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Crónicas
Sábado 14 mayo, 2016

El indí­gena más jodido de Veracruz

En el color verde y el esplendor del cielo en la montaña de Zongolica, abundan el hambre, las sequí­as, los piojos, los perros y los zorros
•La población riega su excremento como abono porque ni siquiera hay letrinas, pues por allá ningún programa social ha llegado
•Moisés Xochiquisqui Zopiyactle “vive en aquel cerro, en la única casita que se deja ver”; uno de los 55 millones de pobres en el paí­s
•Hace diez años le cortaron los brazos a punta de machetes en una riña


MIXTLA DE ALTAMIRANO, VERACRUZ; en lo más recóndito de la sierra de Zongolica.- Existe una localidad enclavada en la sierra de Zongolica, en el municipio más miserable de Veracruz. Allá, el color verde en las montañas y el esplendor de sus cielos abunda como el hambre y las sequí­as, así­ como los piojos...

Miguel íngel León Carmona/En Misión Especial

  • Moisés Xochiquisqui Zopiyactle, de la comunidad de Xala, perteneciente a Mixtla de Altamirano/Miguel León

  • Mixtla de Altamirano, de los municipios más pobres de México/Miguel León

  • Mixtla de Altamirano, de los municipios más pobres de México/Miguel León

  • Juana Zopiyactle, de 87 años de edad, madre de Moisés/Miguel León

  • Así viven Moisés, su hermano y su madre/Miguel León

  • Así viven Moisés, su hermano y su madre/Miguel León

  • Así viven Moisés, su hermano y su madre/Miguel León

  • Así viven Moisés, su hermano y su madre/Miguel León

  • Así viven Moisés, su hermano y su madre/Miguel León

  • Así viven Moisés, su hermano y su madre/Miguel León

  • Aquí viven Moisés, su hermano y su madre/Miguel León

  • Moisés Xochiquisqui Zopiyactle/Miguel León

  • Moisés Xochiquisqui Zopiyactle/Miguel León

y los perros que se cruzan con los zorros. La gente riega su excremento como abono porque ni siquiera hay letrinas.

Un lugar divorciado de los programas de asistencia social; inexplorado para los candidatos que rapiñan el voto y quizá, indigno de la misericordia de Dios…

Allí­, vive don Moises Xochiquisqui Zopiyactle, el hombre más desgraciado en la comunidad de Xala, perteneciente a Mixtla de Altamirano. El viejo no solo está atorado en la marginación como los otros 327 lugareños. Hace diez años le arrancaron su fuente de trabajo en una riña, a punta de machetes. “Sus dos brazos volaron como troncos y hubo harta sangre”, es lo poco que recuerda.

De acuerdo con los lineamientos del Consejo Nacional de Evaluación de la Polí­tica de Desarrollo Social, (CONEVAL) “Una persona se encuentra en situación de pobreza extrema cuando presenta tres o más carencias sociales y no tiene un ingreso suficiente para adquirir una canasta alimentaria”.

Son seis los aspectos que se toman en cuenta: el rezago educativo, las carencias por acceso a los servicios de salud, por acceso a la seguridad social, por calidad y espacios de la vivienda, por acceso a los servicios básicos en la vivienda y por acceso a la alimentación… Pues bien, don Moisés reúne, sin problemas, todos los requisitos para ser una de las personas más jodidas en toda la República Mexicana, entre los 55. 3 millones de desventurados que anuncia el CONEVAL.

Según comparte el traductor desde el náhuatl, el máximo anhelo para el hombre de 57 años, serí­a tal cual, recuperar sus manos y solo así­ poder bañarse por su propia cuenta en el manantial de Xala, coger la tortilla con quelites a la hora del almuerzo y orinar sin que nadie lo ayude. Pero, sobre todo, regresar al campo y mal vender la cosecha de frijol, para, quizá, librar a su madre de lo que parece una muerte vecina, consecuencia de un racimo de enfermedades.

La subagente de Xala, advierte que el hogar de don Moisés queda a unos 40 minutos caminando y no es seguro encontrarle, pues al menos un dí­a a la semana se desplaza 50 kilómetros hasta la comunidad de Mixtla, donde se tiende en el suelo para pedir limosnas. Luego anuncia la llegada de un visitador a la comunidad mediante un altavoz. “Es mejor que la gente esté enterada”…

Como antecedente, en mayo de 2005 un maestro de la escuela primaria fue asesinado. El presunto delito del docente fue meterse con una mujer ajena. Su castigo, 36 machetazos que filetearon su rostro. Uno de los agresores fue su alumno y tení­a 16 años.

