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8 Columnas
Martes 08 marzo, 2016

"Yo levanté a sus hijos. Fue una orden"


•"De seguro ya los mataron"

Crónica de Miguel íngel León Carmona/En misión especial

  • Elvira Gómez, madre de Juan y Rodrigo Gómez. Desaparecidos desde septiembre de 2013

  • Elvira Gómez, madre de Juan y Rodrigo Gómez. Desaparecidos desde septiembre de 2013

  • Juan Gómez López. Desaparecido desde septiembre de 2013

  • Rodrigo Gómez López. Desaparecido desde septiembre de 2013

TIERRA BLANCA, Veracruz.-“Yo levanté a sus hijos, señora. A mí­ me dieron la orden. Seguramente ya los mataron” confesó por teléfono un ex policí­a estatal, refugiado en los Estados Unidos, a causa de amenazas de muerte en su contra.

Han pasado 42 meses desde la desaparición de Juan de Dios y Rodrigo Gómez López, de 17 y 19 años, ocurrido el 19 de septiembre de 2013. La madre, Elvira Gómez y los siete hijos que le quedan, han buscado en los sitios más recónditos de Tierra Blanca rastros de los suyos, más no ha habido resultados favorables.

Hace cuatro meses recibió un llamado con lada estadounidense. Una voz carcomida por el remordimiento confesó que mientras fungí­a como policí­a de Acatlán de Pérez Figueroa, en la frontera de Veracruz y Oaxaca, recibió la orden de levantar a sus dos hijos. Desde entonces, la madre vive con miedo, ignora si en realidad sus muchachos ya están muertos.

Con sustento en la denuncia 1064/2013, dictada ante el ministerio público de Tierra Blanca, Elvira Gómez, señala como principales sospechosos a íngela Alonso Malpica y a su marido Óscar Pulido. “Todo el tiempo me dijeron que iban a desaparecer a mis chamacos. La última amenaza, la más fuerte, fue el 16 de septiembre, tres dí­as antes de que los levantaran”.

A su casa llegó el “Padrino”, que entonces era el lí­der del cartel de los Zetas en el municipio terrablanquense. Éste le advirtió en la puerta de su casa: “Ten cuidado. íngela paga bien para que desaparezcan o maten al que sea”. Más tarde la señora Alonso Malpica fue llamada a declarar y absuelta de toda culpa en un santiamén.

Y así­ comenzó el calvario de Elvira Gómez, miembro del Colectivo Por la Paz Xalapa. Madre divorciada. Parte del 47 % del total de casos de desapariciones que la ONG tiene registro. Mujeres solteras, viudas o divorciadas que realizan las búsquedas por su cuenta, sin apoyos extras.

Una tragedia más, de las 400 existentes en Tierra Blanca, Veracruz, de acuerdo con Jaime Rochí­n del Rincón, Presidente de la Comisión Ejecutiva de Atención a Ví­ctimas (CEAV), quien así­ lo confirmó en una entrevista con Guillermo López Portillo, publicada el 08 de febrero de 2016.

“VOY A PAGARLE A LA MAÑA PARA QUE PIERDAN A TUS HIJOS”

El jueves 19 de septiembre de 2013 fue la última vez que la señora Elvira Gómez vio a sus dos hijos, “Juanito” y “Rigo”. “Se llevaban bien, pero el detalle es que eran los que menos conviví­an de los nueve hermanos. Ese dí­a decidieron acompañarse y se fueron juntos. Desaparecieron pues”.

La familia Gómez López, con ayuda de la Unión General Obrera, Campesina y Popular A.C. (UGOCP) del finado Margarito Montes Parra, consiguió unos predios en la colonia Lomas de Tierra Blanca, donde actualmente radican decenas de familias.

