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A Mil por Hora
Lunes 08 febrero, 2016

“Tengo mucho miedo de que mi hijo esté muerto”

Algunos padres de los jóvenes levantados por elementos policiacos de Arturo Bermúdez en Tierra Blanca temen por el destino de sus hijos
•"El dolor por la ausencia de mi hijo ni siquiera se compara cuando los malandros desaparecieron a mi padre"
•"Cada dí­a que pasa me siento en la desgracia; los peores dí­as de toda mi vida"


(Esta crónica ya fue publicada en el blog.expediente.mx. Se reproduce porque el padre de Bernardo Bení­tez Arróniz ha confiado que luego de que la secretarí­a de Gobernación les informara que en un rancho de Tlalixcoyan hallaron los restos de dos de los cinco chicos levantados por policí­as en Tierra Blanca, todo indica que uno de ellos es su hijo).

Crónica de Miguel íngel León Carmona/blog.expediente.mx

  • Bernardo Benítez Arróniz. QEPD

“Recibí­ una llamada a las nueve de la mañana. Era el comandante Silvestre Medina Gasca, me avisó que vení­an unos psicólogos de la gendarmerí­a para platicar con todos los familiares. Mi pensamiento fue que ya sucedió lo peor y vienen a prepararnos. Tengo mucho miedo que me digan que a lo mejor mi hijo ya está muerto”.

Han transcurrido 18 dí­as, 432 horas desde el levantamiento a los cinco jóvenes de Playa Vicente, Veracruz, a manos de elementos de seguridad pública del estado. A la fecha, las investigaciones siguen sin calmar la podrida angustia de los padres de familia. Don Bernardo Bení­tez Herrera, teme en serio por la vida de su hijo, Bernardo Bení­tez Arróniz. La mañana del 28 de enero, ha sido distinta a las 17 anteriores.

En punto de las diez de la mañana, entraron por la puerta del Ministerio Público de Tierra Blanca elementos de la División Cientí­fica de la Policí­a Federal; dos psicólogos y uno más del departamento de genética forense. La indicación la dictó don Bernardo Bení­tez, “debemos cooperar con esta gente. Vienen a platicar con nosotros, son cosas de rutina”. De esa manera intentó apaciguar la zozobra.

Los agentes federales, coordinados por el doctor Ciro Humberto Ortiz Estrada, jefe de la División Cientí­fica, explican que su labor es atender a las ví­ctimas del delito. Advierten a los familiares que han llegado a integrar perfiles, además de realizar muestreos de ícido Desoxirribonucleico, (ADN).

Los padres, temerosos, caminan hacia las mesas de trabajo; muebles de plástico de empresas cerveceras, ubicadas a un costado de los retazos de colchonetas donde acampan desde el 11 de enero. Las labores se reparten entre cuatro, pues la quinta madre permanece inconsolable en Playa Vicente, en su casa, esperando ansiosa el regreso de su hijo, José Alfredo González Dí­az.

Jamás, en los 17 dí­as de campamento se habí­a percibido tal ambiente lúgubre. Las recomendaciones de los profesionales de la Policí­a Federal son concretas, eviten ver noticias, señores. No es bueno para su salud. Considerando que entre las ví­ctimas del múltiple levantamiento se encuentran dos padres diabéticos y una más hipertensa, a quien la muerte ya la amagó con un paro respiratorio.

Las charlas se llevan a cabo con voces sigilosas. Hay suspenso en los demás presentes: hermanos, tí­os, novias y amigos de los cinco desaparecidos, no se explican por qué a sus parientes les miden el ritmo cardiaco y la presión arterial. Las instalaciones permanecen inmutadas.

Agentes federales, con finura psicológica, rondan los pasillos ministeriales como pájaros de mal agí¼ero. Por primera vez se desgajan lágrimas masculinas. La virilidad ha muerto en el inmueble. Los demonios de la inseguridad en Veracruz han mordido de nuevo.

La catarsis finaliza tres horas. Los miembros de la División Cientí­fica se despiden y aseguran que las visitas se volverán diarias. Don Bernardo Bení­tez los acompaña a la puerta. Regresa cabizbajo, sus manos las lleva a la espalda. Mientras tanto, cada padre se dirige a su rincón de piso, al siniestro mundo del silencio. Ahí­, donde sus imaginarios los azotan.

“ESTE DOLOR NO LO COMPARO NI CUANDO DESAPARECIERON A MI PADRE”

Don Bernardo Bení­tez, luego de varias horas de meditación, enciende un cigarrillo apoyado en un escalón de la comandancia. Comparte su dolor vivido en las últimas horas. “Es muy desgastante. Cada dí­a que pasa, mis pensamientos me llevan a la desgracia, qué más quisiera que me dijeran que están vivos y poder llevárnoslos a nuestras casas. Que esto no fuera más que una pesadilla. Que terminaran los peores dí­as de mi vida”.

La llamada del comandante Silvestre Medina Gasca sacudió al padre de familia desde temprano. Le advirtió que el registro de llamadas de los policí­as que secuestraron a los cinco, arrojaban coordenadas en el rancho El Limón, en el municipio de Tlalixcoyan, Veracruz, donde los perros rastreadores de la guardia federal ya agudizan sus olfatos.

