Hipótesis para entender la corrupción de Javier Duarte
•La historia empezó en el fidelato, cuando todos arañaron el presupuesto y vieron que nada pasaba, entonces les resultó fácil “crecerse al castigo”
•En la rapacidad fueron cómplices el ORFIS, la Comisión de Vigilancia del Congreso, el Contralor, la SEFIPLAN y los auditores internos y externos
Gracias a Javier Duarte, JD, el prófugo de la justicia, la población de Veracruz vivimos días en el asombro.
Por ejemplo, resulta inverosímil que en un cumpleaños regalara a su esposa, la doctora egresada de la Complutense joyas por 5 millones de pesos, sin duda, y de manera presumible, con cargo a la secretaría de Finanzas y Planeación.
Luis Velázquez
Y/o en todo caso, gracias a la delincuencia organizada y el lavado de dinero de que lo acusa la Procuraduría General de Justicia de la nación.
Un anillo de 185 mil dólares y unos aretes de 40 mil dólares comprados en la lujosa joyería Berger de Masarky en la colonia Polanco, de la Ciudad de México.
El comprador fue Moisés Mansur, a quien la PGR considera uno de sus prestanombres, y el operador (que recogió los regalitos) fue Alfonso Ortega López, el testigo protegido que tanto ha aportado datos y pruebas para descarrilar al prófugo de la justicia, quien hoy cumple 9 días huyendo, “a salto de mata”.
Un día, publicó el diario Reforma, cuando Ortega quiso zafarse asustado de la corrupción a que habían llegado, Javier Duarte le dijo:
“Tú sabes de dónde viene el dinero” y estás conmigo.
Fue la última ocasión en que hablaron, porque a partir de la fecha, lo congeló en la amistad, luego de tantos y tantos y tantos trastupijes.
Se trata de una historia inverosímil en la picaresca de la política priista y solo queda volver a parafrasear a Zavalita, el reportero estelar en la novela “Conversaciones en la catedral” de Mario Vargas Llosa:
¿En qué momento se jodió Javier Duarte?
¿En qué momento Fidel Herrera, quien lo impuso, quiso joder a Veracruz?
“MíS CORNADAS DA EL HAMBRE”
La ambición inescrupulosa de JD descifra una patología enfermiza por enriquecerse con todo “y sin medida”.
He aquí algunas hipótesis consultadas con el sicólogo de Internet:
A primera vista diríase que traía el gen de la corrupción en las entrañas y cuando fue subsecretario y secretario de Finanzas y Planeación en el fidelato lo desarrolló y luego lo pulió en toda su dimensión como gobernador.
Segundo: si es cierto que los amigos son factores decisivos en la formación de la personalidad humana, entonces los amigos de JD en la escuela primaria, secundaria, el bachillerato y la licenciatura, explicarían las raíces de su vocación corruptora.
Tercero: si en la adolescencia fue panadero, como dice, en la región de Córdoba, todo porque su señora madre puso una panadería a la muerte del padre, el título de una novela de Luis Spota descifraría la rapacidad de JD: “Más cornadas da el hambre”.
Cuarto: nada más tentador en la vida humana que el dinero fácil.
Dinero fácil en la subsecretaría y secretaría de Finanzas y Planeación.
Dinero fácil en la gubernatura, tiempo aquel cuando, todo indica, JD “ordeñó la vaca suiza” de todas y cada una de las dependencias del gobierno del estado y “metió la uña” a los recursos federales.
Peor tantito: tiempo aquel cuando de plano se llevó la vaca completa a su rancho.
Cinco: con su vocación genética para la corrupción, JD se topó en el Maximato fidelista con sus almas gemelas, entre ellas, Érick Lagos, Jorge Carvallo, Alberto Silva, Adolfo Mota, Tarek Abdalá, Édgar Spinoso, Vicente Benítez, Gabriel Deantes Ramos y Juan Manuel del Castillo.
Y como dijera el diputado federal, Édgar Spinozo Carrera, “todo nos chingamos”.
Tal cual, el arte de gobernar se volvió el arte de robar y de saquear, creyendo, estando seguros, de que nunca, jamás, jamás, jamás, “el destino los alcanzaría”.
LA OBSESIÓN DE COLECCIONAR PODER POLíTICO
Seis: la corrupción se multiplicó en tierra fértil cuando sus hermanos, su esposa, la familia de su esposa, los amigos, los socios y uno que otro funcionario estatal metieron las manos completas al fuego.
Siete: Gregorio Marañón, en el libro “Tiberio, historia de resentimiento”, donde analiza al emperador romano a partir de la conducta humana, dice que un político vive obsesionado con acumular poder.
Y, de pronto, siente la necesidad desesperada y angustiante, fuera de control, de coleccionar más y más.
Y cuando un día ya nada queda de repartir, entonces, en automático piensa que alguien del equipo lo está traicionando.
Así, cuando JD y los suyos siguieron “metiendo la mano al cajón” y de pronto querían más y más y más, los carteles y cartelitos encontraron un embajador, un cónsul, un diplomático de lujo y de confianza, y tocaron a la puerta de palacio, y la vida fue favorable.
Y el dinero fácil se multiplicó, digamos, de igual manera como sucediera en Tamaulipas con los ex gobernadores priistas, Eugenio Flores Hernández y Tomás Yarrington, acusados por la DEA, agencia antinarcóticos de Estados Unidos, y la PGR, de delincuencia organizada y lavada de dinero.
Igual que Javier Duarte ahora.
CRECIDOS AL CASTIGO…
Ocho: el primer año del duartismo, todos ellos se fregaron la lana. Y nada pasaba.
Y el segundo, y el tercero, y el cuarto y el quinto año siguieron desviando recursos federales y estatales, como si nada, seguros de que la impunidad era una aliada indestructible, a prueba de bomba, de todos ellos.
Y más, con el silencio ominoso del ORFIS, Órgano de Fiscalización Superior, de la Comisión de Vigilancia del Congreso, del Contralor Ricardo García Guzmán, de los 6 secretarios de Finanzas y Planeación, de los auditores internos y externos y de los cuatro asesores de JD, a saber, Carlos Brito Gómez, Enrique Jackson Ramírez, José Murab Casab y Rubén Aguirre Valenzuela, ex jesuita y ex guerrillero centroamericano.
Nueve: durante los seis años del fidelato, todos ellos arañaron el presupuesto.
Y como vieron que nunca fueron puestos bajo sospecha, le siguieron crecidos al castigo.
Por ejemplo, la fama pública registra que Fidel Herrera repartía dinero, digamos, entre los pobres en cada gira en el interior de Veracruz, sin ningún control.
Pero de igual manera, también pasaba copia a los suyos, a los miembros del gabinete y a sus barbies, entre otros.
Y el hombre fuerte en SEFIPLAN, el encargado de los egresos, era Javier Duarte.
Y allí pulió su proclividad corruptora.
Hacia el principio del sexenio, Enrique Peña Nieto puso a Javier Duarte como el ejemplo de la nueva generación juvenil de la política priista.
Ahora, es el político incómodo que terminó de enlodar su gobierno, y por eso mismo, acorralado por la deshonra pública de JD, asestó el manotazo con un viento huracanado que sigue causando estragos en Veracruz, pero también en el país.
Javier Duarte se volvió el símbolo nacional de la corrupción política.
La prensa extranjera así lo cacarea en el mundo.
Idi Amin, Omar Gadaffi, Silvio Berlusconi, Rafael Leónides Trujillo, Anastacio Somoza y Mario Villlanueva Madrid, entre otros, lo saludan como un miembro distinguido del clan.