Con base en la declaración 1064/2013, íngela Alonso Malpica asegura que las tierras son de su propiedad, por lo que no ha dejado de amedrentar a los lugareños, contratando malosos para espantarlos y, en el peor escenario, eliminarlos. “Ya me habí­a hostigado muchas otras veces para que me saliera de mi casa. Una vez me mandó a los Zetas, al que gobernaba por acá. Ella le decí­a “Padrino”. Nosotros lo conocí­amos de vista y nos dijo: “Ten cuidado. íngela paga bien para que desaparezcan o maten al que sea”. Tres dí­as siguientes los jóvenes fueron levantados.

“SE LOS LLEVARON LOS ESTATALES”

Juan Gómez López avisó a su madre que irí­a, como de costumbre, a Córdoba, Veracruz. Debí­a resurtir su negocio ambulante dedicado a los envases desechables y venta de papel aluminio. Avisó que se llevarí­a a Rigo, su hermano mayor. “Yo debí­ haber ido con ellos. Siempre los acompañaba. Al parecer no me tocaba aún. Ojalá me hubieran llevado también”.

Cada joven dejó encargados a sus hijos. La madre, hasta la fecha, cuida a dos nietos, la mayor, una niña de 4 años. Los hermanos se trasladaron en un autobús de paso. Elvira Gómez llamó a Juanito, como le llama de cariño. Habí­an llegado con bien a su destino, así­ lo habí­an reportado.

Los hermanos, de regreso, se bajaron en el municipio de Acatlán de Pérez Figueroa, Oaxaca. Poblado que cruza en el la ruta Tierra Blanca - Córdoba. La madre supone que bajaron a ver al padre de Rodrigo, Lorenzo Rivera Rodriguez, actual regidor de obras públicas de Acatlán de Pérez Figueroa.

“Rodrigo la lleva muy bien con su padre, seguido lo iba a buscar. Además nosotros somos originarios de Vicente Camalote, Oaxaca”. Pasaron tres años y tres meses y la historia para la madre terminaba ahí­. Sólo sabí­a que el último contacto con los hijos fue a las 17 horas, ví­a telefónic,a y que el móvil sonó hasta el 23 de septiembre de 2013. La presunta verdad la escuchó en diciembre de 2015, mediante un ex policí­a estatal.

“YO LEVANTÉ A SUS HIJOS. SEGURAMENTE YA LOS MATARON”

Dos años después de los hechos Elvira Gómez recibió una llamada con lada estadounidense. Un expolicí­a, con aparente cáncer de remordimiento, confesó: “Yo levanté a sus hijos, señora. A mí­ me dieron la orden. Seguramente ya los mataron”. No dijo su nombre ni su edad ni el motivo del levantón. Sólo liberó la culpa y colgó.

La madre suplicó pesquisas al hablante. Finalmente confirmó su hipótesis, sin narrarla. Los hijos bajaron en Acatlán de Pérez Figueroa. Pasearon por el pueblo con sus bolsas de desechables. Ahí­ los levantó una patrulla de estatales, no aclara si de la policí­a oaxaqueña o veracruzana. Sólo confiesa que la orden la dictó el comandante Martí­n, Alias “La burra”, originario de Tetela, Oaxaca.

Los tuvieron tres dí­as con vida en los separos del pueblo, el policí­a declara que incluso les compró un refresco a los muchachos, pues los tuvieron sin comer y sin beber lí­quidos. Fue hasta el sábado en la madrugada que los mismos uniformados sustrajeron a los hermanos Gómez.

El expolicí­a, suplicó disculpas. Aparentemente su intención no era ayudar a la madre afligida. Más bien querí­a liberar los demonios culposos. Aseguró que él y su familia permanecen amenazados de muerte. Apenas pudo coger un carro a escondidas y librarse de ese empleo. “Me dijo que es horrible trabajar ahí­. Que una vez que entran ya no pueden salir. Si se rajan los matan”. Y así­ se perdió su testigo. La yaga de la madre volvió a brotar. “Sólo quiero saber si me los mataron” declara sin evocar una sola lágrima.

