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A Mil por Hora
Martes 20 septiembre, 2016

De pie, fueron sepultados en fosas clandestinas. Ya no cabí­an

Siete de los 35 cadáveres tirados en el paso a desnivel de la Avenida Ruiz Cortines, en Boca del Rí­o, fueron enterrados en panteones locales; tiempo aquel cuando los acomodaban parados porque faltaba espacio
•Desde entonces, los crí­menes han seguido en el Veracruz de Javier Duarte, pero la orden es ocultar el número, incluso, minimizar la cantidad ante el reporte a Seguridad Nacional
•Muchas de esas muertes están justificadas por ministerios públicos “porque se dedicaban a extorsionar, secuestrar y matar”/Por Juan E. Flores Mateos

  • Víctor Hugo Álvarez Guillón, uno de los 35 cuerpos arrojados en Boca del Río en 2011

  • Alan Michel, uno de los 35 cuerpos arrojados en Boca del Río en 2011

  • 35 cuerpos arrojados en Boca del Río en 2011

Huele a muerto. A flor podrida. A tierra mojada que quiere secarse de lluvia. Y sientes escalofrí­os. El cielo está encima de ti. Tiene el color de los cielos recién llovidos. Debajo de él hay un concierto de lápidas.

Estoy en el Panteón Municipal del puerto de Veracruz, ciudad que se conurba a otras dos de nombres Boca del Rí­o y Medellí­n. Veracruz es un puerto comercial al que los boletines de prensa locales llaman el primer municipio de América, ubicado en la costa de un estado del mismo nombre que esos mismos boletines llaman próspero.

Es 4 de noviembre de 2013, en una ciudad conurbada de 690 mil 214 habitantes.

Estoy parado frente a un estimado de cien tumbas justo entre los cuarteles 6 y 7 Centro del Panteón Municipal. Parecen encimadas. En esta sección, dicen los panteoneros, todos los que llegaron fueron asesinados por venganzas de los cárteles.
Algunas tienen unas lonas impresas con rostros de lo que alguna vez fueron esos cuerpos que reposan enterrados; también adornos naranjas y morados del Dí­a de Muertos recién celebrado hace un par de dí­as, y coronas de flores blancas y cempasúchil.


Algunas tumbas tienen gorras, camisas tipo polo o jerseys del América -que seguro usaron un fin de semana- que cubren como sábanas las cruces; también latas de cerveza Sol, la preferida de la ciudad, como sí­mbolo del gusto de quien ahora reposa bajo esa tierra, según las iniciales D.E.P. en paz.

Si estos muchachos estuvieran vivos, seguro estarí­an bebiéndolas ahora en sus casas después de una larga jornada de trabajo, luego de ir a la escuela o por el simple hecho de que en esta ciudad del trópico se puede ser lunes y a la vez fin de semana.

Pero ahora son tumbas; memorias de las personas fueron; que se comí­an un esquite de Las Brisas del Mar o un hot dog del Malecón; que soñaron los cuartos de final en Alemania 2006 con el gol de Rafael Márquez ante Argentina.

Los mismos que al nacer, para no negar el catolicismo con el que se nace en México, fueron la bendición del hogar y, más tarde, se convertirí­an en ví­ctimas de la violencia desbordada que acechó la ciudad entre septiembre, octubre, noviembre y diciembre del 2011, y enero, febrero, marzo y abril del 2012: la herida más grande que el puerto de Veracruz se ha hecho a sí­ mismo.

Como esos cinco cuyos nombres fueron filtrados en una lista de 28 personas a un diario local tres dí­as después de su muerte el 20 de septiembre de 2011. Ellos fueron arrojados, como si fueran basura, frente a una de las plazas más concurridas de Boca del Rí­o y que, para el discurso oficial, su muerte habí­a sucedido por dedicarse a extorsionar, secuestrar, matar:
Juan Pérez Arias, Aí­da del Socorro Luna y Diana Teresa López Luna de 16 años, Felisa Concepción Ortiz y Ví­ctor Hugo ílvarez Guillón. Aquí­ están, todos juntos. Uno junto al otro.

