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Crónicas
Martes 23 agosto, 2016

Despavoridos, los niños huyeron...

Mujeres embarazadas y una anciana de 90 años de Alto Lucero suplicaron que no jalaran los gatillos
•A Francisco Montero López lo desnucaron con la cacha de una metralleta y a Mario Montero Rodrí­guez, de 67 años, lo molieron a golpes.
•“La gente que tiene propiedades en otros estados ya se fue de aquí­”. Secuestradas y asesinadas dos personas de Actopan
•“Jodidos los que no tenemos dinero y hay que quedarnos” cuenta un sobreviviente de la masacre


ACTOPAN, VERACRUZ.- “Yo estaba durmiendo con mi esposa en la hamaca, Habí­a chamacos nadando en el arroyo cuando se escuchó el chilladero de llantas y salió toda esa gente; puro joven de 20 ó 25 años; pero con armas mejores que las del ejército. Gritaban que a todos nos iba a cargar la …”.

Miguel íngel León Carmona

  • Vidrios de casa donde entraron los malosos

  • Casa de Mario y Francisco Montero

  • Sitio donde se estacionó el convoy

  • Francisco Montero López

  • Junto a los queseros: Mario Montero Rodríguez

Narra don Simón, un sobreviviente a la estampida de criminales que invadió El Caliche, Actopan, Veracruz. Una comunidad no mayor en extensión a diez campos de fútbol, con 75 habitantes y unas doce casitas de adobe. En aquel atardecer majestuoso no hubo orquesta de aves; el eco en las montañas fue emitido por proyectiles calibre 50.

Diez minutos que difí­cilmente olvidará el entrevistado, asegura. Se trató de una tercera estación en la masacre de Alto Lucero. Allí­ fueron secuestrados Francisco Montero López de 40 años y su padre Mario Montero Rodrí­guez de 67. A uno lo desnucaron, presuntamente, con la cacha de una ametralladora; el segundo falleció molido a golpes.

Al dí­a de hoy el pueblo se mira desierto. Mientras en la capital veracruzana las clases se privan por manifestaciones, en los municipios de Actopan y Alto Lucero los alumnos no asisten a las aulas por miedo.

“Esos canijos tení­an apuntados cuatro nombres en su lista; tres se les pelaron. Estamos asustados porque creemos que van a regresar a terminar con su trabajo. La gente que tiene propiedades en otros estados ya se fue de aquí­; por lo menos tres familias. Jodidos los que no tenemos dinero y hay que quedarnos” se lamenta el padre de familia.

Es así­ como don Simón, nombre que se le ha dado por seguridad, ordena a su familia que se guarde en el domicilio. El hombre se acomoda en su asiento y comienza a mirar los campos verdes donde mujeres embarazadas y hasta una anciana de 90 años suplicaron que el gatillo de los fusiles no se presionara.

MARIO MONTERO, ¿DÓNDE ESTí MARIO MONTERO?

“Llegó el convoy faltando diez minutos para las cuatro de la tarde. Los carros ni siquiera se habí­an detenido y esos canijos salieron corriendo y soltando disparos al aire, iban directo a las casas de sus ví­ctimas”.

“Uno de los Zavaleta; que también estaba en la lista, vive en aquella loma pasando el arroyo. Allí­ habí­a niños y nosotros les gritábamos que se metieran rápido a sus casas. Recuerdo que esos hombres les gritaban: ¡Sáquense a la … o los matamos!“.

“A Zavaleta le avisaron por radio y salió corriendo con su familia hacia la montaña. Cuando la gente buscó ya no habí­a nadie. Fue como se llevaron al Pelón, al hermano. Ya no sabemos si por apellidarse igual o de pura venganza” supone don Simón.
Mientras tanto, en la parte baja del pueblo otro puñado de gatilleros gritaban, “Mario Montero, ¿dónde está Mario Montero?”. El entrevistado cuenta que al hoy finado lo levantaron de su butaque (asiento de madera con forro de piel de borrego).

“Pancho Montero, el hijo, estaba dándole de comer a los gallos de pelea en el techo. Cuando escuchó el desmadre abajo dijo: “Yo soy Mario Montero”. Y esa gente le contestó: “Pues no eres tú, pero también te vas”.

La madre de Francisco Montero asegura que perdió la vida de manera instantánea. Al descender del segundo piso, en socorro del padre, un encapuchado lo recibió con el filo de una metralleta. “Al Pancho lo llevaban arrastrando, creemos que ahí­ se murió porque en las fotos no se le ven más golpes” cuenta Simón.

“MÉTANSE AL BAÑO, ESCÓNDANSE”

“Yo estaba durmiendo en la hamaca con mi esposa cuando uno de los sujetos se nos acercó con un rifle. Como pude me tiré al piso y le grité a mi familia: ¡métanse al baño, escóndanse! Ahí­ nos estuvimos, agachados, hasta que el desmadre pasó. Tardó como diez minutos; nosotros vimos todo desde una rendija”.

“A uno de mis parientes se le metieron a su casa. Pegaban de patadas en la puerta y si no abrí­a era por miedo. Rompieron los vidrios y a su señora, de nueve meses de embarazo, la tiraron al piso. A todos les dijeron que si volteaban los iban a matar. Se llevaron la televisión y hasta una camioneta”.

“Después de sacar todo, uno de los malosos, de los más chamacos, vio una jaula de loros que estaba sobre el cofre de un carro descompuesto, pues también se la jaló. Esa gente es de lo más cruel del mundo. Gracias a Dios nosotros corrimos con suerte y no nos hicieron nada” cuenta Simón cabizbajo.

“En la tienda de aquí­ enfrente habí­a como diez muchachos que estaban tomando refresco y jugando baraja. Pues a ellos los votaron panza abajo, lo mismo, que no voltearan. Una viejita ha de tener como 90 años, estaba acostada en su cuarto y también la sacaron y la tiraron al piso. Todos suplicaban que no los fueran a matar.

A unos les robaron el dinero de sus vacas que habí­an vendido; otros de plano saquearon la tiendita. Me sorprendió, verdad de Dios, que a un costal de azúcar lo vaciaron, ahí­ echaron yogures y cajetillas de cigarro. Se llevaron todo.

El miedo que tiene toda la gente es que los mañosos no acabaron de levantar a la gente que vení­a en la lista. Creemos que van a regresar, por eso la gente del pueblo está yendo” cuenta el lugareño que hoy quisiera, más no puede, huir de Veracruz.

Así­ acaban diez minutos de terror en la comunidad de El Caliche, Actopan, Veracruz, donde incluso se podí­a se dormir con las puertas abiertas, nadar en el arroyo de aguas puras y cosechar tomate hasta que el sol se ocultara. Simón, mientras tanto, ha desocupado el baño de madera por si las fuerzas del orden flaquearan y los criminales volvieran a cumplir con su encomienda.



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