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8 Columnas
Jueves 20 octubre, 2016

Duarte, todos los caminos llevan a Los Pinos


•Peña Nieto, el fondo del iceberg

Martí­n Moreno/SinEmbargo

  • Duarte. Tapadera

Para entender el innegable ví­nculo polí­tica-dinero-corrupción que hoy tiene a Javier Duarte a un paso de la cárcel, y a Enrique Peña Nieto en caí­da libre dentro de un pozo negro y sin fondo, debemos remontarnos a la madrugada del 27 de enero de 2012. Lugar: el Aeropuerto Internacional de Toluca.

Procedente de Xalapa, una avioneta del gobierno de Veracruz ”“ encabezado por el priista Duarte-, con matrí­cula XC-CTL, aterrizó con 25 millones de pesos en efectivo dentro de la panza. La fortuna era custodiada por uno de los hombres de confianza de Duarte: Miguel Morales Robles. El dinero iba bien acomodado en dos maletas.


Cuando a Morales Robles le preguntaron el origen y el destino del dinero, no supo qué decir. Se limitó a mostrar un oficio firmado por el Subdirector de Operación Financiera de la Tesorerí­a Estatal veracruzana. El personero de Duarte fue trasladado a las oficinas de la PGR. El caso quedó registrado bajo la AP PGR/MEX/TOL-VI/310A/2012.

El gobierno de Duarte respingó y reclamó que les devolvieran el dinero porque, aseguró, era para financiar la Cumbre Tají­n a celebrarse en el estado.

En realidad, la PGR no tuvo que investigar demasiado para conocer el destino final de los 25 millones de pesos: la campaña del candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto. Así­ se lo hicieron saber al entonces presidente Felipe Calderón, quien dejó pasar el evidente financiamiento ilegal que, de haberse penalizado hasta sus últimas consecuencias, hubiera significado anular a Peña como candidato presidencial y detonar el desplome del PRI a solo seis meses de la elección. Casi nada.

Pero el gobierno de Calderón nada hizo ante el flagrante delito electoral. Lo dejó pasar. Y Peña Nieto ganó la elección.

A Javier Duarte tampoco lo molestaron.

Todo apunta a que ese dineral sirvió, finalmente, para fondear la campaña de Peña Nieto. Sin investigación seria de por medio. Sin castigo. En abierta impunidad.

Pero en polí­tica, el destino que ayer ayudó, hoy puede hacer daño.

Quién dirí­a que cuatro años después, Javier Duarte ”“ financiador de la campaña de Enrique Peña Nieto, quien presentaba, orondo, al gobernador veracruzano como parte del “nuevo PRI”-, estarí­a a punto de ser encarcelado por una presunta malversación por 500 millones de pesos durante su administración. (Incluyamos el desastre absoluto con la alta violencia, los periodistas asesinados, la descomposición polí­tica y el carnaval de corrupción que aún se sigue dando en Veracruz).


Así­, hoy nos queda más que claro un fenómeno:

Si Cae Duarte, cae Peña Nieto.

¿Por qué?

Por una razón contundente:

A estas alturas, Javier Duarte está arrinconado y enfurecido. Reportaba el periodista Wilbert Torre que en Los Pinos ya hubo un enfrentamiento entre escoltas y el EMP cuando Duarte quiso ver por la fuerza y sin cita previa a Peña Nieto. Duarte vociferó amenazas.

Con la espuma en la boca, Duarte denuncia penalmente al periódico Reforma por “daño moral” y solicita que nada sobre su persona sea publicado en ese medio, en una especie de censura judicializada. Duarte lanza mordidas perrunas a quien se le acerque.

Embravecido, Duarte parece estar ya prófugo de la justicia, tras confirmarse la orden de aprehensión girada en su contra la noche del lunes pasado. Oficialmente, el ex gobernador de Veracruz es perseguido por la justicia mexicana.

Sin embargo, en Los Pinos hay un temor creciente:

Javier Duarte le sabe muchas cosas negativas a Enrique Peña Nieto, y está dispuesto a abrir la boca con tal de no pagar, él solo, los desastres que dejó a su paso en Veracruz. No se hundirí­a solo. Intentarí­a llevarse en su derrota nada menos que al presidente de la República.

Hoy, Duarte es una fiera herida a salto de mata. Y ya lo sabemos: no hay hombre más peligroso que el que está arrinconado.

Y si en algo Javier Duarte no mintió, fue cuando, en corto, confió que Peña Nieto le tení­a reservado un lugar dentro del gabinete presidencial, como premio a sus lealtades polí­tico-financieras-electorales. Duarte ya se veí­a despachando en la ciudad de México, cercano a su amigo y beneficiado. El Presidente se lo habí­a prometido.

¿Qué ocurrió entonces?

Que tanto Duarte como Peña Nieto ”“ y como tantos polí­ticos-, olvidaron una máxima: la soberbia es el pecado de los estúpidos.

Y por soberbios y estúpidos, nada menos, cayeron en desgracia.

Duarte, con un Veracruz destrozado.

Peña, con un México derrumbado.

*****

Si en Los Pinos se creí­a que los escándalos en torno a Peña Nieto: la casa blanca de la familia presidencial, las manipulaciones y omisiones sobre Ayotzinapa, la casota de Luis Videgaray, la desafortunada visita de Donald Trump, la corrupción, etc., ya no llegarí­an a mayor daño, pues se equivocaron: Javier Duarte, otro priista, podrí­a ser el clavo cuasi definitivo para el maltrecho ataúd peñista.

Y en toda esta comedia que hiede a corrupción, hay un elemento clave: Miguel íngel Yunes, ex priista y panista por conveniencia, quien ha declarado que al asumir la gubernatura el uno de diciembre próximo, va a “cimbrar al paí­s” con información delicada.

¿Cuál serí­a esa información?

Pues no se necesita ser adivino para saber que se acabarí­a por destapar los nexos financieros entre Javier Duarte y Enrique Peña Nieto quienes, ilusos, creyeron que jamás se sabrí­an las porquerí­as monetarias que hicieron desde 2012 y que todo quedarí­a sepultado bajo la complicidad de los medios oficialistas y los valores entendidos con el PAN y el gobierno de Calderón.

Pero no fue así­.

Duarte y Peña Nieto ”“ astillas de la misma madera priista-, se confiaron porque jamás entendieron que los nuevos tiempos del paí­s, a pesar de la corrupción polí­tica y el silencio de plumas y medios oficialistas que todos conocemos, hoy tienen otras formas de investigación, denuncia y difusión de los abusos del poder, además de que, para fortuna de México, siempre habrá otros medios y periodistas dispuestos a exhibir la podredumbre gubernamental.

Duarte y Peña Nieto.

Peña Nieto y Duarte.

Dos priistas bajo una misma sombra: la sombra de la corrupción.


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