El documento PGJ/UAI/434/2014, obtenido mediante el portal de transparencia Notimex, indica que los únicos homicidios dolosos de ese dí­a fueron esos. Según esa lógica si esa masacre no hubiera ocurrido, nadie más hubiera muerto ese dí­a.
Así­ lo dijo el gobernador Javier Duarte de Ochoa ese dí­a en su cuenta de Twitter:

Es lamentable el asesinato de 35 personas, pero lo es más que esas mismas personas hayan escogido dedicarse a extorsionar, secuestrar y matar (sic).


A la tumba de Ví­ctor Hugo ílvarez Guillón también le colocaron una lona encima en la que se le ve su rostro regordete al lado del siguiente pensamiento:

Cuando me vaya déjenme ir.
Tengo muchas cosas que hacer y ver.
No se aten a mí­ por sus lágrimas.
Por los hermosos años que vivimos juntos
demos gracias a Dios; yo les di amor
Ustedes recuerden la alegrí­a que me dieron.
Les doy gracias a cada uno de ustedes por el
cariño que me brindaron, pero ahora tengo
que viajar. Sólo si necesitan llorar, lloren,
pero dejen que su fe en Dios conforte su pena;
sólo nos separaremos un tiempo, mantengan mi
recuerdo en sus corazones. La vida sigue adelante.
No estaré lejos; si me necesitan, piensen en mí­.
Aunque no me miren, ni me puedan tocar,
estaré entre ustedes y sentirán el calor
de mi amor en sus corazones.
Cuando a ustedes les toque viajar por este camino,
Yo los estaré esperando con una sonrisa y les diré:
¡Bienvenidos!

O como la historia de Ví­ctor Hugo Santiago Márquez, por ejemplo. Según los panteoneros escucharon de la gente que vino a enterrarlo que fue sacado de su casa mientras celebraba su cumpleaños para quemarlo vivo ese mismo dí­a -como regalo de cumpleaños, habrán dicho sus victimarios quizá- un 8 de noviembre de 2011.

En la imagen alargada, él presume un trofeo, vestido de futbolista amateur, encima de un pensamiento:
Vivirás en la mirada de tus hijos/en las voces de tus nietos/y en la familia que tú formaste/siendo la pieza principal/Gracias por dejarnos bellos momentos y por enseñarnos a ser fuertes ahora que ya no estás fí­sicamente/la humanidad, nobleza y amor fue el ejemplo que nos diste.

LOS MUERTOS DE LA FOSA COMÚN

Huele a muerto cada vez menos. Cuando uno está mucho tiempo en un lugar te acostumbras al olor. Pero si algo es cierto es que después de la lluvia, el olor de los cementerios, una especie de mezcla entre putrefacción, flor podrida y agua sucia, siempre hiede más fuerte. Entre las nubes bailarinas en el cielo se asoma el sol. El sol que todo lo aplasta, que molesta la cara cuando te descuidas.

Pero no es el sol, ni las cruces, ni las nubes bailarinas lo que te hace sentir pequeño y frágil sino las historias de las personas que llegaron simulando un rompecabezas con las piezas sueltas. Historias de otros más que lo hicieron como el Jinete Sin Cabeza: la mayorí­a de esos hombres ”“pero también mujeres, algunas incluso con los senos rebanados-: muchos de ellos bajo la tristeza de ser jóvenes, muriendo antes de los 25.

Hablo de esas personas que no tuvieron su proceso de duelo. Que no tuvieron velorio. Que no fueron reclamados e identificados porque fueron sepultados sin nombre, revueltos como ensalada dentro de bolsas en esa zanja de terreno yermo llamada fosa común.

La fosa común está al sur, casi hasta el fondo a la derecha si es que la miras desde la entrada al panteón. Parece un gran manto de arena de mar, y es ahí­ donde los panteoneros cuentan que se puebla de cuerpos deshechos por ácido, decapitados, fragmentos de brazos, ojos, cartí­lagos, piernas, omóplatos, dedos; pedazos de carne en bolsas negras que traí­a el forense y que nadie reclamó.

