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Viernes 12 febrero, 2016

Armando Adriano renunció al IPE

•Pierde Duarte a un polí­tico capaz
•Se fue de ahí­... por dignidad

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Dicen que en la vida pública ningún polí­tico renuncia al jefe, sino que por lo general, el jefe despide al colaborador. En todo caso, a su empleado.
Pero en la circunstancia de Armando Adriano Fabre, él mismo presentó su renuncia a Javier Duarte como director del Instituto de Pensiones del Estado de Veracruz, IPE.

Luis Velázquez

Y dimitió, lleno de dignidad, congruente consigo, en ejercicio de la libertad, su libertad, que al mismo tiempo constituye una garantí­a constitucional.

Durante muchos meses debió aguantar agravios, callado, en silencio, digamos, institucional.

Abogado, notario público, maestro en la Universidad Veracruzana, que suele trabajar en las tres opciones profesionales, lleno de vida, laborando incluso hasta los sábados, ningún secretario del gabinete legal ni tampoco ningún director del gabinete ampliado tiene la alegrí­a de vivir como Armando Adriano.

Siempre alegre. Contento. Optimista. Con una enjundia que le permite empujar la carreta, porque tiene claro su objetivo: él mismo es su brújula.

Incluso, enfrentando los huracanes, jamás pierde el sentido de la vida.

Un dí­a, en un restaurante, los meseros empezaron a cantar a una adolescente que cumplí­a años sentada en una mesa con sus padres.

Y Armando se levantó de la otra mesa y se unió a los meseros y se puso a cantar y su voz estruendosa, olí­mpica, resonaba más que la de todos, a tal grado que era la primera voz, la que marcaba el desfile musical de aquel coro.

Cada mes, por ejemplo, se enfrentaba con los señores de la Secretarí­a de Finanzas y Planeación para el pago inmediato y puntual a los pensionados.

Un dí­a, de plano, estuvo a punto de madrearse con Juan Manuel del Castillo, director de Egresos, cuando le dijo (¿Le habrí­a ordenado?) quitar, achicar, regatear la pensión a los jubilados, luego de 30 años de servicio ininterrumpido.

Sólo la pronta intervención del sexto titular de SEFIPLAN, Antonio Gómez Pelegrí­n, evitó que uno y otro duartista terminaran a los madrazos.

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Cada mes, el mismo viacrucis en el pago a los pensionados y a los trabajadores.

Y cada mes, el rafagueo en contra de Armando Adriano, en un proceso burocrático del que era ajeno, porque la SEFIPLAN padece, como ha expresado el senador Pepe Yunes Zorrilla, “desorden administrativo, caos financiero y corrupción polí­tica”.

Es más, hacia el mes de diciembre, cuando los pensionados bloquearon la secretarí­a de Educación y torpedearon la carretera, el (ex) director del IPE fue enviado como apagafuegos, pero sin arma ni fusil.

Y cumplió la orden.

Pelegrí­n permanecí­a escondido, harto, quizá, acaso, de que como reza el adagio, “está bailando con la más fea” por tantas irregularidades desde hace 5 años con dos meses y doce dí­as en la dependencia.

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La gota que derramó el vaso ha sido la siguiente:

Hasta donde se sabe si se sabe bien, porque además Armando Adriano es una tumba, es que Javier Duarte pretende disponer de la millonaria Reserva Técnica del IPE, una especie de fondo para utilizarse en una emergencia y evitar el colapso del instituto.

Y Duarte la quiere utilizar para entregarla al grupo financiero “Value”, que en su registro tiene cinco empresas, tres de las cuales son la intermediación bursátil, una sociedad de inversión de deuda para personas fí­sicas y un fondo de renta variables para personas fí­sicas y morales.

También, una casa de bolsa y una arrendadora, según se lee en su página digital.

Y ante tal operativo, Adriano Fabre se opuso.

Y argumentó.

Y luego de las discordancias con el gobernador actuó con una gran honestidad, una integridad fuera de serie, y presentó su renuncia dí­as anteriores.

Por vez primera un funcionario público le renuncia a Duarte.

Quizá, acaso, también habrí­an dimitido por su voluntad y en su momento Tomás Ruiz González y Fernando Chárleston Hernández a la Secretarí­a de Finanzas y Planeación.

Pero, de ser así­, se ignora.

Armando Adriano renunció, luego de que las diferencias polí­ticas y sociales y financieras y económicas en el manejo del IPE se recrudecieran.

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Habrá de concentrarse en sus vocaciones básicas. El magisterio en la Universidad Veracruzana, y en donde, con todo, también recibió la orden (rudeza innecesaria) de bombardear a la rectora, Sara Ladrón de Guevara, cuando estallara el conflicto de Javier Duarte con la UV a propósito de los más de dos mil millones de pesos que le adeuda tanto del subsidio estatal como federal.

También se centrará en su despacho notarial, donde en sus años en el IPE tuviera un adscrito.

Y, por tanto, y una vez más, canija y misteriosa como es la vida, a empezar de nuevo. Mejor dicho, a seguir en el camino correcto. La academia y la notarí­a, lejos de las pinches y sórdidas pasiones polí­ticas, tan llenas de intrigas y calumnias.
Bien lo decí­a Juan Maldonado Pereda, QEPD. “La polí­tica es un tragadero de hombres”.

Habrá, pues, llegado aquel momento crucial cuando en Ginebra, la tarde de un sábado lluvioso, Jorge Luis Borges se sienta en la banca de un parque solitario, solitario también él, y el viejo Borges platica con el joven Borges y uno y otro revisan su vida y su pasado y su presente.

Y el joven reprocha al viejo. Y el viejo al joven en un ejercicio frí­o, sereno, ecuánime.

Y a partir de ahí­, Adriano Fabre reciclará una vez más su vida, reinventándose, tan lleno de imaginación como es él mismo.
Tiene un nombre y el respeto. Pero más aún, un prestigio que ha de cuidar, pues en el viaje duartista sexenal nunca, jamás, se manchó ni estuvo involucrado en escándalos ni cayó en el hedonismo polí­tico ni desvió recursos públicos ni se enriqueció de manera ilí­cita, a la sombra del poder.


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