Una mujer de carácter áspero. Fue la primera que llegó a hacer compañí­a a los padres de los cinco jóvenes desaparecidos de Playa Vicente. No tuvo miedo, por el contrario, clavó una lona a punta de pedradas en el muro del inmueble donde se lee: “A mis hijos se los llevaron los estatales”.

De igual manera, inauguró el mural de desaparecidos en el ministerio público. A diario acude al sitio para vigilar que el plástico con las fotografí­as de sus hijos no se desprenda. Una rutina enfermiza que le produce la ansiedad. “Cuando el Fiscal no me tiene resultados, yo le pateo la puerta hasta que me atienda”, declara con recelo la madre.

“SI NO ES POR Mí CARíCTER NO ME TOMAN LA DENUNCIA”

“La licenciada Carlota Zamudio Parroquí­n no querí­a tomarme la denuncia. Me dijo que no fuera desesperada. Que pronto iban a desaparecer. Que regresara después. Pero yo le dije sus cosas y me tomó la declaración a fuerza”.

Según la publicación de El Piñero de la Cuenca, en la nota del 03 de diciembre de 2013, la licenciada Carlota Zamudio Parroquí­n se vio envuelta en un escándalo por extorsionar con el monto de 50 mil pesos para no “empapelar” a terceras personas en un secuestro registrado en la ciudad de Córdoba.

Finalmente, la madre pudo emitir su denuncia y señaló como principales sospechosos a íngela Alonso Malpica y a su marido Óscar Pulido. La pareja fue llamada a declarar y absuelta de culpas. “Siguen viviendo a dos cuadras de mi casa, nadie me va a quitar de la cabeza que fueron ellos. La autoridad no ha probado lo contrario” comparte la madre.

“ERAN CHAMACOS BUENOS, NO LA DEBíAN”

La madre, sentada en un comedor comunitario en el ministerio público de Tierra Blanca, decidió seguir las recomendaciones de los padres de Playa Vicente y declarar su doble desaparición ante elementos de la Gendarmerí­a Nacional. Con una vela con el mechero casi extinto, lo que traduce su esperanza al recuperar a los suyos con vida.

Elvira Gómez aprovecha para recuperar a sus dos desaparecidos, le pide ayuda a la más chica de sus nueve hijos. Decide describir primero a Juan Gómez López, el “Juanito”, un joven risueño, que le gusta bailar; pero que nunca aprendió. No bebí­a, no fumaba, ni consumí­a drogas. “A ninguno de mis hijos les permití­ esas cosas, al que me salí­a con su chiste me lo chingaba”.

El joven de 17 años salió de su domicilio vistiendo una camisa morada de manga larga, fajada como suele usarla. Zapatos marca Converse color negro y un pantalón de mezclilla azul. Comió papaya picada con su madre un dí­a anterior y se quedó dormido sobre su hombro.

Por su parte, a Rodrigo, alias el “Rigo”, lo describe como un muchacho alegre, coqueto, “re”™noviero”, amante de las motocicletas y la cumbia. Un as cazando conejos en el monte. La mitad de su tiempo era para la escuela; la otra para su oficio en la albañilerí­a. “Ese canijo no habí­a fiesta de 15 años a la que no fuera. Se iba a echar sus pasos, es bien bailarí­n mi niño”.

Rodrigo Gómez López, según relata su madre, no debió haber ido con Juan, no eran los hermanos que mejor se llevaban. Finalmente aceptó acompañarlo y se perdieron juntos. Quizá, en la antesala de la muerte, fue al hermano que más amó. O tal vez es a quien ha aprendido a sobrellevar donde quiera que los malandros los tengan reclutados.

Hasta la fecha su madre no hay dí­a que no pida informes sobre ellos. Seguirá clavando la lona donde demanda su enojo con los policí­as estatales. No dejará de patear la puerta del fiscal hasta que le rinda avances en la investigación. Vive con el celular pegado al pecho, por si el expolicí­a se apiada de ella y decide relatar el final de esta pelí­cula de horror.


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