Nadie sabe cuántos son en total. El escritor sudafricano J.M. Coetzee dice que la guerra de todos es padre y de todos es rey. Y aunque oficialmente lo que se vive en México no es una guerra, Amnistí­a Internacional no ha reconocido a los cárteles como contrincantes, lo cierto es que en Veracruz, como en los lugares donde han sucedido las barbaries históricas del mundo, las cifras sobre estas muertes son muy vagas.

El mismo documento PGJ/UAI/434/2014 apuntó que entre agosto de 2011 y febrero de 2012 se registraron oficialmente en la conurbación 131 asesinatos dolosos. En 2011 se registraron 176, en 2012, 131.

La mayorí­a de estos asesinatos ocurrieron los dí­as 20 de septiembre, 35; 22 de septiembre, 14 y 6 de octubre 31.
En ese tiempo, Veracruz entró en pánico. Los negocios cerraron por miedo, el entonces presidente de la Cámara Nacional de Comercio, Erick Suárez Márquez, así­ lo dijo en una declaración el 24 de septiembre de 2011.

Por aquellos tiempos, la gente preferí­a no salir de casa. Los centros de diversión nocturna se vaciaron, mucha gente entraba en pánico cada vez que leí­a o escuchaba sobre camionetas polarizadas o sobre hallazgos macabros y enfrentamientos armados en las redes sociales. El gobierno de Veracruz lo negaba todo. Reunió a la prensa local y les pidió que dejaran de usar el término balacera y le llamaran operativo de seguridad.

Un mes antes de la masacre del 20 de septiembre de 2011, el 25 de agosto, ese pánico generalizado llegó a su máximo por la incapacidad gubernamental de explicarle a la gente lo que sucedí­a en la ciudad. Bastaron un par de tuits para que se desbordara el miedo en la ciudad.

A ese dí­a se le llamó el Jueves Negro. Los padres de familia enloquecieron, algunos comenzaron a saltarse las bardas de las escuelas de sus hijos para llevárselos. Habí­a corrido en las redes sociales la supuesta amenaza de bombas que estallarí­an dentro de escuelas primarias. Por eso es que madres de familia desesperadas saturaron las lí­neas telefónicas al igual que el tráfico en las calles, no habí­a certeza de nada pero la gente hablaba de balaceras y secuestros masivos, hasta recuerdo que el esposo de una maestra de la Universidad Veracruzana comenzó a repartir rumores que estaban explotando granadas en los autos:

En la Universidad Veracruzana nos sacaron de clases y en el trayecto vi cómo dos muchachas de una secundaria se peleaban a golpes para ver quién ganaba el taxi que habí­an parado al mismo tiempo.

Aunque habí­a un silencio institucional de las autoridades, el gobierno de Veracruz detuvo a dos personas de manera arbitraria: Maruchi Bravo Pagola y Gilberto Martí­nez Vera, nombrados los primeros tuiterterroristas del mundo por ser, según las autoridades, los culpables del caos de ese dí­a.

Luego la creación de varios artí­culos, en especial el 373 del Código Penal local, la apodada Ley antituiteros, aquella que sancionarí­a con años de cárcel a todo aquel que propagara un rumor en las redes sociales y que serí­a finalmente desechada por anticonstitucional por la Suprema Corte de Justicia de la Nación el 20 de junio de 2013.

Pero regresemos al panteón. Regresemos a esos muertos perdidos en la fosa común del Panteón Municipal.

A ese lugar donde los sepultureros cuentan que por aquellos tiempos llegaba gente de la Fiscalí­a General del Estado y del forense para dejar diez cuerpos diarios que serí­an sepultados en esta fosa colectiva.

De una barbarie que siguió a pesar de los discursos oficiales de un ”˜estado ideal para soñar”™:

-Apenas hace dos meses, más o menos por septiembre (de 2014), hicimos una zanja enorme de varios metros de largo en la que metimos veintiséis cuerpos en vertical, porque si los metí­amos acostados no iban a caber.

Un año después un par de panteoneros prefirieron cambiar su trabajo luego de hacerlo por mucho tiempo.

