Y, por tanto, la única imagen predominante es que Veracruz, digamos, quizá, como el resto del paí­s, está gobernado por polí­ticos deshonestos que bien pudieran figurar en el ranking de la corrupción en América Latina.
Desde luego, las partes se acusaron de corruptos. Y al mismo tiempo, unos y otros, priistas contra el panista, el panista contra los priistas, interpusieron denuncias penales tanto en la Fiscalí­a General de Veracruz como en la procuradurí­a General de la República, sin que en ninguna dependencia hayan caminado.
En todo caso, se dirá, nadie los acusó de tontos para dejar huella, sino al contrario, simple y llanamente, de polí­ticos enriquecidos a la sombra del poder, como si de plano estuviéramos bajo aquellos regí­menes que fueron derrocados en la Primavera írabe, el más famoso en el mundo, el de Omar Gaddaffi, él mismito que buscaba muchachitas entre las estudiantes universitarias.
Todas aquellas acusaciones y denuncias de polí­ticos corruptos en Veracruz se inscriben ahora en el Sistema Nacional Anticorrupción, con lo que el presidente de la república pretende trascender, cuando las entrañas del sistema polí­tico están más podridas que todas las manzanas caí­das del árbol, como dijera el góber tuitero en Poza Rica.
Lo peor del asunto es que en la percepción ciudadana y en el imaginario colectivo tal imagen ha quedado.
Estamos, pues, gobernados con Javier Duarte por una elite de polí­ticos corruptos y del mes de diciembre del año que corre al mes de noviembre de 2018 seguiremos gobernados por otra cúpula polí­tica corrupta.

“QUIEN ESTÉ LIBRE DE PECADO…”

Las partes se acusaron de todo. Incluso, hasta Andrés Manuel López Obrador, el lí­der fundador de MORENA, primer lugar en la tendencia de la encuesta histórica como favorito para la sucesión presidencial en el año 2018, entró al tiradero de piedras y lodazal.
Por ejemplo, dijo que el Yunes azul posee una mansión que, según él, ni siquiera tiene, vaya, Barack Obama.
Y ni se diga el cochinero con el uso de los recursos federales, y más, mucho más, con los fondos estatales.
Peor tantito, el góber electo acusó a los duartistas y fidelistas hasta de “lavado de dinero” y de grandes evasores fiscales.
Las partes también se acusaron de alianza con la delincuencia organizada y poco faltó para que unos y otros se señalaran de muertos y cruces dejadas en el camino polvoriento y turbulento de la polí­tica.
Nadie quedó ileso. Nadie podí­a tirar la primera piedra. Es más, hasta la única mujer candidata fue señalada de corrupción familiar como secretaria del Ayuntamiento de Teziutlán, Puebla.
A tanto llegó el tsunami corruptivo que un aspirante a candidato independiente, Gerardo Buganza Salmerón, retiró su nominación cuando de pronto, el fuego amigo (muchos señalan a Tomás Ruiz González, titular de la secretarí­a de Infraestructura y Obra Pública) le publicó que habí­a “metido la mano al cajón” de la SIOP, de tal manera que hasta debió devolver unos centavitos antes de ser indiciado.
Un cochinero, pues, donde el tufo de la corrupción permeó por todos lados, desacreditando por completo a las elites de todos los partidos.
Son los polí­ticos que gobiernan Veracruz, los mismos que han jurado y perjurado redimir a los pobres y a los pobres entre los pobres, y que según el CONEVAL significan seis de cada 10 habitantes en la jodidez.

“EL PAN NUESTRO DE CADA DíA…”

De igual manera e acusaron de otras cositas. Héctor Yunes llamó a su primo, el góber electo, enfermo sexual, pedófilo y asesino, sin que, por cierto, nunca interpusiera una denuncia penal ni tampoco le probara con documentos, testimonios, grabaciones, evidencias, coincidencias, el dicho manifiesto.
El caso es que todos abonaron la misma terrible y fatí­dica y decepcionante realidad, como es la corrupción como pan nuestro de cada dí­a en la vida pública de Veracruz, que fue gobernado por Guadalupe Victoria, Antonio López de Santa Ana, Miguel Alemán Valdés y Adolfo Ruiz Cortines.
Y una corrupción que se deriva de enriquecerse con el erario, es decir, el dinero público cubierto por el contribuyente con sus impuestos, pagados de manera religiosa a la Secretarí­a de Finanzas y Planeación y a la Secretarí­a de Hacienda y Crédito Público.
Ninguna razón hay, entonces, para que el ciudadano tenga confianza en la elite gobernante. Ni en quienes se irán el dí­a último de noviembre ni en quienes llegarán el dí­a primero de diciembre del año que corre.
Se insiste: todos se acusaron de corruptos. Y una cosita es que tengan contadores y auditores y quí­micos contables hábiles para ocultar entuertos y librar el señalamiento y otra cosita es que lo sean, como quedó manifiesto con tanto lodazal.
El duartismo se irá con la fama pública de corrupción. El yunismo aterrizará en el palacio principal de Xalapa con la misma fama. Los dí­as y los meses por venir abonarán la verdad.
Por lo pronto, y ante la caí­da de su popularidad, Enrique Peña Nieto ya pidió perdón por la Casita Blanca…, y Javier Duarte, ¿cuándo?

ENTÉRESE RíPIDO

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