Nadie está seguro en una iglesia
•Ni tampoco en las discotecas
•La realidad supera a la ficción
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El sábado 21 de mayo dejó enseñanza múltiple a la población de Veracruz.
Con el secuestro de un feligrés en la iglesia de Santa Rita Casia, así esté ligado a un cartel como afirma el secretario de Seguridad Pública, significa que ya nadie está seguro ni siquiera, vaya, en la iglesia.
Luis Velázquez
Con la masacre en los antros de Xalapa y Orizaba con saldo de seis muertos, aun cuando la versión popular es que la autoridad escondió cadáveres, queda claro que ya nadie está seguro en las discotecas.
Y lo peor, en las disco de la capital de Veracruz, asiento de los tres poderes.
Con el asesinato de los niños de Chinameca y Las Choapas significa que ningún niño, vaya, está seguro ni en su casa.
Con el plagio de la reportera Anabel Flores en Ciudad Mendoza el 8 de febrero a quien sacaron de su casa a punta de madrazo significa que nadie está seguro ni en su domicilio particular.
Y lo peor, ni en el día, ni en la noche ni en la madrugada.
Tal cual, horroriza pensar, imaginar, visualizar, el destino social que espera a los 8 millones de habitantes de Veracruz en los seis meses y siete días faltantes del sexenio duartista.
Al paso que vamos, “antes de que el gallo cante tres veces”, en un cine de alguna plaza comercial ocurrirá una masacre, un secuestro masivo, un levantón gigantesco.
Y/o en todo caso, en alguna marcha pacífica reclamando seguridad pública, nada fácil sería un rafagueo enloquecedor como los descritos en la película “El infierno”, donde Damián Alcázar mata al presidente municipal y su esposa, a sus sicarios y a otros funcionarios menores, él solito.
Mucha, muchísima razón tuvieron Carlos Fuentes Macías y Gabriel García Márquez cuando en una feria internacional del libro en la Ciudad de México anunciaron que tirarían al mar todas sus novelas, porque la realidad había superado a la ficción.
Tal cual en Veracruz.
El Veracruz de Arturo Bermúdez Zurita.
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Si al paso que vamos, al rato usted lee una nota tétrica informando, digamos, de una matanza en una peregrinación de feligreses a la Ciudad de México.
Y/o una masacre en un baile popular en alguna de las 2,500 rancherías y comunidades de norte a sur y de este a oeste.
Y/o un asesinato colectivo en una reunión regional de los cañeros, a quienes les han asesinado unos 40, 50 dirigentes desde el sexenio de Agustín Acosta Lagunes cuando les masacraron a Roque Spinoso Foglia.
Y/o el rafagueo de unos evangélicos en su iglesia, los mismos que en nombre de Jesús de Nazareth bendijeron la oficina del gobernador en el palacio de gobierno de Xalapa.
Y/o una masacre un sábado en la tarde/noche en Los Portales jarochos o en Los Portales de Córdoba o en Los Portales de Alvarado, recién inaugurados.
Y/o una masacre al mediodía y al mismo tiempo en un mercado popular de Veracruz y otro de Xalapa y otro de Córdoba y otro de Orizaba y otro de Coatzacoalcos y otro de Poza Rica.
Entonces, sólo entonces se sabrá que en Veracruz “la muerte tiene permiso” y permiso total y absoluto para hacer y deshacer.
La vida, prendida con alfileres.
La súper secretaría de Seguridad Pública, con el más alto presupuesto luego de la secretaría de Educación, buena para nada, rebasada por las circunstancias, mejor dicho, por el Estado Delincuencial.
Y no obstante, Arturo Bermúdez Zurita es el único secretario del gabinete legal que permanece inamovible, pues al resto todos los ha renunciado, enrocado y/o cambiado el góber tuitero.
Bermúdez, el secretario que llega en helicóptero a su oficina en su edificio.
Bermúdez, a quien la fama pública consigna como socio, aliado y cómplice de Javier Duarte en los negocios.
Bermúdez, a quien Javier Duarte, JD, le modificara la Constitución Política de Veracruz para volverlo ultra contra súper secretariazo, encargado, además, del manejo unipersonal de la dirección de Tránsito y la dirección de Readaptación Social, tan jugosas una y para producir dividendos… sin rendir cuentas a nadie, menos, mucho menos al ORFIS y a la Comisión de Vigilancia del Congreso, cuyos titulares son empleados de JD.
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A estas alturas y luego del sábado negro, el candidato priista a la gubernatura, Héctor Yunes Landa, ha de estar aterrorizado con el (presunto) resultado electoral.
Si el hartazgo se ha multiplicado en años de luz, el secuestro en la iglesia y la masacre en los antros de Xalapa y Orizaba sólo sirve para extender la cuerda para romperse con la irritación social y el coraje popular y el repudio colectivo tanto en contra de JD como del PRI y contra todo lo que huela a Duarte y a partido tricolor.
Y el rechazo al priismo, porque ni a partir de ahora, ni las iglesias donde la mitad de Veracruz y la otra mitad se concentra para rezar y purificarse ni tampoco los antros, donde los jóvenes se reúnen para convivir y alegrar el corazón, el alma y el cuerpo, significan una garantía.
Y, por tanto, el descontento sigue creciendo en tierra fértil.
Hoy, ni siquiera las barbies duartistas mirarán al Jefe Máximo del Priismo con respeto.
Hay masacres porque la autoridad dejó crecer a los malandros, pero también, debido a la impunidad.