de los inspectores de Comercio.

Todas las noches, Axel llega al cuarto que su patrón le renta en los Sauces, se acuesta extrañando su cama de Chiapas, ve al techo, recuerda los sueños que dejó desde que se dio cuenta que sus padres no podí­an mantenerlo como a cualquier joven de su edad que estudia. Apaga la luz, cierra los ojos y se olvida del mañana. No le gusta pensar en el dí­a siguiente, vive el dí­a a dí­a, sin preocuparse en qué pasará, pues sabe que su futuro es incierto desde el momento que está consciente que algún inspector le puede arrancar en cualquier momento su modo de subsistir.

Axel no es el único que vive una situación de este tipo, como él, en el centro de Xalapa se puede ver a niños y jóvenes vendiendo frutas en carretas o blusas tejidas; la mayorí­a de estados como Puebla y Chiapas.

Aunque legalmente está prohibido permitir que menores de edad trabajen, las autoridades municipales han argumentado que es una situación difí­cil de erradicar e incluso controlar.

Por tal motivo, el sistema de Desarrollo Integral de la Familia (DIF) busca canalizar a los menores con sus familias e inclusive autoridades del organismo asistencial han declarado que los apoyan económicamente con los gastos de traslado.

Sin embargo, las autoridades no tienen un estudio real de los jóvenes que viven en esta situación.