“Le enviaré a un grupo de psicólogos, señor Bernardo. Llegan en una hora. Van a platicar con ustedes como parte de un protocolo”.

“Esas palabras me pegaron como no tienes idea. Mi pensamiento fue: ya sucedió lo peor y vienen a prepararnos. No hay nada que esconder, a veces deseo que esto ya termine; pero a la vez me da mucho miedo, tengo miedo que las cosas no vayan a ser como nosotros queremos. No me gusta pensarlo, pero debo aceptar que hay posibilidades que las cosas sean así­”.

El hombre, de 54 años, decidió absorbe solo el trago amargo de la noticia. Prefirió callar para no alarmar a los demás. “Hablé con mi hermano José, padre de José Bení­tez de la O, le dije que habí­a muchos rumores y que mejor se regresaran de las diligencias en la Cuidad de México. Debemos estar todos juntos para lo que viene”.

Con ojos cristalinos, el padre de familia acepta invadido de tristeza que el penoso suceso que atraviesa, supera la desaparición de su señor padre, don Manuel Bení­tez Sánchez, alcalde en tres ocasiones de Playa, Vicente, Veracruz.
Secuestrado en 2009 y desde entonces la familia no ha vuelto a saber de su paradero.

“No podrí­a explicar con palabras lo que estoy sintiendo. Lo único que te puedo decir es que este dolor no se compara ni con el evento de mi padre. Lo quise mucho, es una pérdida que nunca va a sanar; pero lo de mi hijo me quiebra de verdad, no puedo expresarlo”, comparte don Bernardo mientras libera su dolor con soplidos de humo grisáceo.

“Me dicen que ya hay indicios y sé que puede ser algo definitivo; pero no quiero que me den la noticia. No sé si vaya a soportarlo, no sé qué vaya a ser de mí­. Pienso en mi esposa, en mi otro hijo, en todos, es lo que me da fuerzas”.

Don Bernardo Bení­tez decide ceder el cuestionario a su cónyuge, la señora Columba Arróniz González, quien lo toma del brazo y le recuerda que debe tranquilizarse, su diabetes lo tiene amenazado. Aunque los médicos lo valoraron estable de salud, prefiere abstenerse de altibajos emocionales.

“ESTOS ÚLTIMOS DíAS HAN SIDO TRAUMíTICOS”

“Últimamente mi mente se ha bloqueado. Sé que los muchachos pueden estar en una situación fatal, pero me niego a creer que ya pasó lo peor. Trato de pensar en Bernardo. Le enví­o mensajes positivos con mi mente y con mi corazón: “Ten fuerza, no tengas miedo, nosotros estamos luchando por todos los medios para encontrarte. Te amo muchí­simo”.

Palabras de una madre que se aferra a la esperanza. Antes que los psicólogos de la Atención a Ví­ctimas del Delito, le recomendaran dejar de ver noticias, ella lo habí­a decidido. Sin embargo, las diligencias periciales se han encargado de agotarla. Las noticias siniestras se filtran por cualquier conducto y laceran cada uno de sus sentidos.

“Todos estos reportes han sido traumáticos, detesto los procesos. Lo único que quiero escuchar son los resultados, saber si están vivos o no. Tantos muertos que han encontrado últimamente y a uno le toca saber si se trata de los muchachos o no. Estoy muy agotada”.

Doña Columba Arróniz designa tres horas para recobrar sus fuerzas, para mantenerse en pie como hasta ahora. “No puedo dormir mucho, me la paso mirando hacia el cielo, recuerdo a Bernardito cuando veo su foto y me lleno de ganas de abrazarlo. Siempre ha sido nuestra adoración. No me imagino regresar a mi casa sin él. Quisiera no perder la fe.

La madre culmina su testimonio, toma la mano de su esposo y juntos se dirigen al altar principal en las instalaciones del ministerio público, a refugiarse con las autoridades celestiales, quienes los escuchan y los llenan de consuelo, asegura la madre. De las autoridades terrenales sencillamente se han hartado.

LA ANGUSTIA, EPIDEMIA DEL DUARTISMO

A partir del 11 de enero de 2016, cinco historias de macabra intranquilidad se sumaron a un aproximado de mil 200 casos en Veracruz. La ansiedad, el miedo, los llantos inagotables, son tan solo algunos sí­ntomas de esta putrefacta enfermedad, que se propaga de norte a sur, sin omitir el centro, en el estado de Javier Duarte de Ochoa y Arturo Bermúdez.

Más doloroso que la misma muerte, así­ lo describen madres y padres de desaparecidos. Existe una fila inmensa en espera de averiguaciones, hallazgos, vestigios, respuestas. Son los únicos sedantes que las ví­ctimas de diferentes delitos en el estado necesitan y de emergencia.

Es el caso de los jóvenes de Playa Vicente: Bernardo Bení­tez Arróniz, José Bení­tez de la O, José Alfredo González Dí­az, Mario Arturo Orozco Sánchez y Susana Tapia Garibo, a 18 dí­as de su desaparición forzada sus padres esperan, optimistas, respuestas; no obstante desconfí­an del escenario montado el dí­a de hoy, desconocen si se trata de una escena final, fúnebre.


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