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Crónicas
31 enero, 2016

Los pobres duermen con perros y gatos para calentarse el cuerpo

"Tuve nueve hijos y a tres ya los corrió la pobreza
•"Aquí­ también tenemos hambre y estamos hartos enfermos. Aquí­ hace un chingo de frí­o": vecinos de La Perla, uno de los municipios con la más alta miseria según el CONEVAL
•En las noches se tapan con retazos de colchones
•"No hay dinero para comprar ni alimentos ni cobijas"


LA PERLA, Veracruz.- “Aquí­ se llama El Paso, Veracruz, porque nomás pasan de largo las camionetas con ayuda hasta otros pueblos, solo porque están más pegaditos al Pico de Orizaba. Pero el gobierno se olvida de nosotros. Aquí­ también tenemos hambre y hartos enfermos. Aquí­ también hace un chingo de frí­o”.
El Paso, Veracruz, es una localidad enclavada en la serraní­a de las faldas del Volcán Citlaltépetl, perteneciente a La Perla, Veracruz, uno de los diez municipios con mayor í­ndice de pobreza extrema en el estado, de acuerdo con las cifras del Consejo...

Miguel íngel León Carmona

  • Familia en La Perla, Veracruz; con hambre, frío y enfermedades

Nacional de Evaluación de la Polí­tica de Desarrollo Social, (CONEVAL).

La gente de la localidad no sabe medir la temperatura durante la madrugada, ni siquiera existen los termómetros. Lo único que aseguran, es que el frí­o les dicta compartir los retazos de colchones tamaño individual entre cuatro familiares. Seis seres vivos se refugian acurrucados de las temperaturas glaciales, si se cuenta al perro y el gato. Mascotas fieles en los peores escenarios de la miseria.

Un pequeño infierno más allá de las nubes, a 2740 metros sobre el nivel del mar. Los 471 habitantes no comercian con dinero, practican el trueque; papa, frijol, maí­z, haba y quelite. “Aquí­ casi no hay monedas, si no se muere uno de hambre es gracias a las cosechas. El problema es que no hay dinero pa”™comprar medicinas ni cobijas en estos tiempos de frí­o”.

En El Paso, La Perla, nadie ha culminado la preparatoria. El querer perseguir el sueño de las letras debe trasladarse hasta Ixhuatlancillo, la ciudad semiurbana más próxima. La utopí­a del estudio requiere una inversión diaria de 60 pesos, tan sólo en transporte. Equivalente a tres dí­as de ingresos de la familia De la Trinidad Ramí­rez y sus 11 integrantes.

“PA”™ SUBIR AL PUEBLO ESTíN LOS PIRATAS”

Hay al menos una veintena de automóviles que ofrecen su servicio de transporte; desde la localidad de La Perla hasta San Miguel Chinela: cacharros coloridos de segunda mano marca Tsuru modelos 96 - 98. Los únicos que desafí­an el camino empinado hacia las montañas.

Su principal ingreso proviene de los turistas con rumbo al Pico de Orizaba. La gente de las comunidades poco ocupa el servicio. Se trata de un lujo pagar 20 pesos por corrida. Sólo en caso de verdaderas emergencias o cada mes, cuando se surte de semillas o productos de la canasta básica para sobrevivir allá arriba.

“Nos dicen piratas porque no tenemos papeles ni permiso para andar llevando gente, pero somos los únicos que nos aventamos a subir. Un camión no llega por lo colgada que está la carretera”, comparte don Mauricio, quién compró su carro en 20 mil pesos a un taxista de Orizaba, gracias a sus ocho años trabajando en suelo estadounidense.

El costo por el servicio de transporte es de 20 pesos por persona, 25 para los visitantes. Una corrida en el pirata solamente se usa en casos de extrema necesidad, pues tan sólo el viaje equivale a un dí­a de ingresos para las familias de El Paso, Veracruz y las demás localidades que circundan el volcán más alto de México.

Doña Rosalí­a Pérez, no rebasa los 50 años, solicita el servicio colectivo con otras seis personas y pide al conductor que apile sus tres costales de maí­z en la parte trasera. Habrí­a desafiado a la montaña en burro, pero en el invierno, nadie está exento de perder el camino entre las espesas capas de niebla y caer en algún voladero.

Para llegar a la cima, el vehí­culo debe cruzar siete localidades: de La Perla a Hierba Buena, la señora Rosalí­a habla con otra pasajera sobre el frí­o insoportable de la noche anterior. De Hierba Buena a Los Fresnos le pregunta si sirve el televisor que dio el gobierno federal. Para llegar al Tejocote se lamenta, pues le pagaron a tres pesos el manojo de alcatraces y apenas sacó 30 pesos en el dí­a.

De Tuzantla a Linderos, las señoras bajan del pirata y lo empujan con los otros cuatro pasajeros, pues la baterí­a anda fallando. De Linderos a Chocamán doña Rosalí­a comenta que será abuela por séptima vez, de su hija de 35 años.

Para llegar a Xometla, advierte que ya le urge el pago de Prospera para los zapatos de sus nietos. Se despiden finalmente en El Paso. Cada quién se desví­a a sus diferentes labores, a doña Rosalí­a ya lo esperan sus dos hijos para ayudarla con los costales de maí­z.

Así­ se recorren 20 kilómetros, un peso por cada mil metros recorridos cuesta el transporte no oficial de la zona serrana. “Somos como un mal necesario para la gente. Si medio sale pa”™ tragar es gracias a los turistas. A la plebe le fiamos a cada rato”, y se despide don Mauricio levantando su sombrero de cuero.

