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Lunes 19 septiembre, 2016

Plagiado hermano de reportero

•Tensión cardí­aca en Coatzacoalcos
•El paí­s de la impunidad absoluta

PASAMANOS: Si Veracruz “es el peor rincón del mundo para el gremio reporteril” con 19 trabajadores de la información asesinados, más tres desaparecidos, más seis exiliados, la lumbre sigue llegando a sus familias.
Por ejemplo, la semana anterior fue secuestrado el hermano del reportero Gerardo Enrí­quez, Diario del Istmo de Coatzacoalcos, y que al mismo tiempo forma parte de la Comisión de Atención a Periodistas del duartismo.

Luis Velázquez

Según las versiones cruentas iban por Gerardo. Pero pudo huir y se llevaron a su hermano, por quien están pidiendo un millón y medio de pesos de rescate.
Nadie, pues, está seguro en el Veracruz de Javier Duarte. Nadie puede cantar victoria. Nadie puede alegrarse de que ya la libró.
Y menos ahora en un Coatzacoalcos, mejor dicho, en un sur del territorio jarocho donde de igual manera como en el norte viven a la orilla de la navaja porque como en el cuento de Edmundo Valadés, “la muerte tiene permiso”.
Y más, cuando como en el caso, se viven horas turbulentas con el secuestro desde el jueves 15, dí­a del grito patrio, de Lizbeth, la estudiante del Ilustre Instituto Veracruzano, en el puerto jarocho.
El periodismo, convertido en el duartismo en una profesión de alto riesgo y en un paí­s donde cada 26 dí­as un reportero, un fotógrafo, un camarógrafo, es asesinado, el último, Aurelio Campos, director del semanario “El gráfico”, de Puebla, “el periodista que más cubrí­a los secuestros en la sierra de norte de Puebla” como dijeran sus colegas.
Al momento, 118 reporteros asesinados en México del año 2000 a la fecha, es decir, en los últimos 16 años que van de Vicente Fox y Felipe Calderón a Enrique Peña Nieto.

BALAUSTRADAS: Un repaso darí­a el siguiente resultado indicativo: en todos los casos el crimen organizado ha elegido a trabajadores de la información marginales, de bajo perfil, de la fuente policiaca y de medios digitales.
Nunca, en ningún momento, los reporteros, digamos, “famosos o bien protegidos” (El Paí­s, Jacobo Garcí­a, 17 de septiembre, 2016) han sido las ví­ctimas. “Matarlos es fácil y rara vez las autoridades esclarecen el crimen”.
Además, y como en el caso de Veracruz, los familiares también han sido arrastrados en la vorágine de la barbarie.
Por ejemplo, la esposa de Miguel íngel López Velasco, subdirector de Notiver, fue asesinada la misma madrugada del 20 de julio.
Y su hijo, el fotógrafo Misael López Solana.
Y otro hijo, obligado a exiliarse para salvar la vida, mientras la otra hija a vivir con un bajo, bají­simo perfil.
Lo peor han sido los estragos adicionales, en que las familias han quedado a la deriva, pues los reporteros y fotógrafos ejecutados eran sostén de los suyos, como el caso del primer reportero asesinado, Noel López Olguí­n, de Jáltipan, el primero de junio de 2011, y quien dejara un hijo y a su esposa embarazada, además de que viví­an en la más canija pobreza y miseria.
Y/o el caso de la reportera Anabel Flores Espinoza, asesinada el 8 de febrero, 2016, quien dejara a dos hijos en la orfandad.
Y el caso del reportero policiaco, Gabriel Fonseca, “Diario de Acayucan”, quien desaparecido el 17 de septiembre de 2011, era el sostén de sus padres ancianos, de tal forma que el padre se volvió lustrador de zapatos en una banqueta en una calle del pueblo, pues en el parque los boleros se opusieron a su desempeño laboral.
Todos, claro, dejaron esposas e hijos, y todos, “a la buena de Dios”.
Nunca, jamás, Javier Duarte será perdonado ni por el gremio reporteril solidario con esta causa ni tampoco por los cientos, miles de familiares de la población ejecutada.

ESCALERAS: Durante muchos años, los 19 reporteros y fotógrafos asesinados, más los tres desaparecidos, habí­an venido laborando en los medios de sus pueblos o regiones.
Algunos, por ejemplo, tení­an toda la vida en el ejercicio reporteril.
Milo Vela, por ejemplo, desde antes de estudiar en la antigua facultad de Periodismo. Yolanda Ordaz, también de Notiver, desde que era alumna.
Regina Martí­nez, toda una vida reporteril.
Y de pronto, todas esas carreras periodí­sticas truncadas por la delincuencia organizada y/o común que ha florecido a plenitud con Javier Duarte, sin ninguna pizca de remordimiento ni de voluntad polí­tica para frenar el tsunami de violencia.
Por eso el coraje social y el repudio popular al góber tuitero que luego de casi 6 años de borrasca resulta insuficiente, pues sólo merece el juicio polí­tico, el desafuero y el proceso penal, con todo y que en el siglo pasado los dictadores morí­an en las camas de sus residencias, rodeados de los suyos y con la bendición eclesiástica.
Aún faltan dos meses y once dí­as para el fin del llamado sexenio próspero y muchos secuestros más habrán de pasar, entre ellos, quizá, de reporteros.
Por eso mismo, el corresponsal de Proceso, Noé Zavaleta, decidió exiliarse, pues todos los signos alrededor indicaban que su vida peligraba, y en el caso, única y exclusivamente por su ejercicio reporteril, el mismito que llevara a la tumba a Regina Martí­nez, pues desde siempre la Fiscalí­a soslayó rastrear la pista de la información como posible móvil.


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