“DON MOISES VIVE EN AQUEL CERRO; ES LA ÚNICA CASITA QUE SE DEJA VER”

Y así­ el camino empieza, con la mirada fija en el objetivo, aquel techo de lámina que se vislumbra a unos 7 kilómetros de distancia. El empedrado es bravo y de subida. El acompañante, esposo de la subagente de Xala recomienda memorizar una palabra del náhuatl: panolti, que no sólo significa un saludo formal, también es un ví­nculo entre cualquier forastero y los pobladores.

Las mujeres que se dirigen a lavar su ropa en el manantial de Xomiapa van apareciendo en el sendero y el traductor pregunta por Moisés, ellas en tono quedo y cabizbajas responden que lo vieron en su casa, dándole de comer tortillas a sus perros. Apenas reciben las gracias por la información y salen corriendo.

Y los metros comienzan a ser andados, en medio de una soledad perpetua, donde solo se escuchan las pisadas de bota y huarache sobre el camino de piedra. Si acaso, algunas chicharras que pregonan los 30 grados centí­grados que se perciben a las 11 de la mañana. Los jadeos comienzan a aparecer, el hombre se compadece del viajero y le aconseja que paren.

El agua de una cantimplora baña el rostro y de paso la sien para abatir los mareos. “Por aquí­ uno se acostumbra a recorrer distancias largas todos los dí­as. Mis chamacos gracias a Dios quisieron estudiar la secundaria y deben caminar una hora y media, ahí­ sí­ está cabrón pa”™ que vea” comparte el hombre con una respiración serena, sin rastro alguno de fatiga.

Don José, como le gusta que le llamen, es un hombre de 40 años, de mirada desafiante, cuero moreno como sus orí­genes indí­genas, de manos ásperas desde el saludo, espalda ancha, barriga abultada y dura como la piel de armadillo; no niega que gusta de beber pulque de fresa en las tardes.

Su gusto por la polí­tica lo ha llevado a masticar el idioma español, un plus que le ha dado comisiones representativas. No obstante que en este periodo municipal su cónyuge fue la de confianza para la alcaldesa mixtleca, Marí­a Angélica Méndez Margarito, de quien su mandato ha sido registrado como histórico, pues llegó junto con la alternancia, después de 84 años de gobiernos priistas.

Y pasados cinco minutos, el andar se retoma con una palmada de ánimo, don José camina hasta una curva y se para al filo de un voladero, de unos 30 metros de altura, la intención es alentar al caminante, pues la historia de don Moisés cada vez está más cerca, a unos 2 kilómetros.

El trayecto es amenizado por una clase de náhuatl básico, don José enseña a saludar, a decir cuando es si y cuando es no. Unas diez palabras se van replicando con dificultad y roban la única sonrisa del dí­a al hombre de Xala. De momento, el silencio es sacudido a lo lejos, por algo parecido a un cántico en el mismo dialecto.

“Es mejor que se detenga y prepare la cámara, ya lo vienen a visitar”, anuncia conocedor el hombre la llegada de don Moisés Xochiquisqui Zopiyactle, a quien se le ve salir de un camino sumergido, corriendo hacia los micrófonos; columpiando dos mangas blancas, balanceando el tronco de su cuerpo sin extremidades.

“¿Qué es lo que cantas?” se le cuestiona en su dialecto, luego de saludarlo con la mirada. El hombre de 57 años, en la frontera de la vejez, pero con un espí­ritu libre y entusiasta, suelta la carcajada. Dice que se llama “Ojitos Verdes” y si se busca en internet se halla con la autorí­a del grupo “Los Cenzontles”.

El de huaraches de cuero sin problemas acepta no solo a cantar una estrofa, lo hace por unos 15 minutos seguidos, hasta llegar a la brecha donde se oculta su casa… “Aquellos ojitos verdes con quién se andarán paseando, ojalá que me recuerden aunque sea de vez en cuando…¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! ¡ay!”…

LA CASA DE MOISES: LEJOS, MUY LEJOS DEL SIGLO XXI

¡Ikanikan!, ¡nikan!, ¡Ikanikan!, ¡nikan!, indica el hombre con efervescencia, que por ahí­, que ahí­ está su hogar, luego se adelanta y desciende un monte con rocas del tamaño de elefantes. Mientras tanto, el acompañante recomienda agarrar piedras, por si las dudas…

Avanzan, pues, 20 metros en picada; uno se cae y el otro lo levanta. De manera repentina, aparecen tres canes de ladridos feroces, patas largas y trompa afilada. Se trata de perros que se aparean en el monte con zorros, una especie silvestre, sólo obedientes a los gritos de don Moisés, únicamente así­ guardan sus colmillos puntiagudos.