“Una vez en un dí­a llegamos a enterrar unos 74. Los hombres llegaban sin cabeza, las mujeres sin senos. Luego a los entierros ya llegaba gente armada. Mejor aquí­ corrió que aquí­ murió” me dijo uno de ellos.

LAS HERIDAS DE LA CIUDAD

Las lápidas son un testimonio de la memoria. Un lugar para el consuelo. Pero para algunos en la ciudad esas lápidas son heridas. Heridas que no han sanado, y que ahí­ siguen abiertas. Heridas a las que se les echaron sal en algunas fiscalí­as. Hay historias de esas muertes en las que los ministerios públicos les ordenaron que no les hicieran velorio, que los enterraran de inmediato o iban a quitarles el cuerpo para que no lo vieran jamás.

Heridas a las que les echan sal por juicios a la ligera por las personas en la calle o en la red:

“Porque ellos eran mierda y merecí­an morir; porque eran escorias de la sociedad, porque eran basuras mugrosas, apestosas y ruines; porque eran gente mala y sin ningún remedio; porque era gente que no merecí­a vivir”, se dice y escribe por la sociedad que luego en comentarios también desea que Hitler fuera mexicano.

Pongamos, por ejemplo, el caso de Alan Michel Jiménez Velázquez, un adolescente de 14 años asesinado en septiembre de 2011. Su nombre también salió en la lista de los 28 nombres filtrados al diario local. A él también se le llamó delincuente. Pero México está obligado a respetar, por ejemplo, el interés superior del niño. La vida y la integridad de las personas menores de 18 años.

Él está enterrado en el panteón jardí­n donde también está Iván Cuesta Sánchez, que también apareció en la lista filtrada -mejor conocido como Briggite, persona transgénero famosa en la ciudad-.

La tumba de Alan Michel es azul, tiene una foto. Un pensamiento. Su mamá lo visita cada quince dí­as. A él le decí­an de cariño Pichi.

En su Facebook, que todaví­a sigue activo, la gente lo sigue recordando. Cuentan anécdotas de cuando él iba a los partidos de los Tiburones Rojos del Veracruz, cuando hací­a travesuras con sus amigos de la secundaria. Algunas chicas lo recuerdan con cariño pues tuvieron alguna relación sentimental. Negro, negrito le dicen. Lo extrañan.

Su mamá contó a los medios locales que él fue visto por última vez el 15 de septiembre cuando salió de casa para comprar alimento para unos pollos. Policí­as intermunicipales se lo llevaron en la patrulla 717 Él tení­a clases en la escuela secundaria Federal número 4. Tení­a 14 años. Su mamá lo encontró en el forense el 23 de septiembre. Ella lo enterró con esa fecha. Pero para el gobierno de Veracruz, Alan Michel era delincuente. El gobernador de Veracruz negó que una patrulla se lo hubiera llevado. “No hay denuncia sobre eso” dijo.

Con Carmen Aristegui, la entonces vocera Marí­a Georgina Domí­nguez Colí­o negó la existencia de esa patrulla. Incluso hasta dijo que se inició una investigación por el crimen del joven. La 843/2011/II/BR-09. La verdad es que no fue así­. Esa investigación corresponde a la única iniciada por la entonces Procuradurí­a General de Justicia del Estado sobre el hallazgo de los cuerpos. Sólo se inició una investigación para el asesinato y la tortura de 35 personas. A pesar de que en los muertos hubieron 11 mujeres y cuatro personas menores de 18 años.

Este dí­a se cumplen 5 años de toda esa masacre y hasta la fecha nada se ha aclarado. La investigación está guardada como si fuera un secreto de Estado. Incluso la investigación ya no está en manos ni de la PGR ni de la FGE sino del Juzgado Quinto de Primera Instancia donde se hizo un mandato de captura para 8 personas el 15 de noviembre de 2013.

Es decir: para esas instituciones ocho personas tuvieron la capacidad y el poderí­o de operar un asesinato como ese en una de las zonas más transcurridas en la ciudad que además era custodiada porque faltaban dos dí­as para la reunión Anual de Procuradores.


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