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Crónicas
Sábado 05 marzo, 2016

"Mataron a nuestros hijos, no mataron a unos perros, y exigimos justicia"

Los peores 52 dí­as de sus vidas
•"Soy madre soltera. Y si me entregaran un hueso, unas cenizas, y dijeran: Es tu hija rechazarí­a esa versión. Yo quiero su cuerpo, para enterrar completa a mi niña"
•Habla la señora Carmen Garibo, madre de Susana, la chica de 16 años secuestrada por los policí­as de Arturo Bermúdez en Tierra Blanca
•"En ningún momento la terapia psicológica me quitará la rabia, el dolor y la impotencia"


Tierra Blanca, Veracruz.- “Dicen que los muchachos ya están muertos, que supuestamente los quemaron. Pero si a mí­ me entregaran un pedacito de hueso o un puño de cenizas, y me dijeran: esta es tu hija, yo no aceptarí­a esa versión. O sea, que ahí­ quedara todo. Para estar conforme yo quiero recuperar por lo menos su cuerpo. Enterrar completa a mi niña”.

Crónica de Miguel íngel León Carmona/En misión especial

  • Carmen Garibo Maciel, madre de Susana, uno de los jóvenes desaparecidos

  • Susana Tapia Garibo, uno de los jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca

  • Susana Tapia Garibo, uno de los jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca

  • Carmen Garibo Maciel, madre de Susana, uno de los jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca

  • Carmen Garibo Maciel, madre de Susana, uno de los jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca

Son las 19 horas del dí­a 52, en el campamento de Tierra Blanca, Veracruz. Carmen Garibo Maciel, madre de la menor de edad desaparecida, Susana Tapia Garibo, no ha podido recuperarse del contendido en la declaración del octavo policí­a detenido, quien asegura haber visto moler a las cinco humanidades en máquinas picadoras de caña. Permanece recostada boca abajo, con una almohada presiona su nuca y oculta el llanto.

No obstante, don José Bení­tez le anima y la invita a comer. “Párese, doña Carmen, debe de estar fuerte. Esto todaví­a no acaba, falta mucho”, y las demás madres la levantan del piso, la acompañan hasta los comedores de plástico y le sirven un plato con espagueti verde. La madre con la mirada extraviada, apenas prueba bocado, solo juega su comida con la cuchara de aluminio.

La señora Carmen Garibo es quien menos habla de los cinco padres victimizados, el paso de los dí­as le ha borrado su semblante saludable. Sus familiares le advierten que está bajando de peso. Duerme de a ratos, según su ánimo le indique.

Ve fotografí­as de su desaparecida, se tortura también con noticias que relatan el presunto final de horror. Verbos de violencia es lo único que encuentra sobre el caso de los cinco jóvenes de Playa Vicente, secuestrados por policí­as de Arturo Bermúdez Zurita.

Se le ve desplazarse del suelo donde duerme al altar de los desaparecidos. Frente a la ofrenda, donde se aprecia una pared blanca, con algo similar a un mural de imágenes; no son santos ni divinidades, son personas privadas de su libertad; 31 casos de desapariciones, registrados en 31 dí­as. En el 47 % de los actos delictivos, las ví­ctimas señalan a agentes policiales y elementos de la milicia como sus principales agresores.

Su pena no le impide lavar los trastes, barrer la cochera o lavar el baño que se comparte entre los nueve familiares. La madre ronda por el sitio con su cara hinchada, con rastros de llanto, todos la ven y respetan su pena. En dos ocasiones han tenido que reanimarla los médicos; está cansada. “Por una parte quiero que ya termine esto. Si ya los mataron que nos los den y nos vamos”.

Según la valoración de los psicológicos de la División Cientí­fica, de la Policí­a Federal, Carmen Garibo Maciel atraviesa un proceso de duelo, difí­cil de superar, puesto que no cuenta con redes de apoyo, familiares que la acompañen en su calvario. La madre vive sola en el plantón.

“Yo no sé si en otras personas la ayuda psicológica sirva, pero yo desde el principio les dije que no querí­a platicar con ellos. Sus palabras no me van a quitar la rabia, el dolor y la impotencia. A mí­ las consejos de nada me sirven, yo quiero de regreso a mi Susana, es todo lo que pido”

NO SON PERROS, SON NUESTROS HIJOS A QUIENES MATARON, EXIGIMOS JUSTICIA

La frase del dí­a 52 la emite José Bení­tez Herrera, padre de desaparecido. Cuando el reportero le pregunta “y ahora qué sigue” el hombre contesta con el ceño fruncido: “Sigue encontrar a todos los culpables. Mis hijos no son perros como para conformarnos con su muerte”.

Y así­ va muriendo la séptima semana de espera. La rabia de José Bení­tez la transmite a las demás madres mediante frases con voz gruesa. Limpian sus lágrimas con las palmas de sus manos y recobran partes de sus fuerzas. Se metalizan para postergar la espera, verán que llega primero; si sus hijos o la justicia.

“ES MUY DURO UNA DESAPARICIÓN, SIENDO MADRE SOLTERA”

Tendida sobre una colchoneta, con el agua de la lluvia que ya escurre hasta sus pies, Carmen Garibo Maciel comparte su experiencia como madre soltera. Tan sólo en el colectivo Por la Paz Xalapa, de 37 familias victimizadas, el por 43 % de los casos, presentan experiencias similares a la de doña Carmen. Madres solteras, viudas y divorciadas que realizan la búsqueda por su cuenta.

“Hace 13 años que me separé. Es difí­cil vivir sola esta tragedia. No serí­a lo mismo si tuviera a alguien aquí­. No tengo palabras de aliento, no hay abrazos. Lo difí­cil es que todos me preguntan a mí­ sobre mi hija, tengo que repartir ánimos a mis demás hijos. Quisiera que todo terminara pronto” relata mientras ingiere pastillas para el dolor de cabeza.

La madre colabora en el campamento con las tareas domésticas, reza junto con sus compañeras. A un ser omnipotente suplica le enví­e fuerzas para no flaquear, para no tirar la toalla blanca. “Yo no digo que no se pueda, pero si no se tiene apoyo, si la situación económica es mala, como la mí­a, serí­a imposible hacer tanto presión como en este momento hacemos trabajando en equipo”.

Y así­ culmina un dí­a más en un sitio parecido a una prisión; los mismos muros sucios, el mismo techo de lámina, un clima caluroso no se apiada de los acampantes. Los moscos hacen lo propio y sacian sus placeres sanguí­neos. Carmen Garibo Maciel es la primera en disponerse a dormir. A veces se refugia debajo de las cobijas de albergue. Sólo se proyecta la luz de la pantalla de su celular. Se ignora el contenido que consulta, únicamente lamentos se atestiguan.

La madre, antes de terminar con la entrevista, exorciza los demonios que la angustian: “Quiero saber qué pasó con mi niña. Quiero justicia. Me da rabia que no condenen a los policí­as, todos sabemos que fueron ellos. Ellos los mataron”.

Talla su espalda, sus hombros, su sien, intenta disminuir sus dolores. La madre se oculta nuevamente entre sus sábanas, en su intimidad. Ahí­ soñará como otras veces, con las carcajadas de Susana, a quien ve en imaginarios tal cual salió aquella tarde trágica del 09 de enero.

Luciendo un vestido holgado, sin mangas, color negro, adornado con flores en tonos rosados, a la altura de las rodillas. Mismas prendas que presuntamente ardieron en hornos humanos y se perdieron entre los brazos del rí­o Blanco. Aguas negras, aguas de la muerte.


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