Ya instalados en el terreno, los sentidos humanos comienzan a hacer la labor reporteril; el olor a leña se funde con aromas fétidos de excremento de chivos, de perros, zorros y hasta de humano. Con la vista se deprime cualquiera. Don Moisés sobrevive monte adentro, sin vecinos, ni luz eléctrica, tampoco tiene agua potable… No tiene dinero…ni brazos.

Saca la única silla de madera que posee, de unos 30 centí­metros de alto, con las patas devoradas por la polilla. El único asiento, es ofertado al forastero, don Moisés insiste que su lugar para la entrevista será el piso, finalmente ahí­ come, ahí­ duerme, ahí­ también llora cuando no hay qué comer.

Antes de detallar la manera en que perdió sus brazos, sigue al pie los protocolos de las costumbres en Xala, grita desde afuera y pide a los integrantes de su familia que salgan a saludar. De la puerta se asoman tres personas, todos adentrados en la vejez, carcomidos por la miseria.

A doña Juana Zopiyactle, de 87 años, Moisés le guí­a con el habla los pasos, la vista y la mano para presentarse, es una mujer con el cabello tan blanco como sus ojos; asediados de cataratas. Los huesos del cuello le brotan por desnutrición, como el aliento de unas cuantas décadas sin cepillarse las encí­as.

Calza unos huaraches de plástico color negro, con una falda azul de bordes artesanales, blusa rosada con lentejuelas, sin aretes, sin pulseras, ni sostén, dejando a la vista sus pezones renegridos, como todas las mujeres en Xala, Mixtla Altamirano, allá la ropa interior sirve para nada.

Moisés le dice cabizbajo al traductor que su madre está muy enferma, que no quiere que se muera, ya no puede siquiera echar tortillas en el fogón, a veces barre el piso de tierra, otras lava los trastos, si está de ánimos, como el dí­a de hoy, les da de comer a los canes tortillas echadas a perder.

Posteriormente, de la casa sale un hombre de 75 años, aproximadamente, Rubén Xochiquisqui, no tiene acta de nacimiento ni memoria, nunca fue a la escuela, ni a Mixtla, ni Zongolica, toda su existencia ha estado en los verdes prados de Xala.

El hombre queda boquiabierto cuando una cámara Cannon Réflex es desenfundada, lo mismo con el equipo de cómputo. El traductor le pregunta si habí­a visto algo así­ en años atrás, don Rubén solo sonrí­e y contesta que no, que amo, en su lengua.

Finalmente llega al patio de lodo y orines de borrego don Marcelo Xochiquisqui, la persona más importante en la vida de Moisés. Gracias a él y a su fuerza que escasea con el paso de los años es que estos tres forajidos han logrado subsistir. Si no fuera por la esterilidad de su esposa y por los 50 pesos que gana cada que surca los terrenos de maí­z, quizá no habrí­a historia, nada.

Y entonces, don Moisés procede a mostrar su morada: dos piezas con muros de tabla de ocote; en un cuadrado viven seis chivos que cuida don Rubén, el mayor de los Xochiquisqui, que son propiedad de don Marcelo, su única riqueza.

En el otro piso de tierra viven los tres seniles; la madre, la jefa de todo, duerme sola, sobre tablas que imitan la función de un colchón. Ya en el otro entarimado descansan Rubén y Moises, ahí­, en un espacio de 1 metro con 40 centí­metros ambos intercambian sus alientos.

Para enunciar las pertenencias que existen en el espacio de 15 metros cuadrados bastan dos párrafos de este escrito: en el suelo hay dos galones donde la familia almacena agua que nace del manantial, en el techo, cuelgan mazorcas que se ponen a secar para el nixtamal. En la casa no hay más de 15 prendas, que se reparten entre tres.

De unos clavos, cuelgan algunas ollas para los frijoles hervidos, y el fogón se ubica en el centro del techado. Son las pertenencias que la familia ha reunido durante décadas. Luego de conocer la propiedad de los Xochiquisqui, don Moisés procede a contar escenas de su vida, una de ellas la ocasión en que sus brazos los cortaron como palos.

“TODAVíA LLEVARON LOS CACHOS DE MIS BRAZOS AL HOSPITAL; PERO YA NO PUDIERON PEGíRMELOS”

Don Moisés, “Mochito”, como le nombran los amigos, se pone cómodo en el piso antes de contar su historia, abre sus piernas y sus genitales brincan sin que haga algo para remediar la situación, en Xala no hay prendas interiores, tampoco rastrillos.

Hace diez años era un pobre más en su comunidad: el hombre salí­a a trabajar a Tezonapa a tiznarse el rostro en tiempos de zafra. También lo llevaban en camiones hasta Huatusco al corte de café, donde se gana según lo que cortes, la velocidad en las manos y en los dedos es indispensable.

Un dí­a salió sin dinero y sin trabajo a buscar pesos prestados hasta Zongolica; en el camino de regreso se topó con un hombre que hací­a tiempo traí­a en la mira. “Ese cabrón se metí­a a mi terreno a chingarse la milpa, ya me tení­a bien enojado” comparte Moisés.

Fue que las miradas se cruzaron en un camino sin salida. Don Moisés tiró de gritos y maldiciones, el otro lanzó cuatro machetazos certeros. “Brinco y me cortó los brazos como palo, chinga”…se lamenta el entrevistado.

La gente lo levantó del piso y recogió sus extremidades que yací­an ensangrentadas sobre la terracerí­a. Moisés gritaba a los acomedidos que lo llevaran al hospital, que le dijeran a los doctores que se los volvieran a pegar. Luego entendió que era imposible y lloró y se marchó a casa.

“¡A su mecha!”, es la frase que le provoca sólo el recuerdo. Luego finaliza el relato, son escenas que no suele revivir, pues a partir de ese percance perdió la única herramienta con la que nace un campesino: su cuerpo, sus manos.

Así­ nació el pordiosero de Mixtla, el banquetero que bendice a quienes le regalan dinero afuera de la iglesia. Algo que le avergí¼enza, confiesa. Si bien hace tiempo ganaba de a poco cimbrando el hacha, hoy tiene que sujetar un vaso de plástico con la boca para atrapar monedas.

Así­ culmina la historia de Moisés Xochiquisqui Zopiyactle, el hombre más desgraciado de Xala, Mixtla de Altamirano. Amable se acomide a acompañar a los visitantes hasta la cima de la brecha. Ya no canta, apenas sonrí­e. Llega el punto donde dice que hasta ahí­ llega, luego se echa a correr, como es su costumbre, sale disparado a encerrarse en el cuarto, a anidarse en la miseria.


5 comentario(s)

J 19 May, 2016 - 03:23
¿Hay forma de ayudar a estas personas?

Gabriel 18 May, 2016 - 19:04
wow que relato. Fuerte y contundente. una crónica que no debe quedarse en este portal. El contraste con la ilusión de Duarte. Que cosa.
Que genial articulo.
Ojalá pueda haber más formas de que lo puedas difundir holy shit this is sososososososoosos tight my man!!

Adan Marin 17 May, 2016 - 22:14
Valla historia! Este es el estado prospero de Duarte, este es el México sin hambre de EPN. Esta es la realidad de nuestro país. Esta realidad ni con mil espectaculos comprados en el Cirque Du Soleil, ni mil portadas en la Rolling Stone cambiaran.

Jocelyn Orgen 17 May, 2016 - 19:09
Te acostumbras a todo a mirar sin adentrarte, a ser indiferente, vivo en la sierra entre Puebla y Veracrúz, todos los días convivo con gente en extrema pobreza, y nunca había podido definir lo que siento, al mirarlos en esta decadente situación, será que aveces pienso que ellos son tan afortunados, porque gracias a sus limitantes dan valor a las cosas mas fundamentales?, no debería de ser una condición. Tienes una manera muy padre de sensibilizar, me gusta la manera en que narras los hechos. Felicidades yo te sigo.

Concepción Hernández 16 May, 2016 - 13:19
Es una historia muy triste la de este señor. La realidad es amarga en esta pobreza extrema. A ver si la difusión del caso hace que llegue por ahí alguna esperanza de comer y vivir algo mejor para esta familia y para este pueblo de los más pobres del país.

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