El pirata desciende las cumbres, sin necesidad de gastar gasolina, don Mauricio pone la palanca de velocidades en punto muerto y deja que la inclinación del terreno lo impulse hasta su base. A lo lejos una anciana ya le hace señas pidiéndole aventón.

EL PASO, VERACRUZ: LINDEROS MíSEROS

El Paso, Veracruz es una hilera de colinas. Chipotes de tierra que en su cima permiten la vida a 77 familias. Allá arriba, pareciera que las intensas ráfagas de viento, replicaran los quejidos de 470 habitantes; lamentos de hambre y de frí­o. Campesinos enfermos y decepcionados al saber que su existencia solo la conoce Dios y los santos de sus altares.

A la llegada de algún visitante, miradas comienzan a sentirse desde diferentes esquinas. Los perros son los primeros en oler a un foráneo. Ladran y muestran sus colmillos para marcar el territorio, acto seguido bajan montones de chamacos, no mayores a los 12 años. Inmutados, solo observan. Aguardan a que un adulto aparezca y cuestione al extraño.

-Buenos dí­as, ¿qué se le ofrece? pregunta con el ceño fruncido, un hombre de bigote delineado.

A lo lejos, ya resuenan las suposiciones de la gente: “seguro es del gobierno”. “Dí­gale que ya no llega el dinero para nuestros viejos”. “Que le pida cobijas”. “Para cuándo el pago de Prospera”. Ecos de la miseria, acallados durante varios meses. Voces que solo se atienen en periodos de contiendas electorales.

Luego de enterarse que se trata de una entrevista, José de la Trinidad Bautista, tiende la mano y silencia a los canes. “Acá lo único que va a escuchar son cosas feas. La gente ya no confí­a en nadie. Han venido polí­ticos a prometer ayuda, pero nomás se burlan de nuestra pobreza. Venga pues, le voy a platicar”.

El lí­der de la localidad abre la puerta de su casa, un cuarto de dos metros cuadrados hecho con la madera que le obsequian los pinos en la parte superior de la montaña. En el interior se encuentra su familia, al menos ocho integrantes están pasando un rato de coraje.

“SEGÚN IBAMOS A PODER VER LAS NOVELAS”

Timotea De la Trinidad, la más pequeña de los nueve hijos, da la orden a su abuelo que actualice los canales en la televisión que el gobierno federal entregó en el programa Mover a México. “Así­ abuelo, apriétele este botón”, orienta pacientemente la pequeña.

“Esta chingadera ni sirve. Ya me desesperé, nos dijeron que según í­bamos a poder ver las novelas. Que se iba a ver todo más clarito, más chingón. Puras mentiras”, comenta furioso el hombre de 85 años.

Las pantallas planas que recién repartieron los vocales del programa federal Prospera no funcionan en su totalidad, apenas se ve un canal localpor ratos. Su problema lleva un mes sin resolverse. Sofí­a Guadalupe de la Trinidad Ramí­rez, de 14 años, todos los dí­as actualiza la lista de canales digitales, sin embargo el resultado es el mismo.

El señor más grande de la familia comenta a su hijo, don José de la Trinidad Bautista: “Lástima que no aceptan estas fregaderas en los empeños, un vecino ya me dijo. Pero si no, ve a venderla por ahí­, mijo. O cámbiala por sarapes. Yo ya me harté. Con permiso, joven, está usted en su pobre casa”, don Javier de la Trinidad se pierde en el lindero.

“TUVE NUEVE HIJOS; A TRES YA LOS CORRIÓ LA POBREZA”

José Francisco de la Trinidad Bautista tiene 43 años, de los nueve hijos que procreó con Petronila Ramí­rez tres se han marchado: Martí­n, Clementina y Armando. El primero se encuentra trabajando en los Estados Unidos, nadie en la familia recuerda la ciudad de su estadí­a, sólo saben que está en el norte, lejos e ignoran si va a regresar.

El segundo, Armando de la Trinidad, se casó en un pueblo vecino, Texmola. “Él quiso irse, pues. Aquí­ tampoco ya habí­a para darle de comer. Encontró mujer y se fue, está como a dos horas de acá; pero ya no viene, apenas si le alcanza pa”™ medio vivir. Ni modo, algún dí­a vendrá. Es lo que le digo a mi señora pa”™que no chille”.

Finalmente, a quien don José llama su niña, se la llevó un vecino del lindero a los 13 años de edad. “Duele que se vayan llevando a tus hijas, la verdad. Pero da más tristeza ver que la cosecha no dé pa”™todos. Todos por acá hacen lo mismo, hay que dejar que se vayan las chamacas, nomás uno les dice que no se olviden de nosotros, que regresen”.

De los seis hijos que restan, cuatro van a la escuela. Lizbeth de la Trinidad es la integrante en todo el árbol genealógico que más años ha estudiado. Acaba de pasar a primero de secundaria. “Ella dice que va a seguirle otro rato. A ver si aunque sea acaba la secundaria”, comparte incrédulo el padre.

En El Paso, Veracruz, nadie ha culminado la preparatoria, nadie. El querer perseguir el sueño de las letras debe trasladarse hasta Ixhuatlancillo, la ciudad semi urbana más próxima. La utopí­a del estudio requiere una inversión diaria de 60 pesos, tan solo en transporte. Tres dí­as de trabajo para la familia de la Trinidad Ramí­rez.

“Aquí­ no hay de otra, joven; los hombres al campo y las mujeres a la cocina, al hogar, pues. Honestamente creo yo que de nada sirve hacer tantos años de escuela. Ni siquiera soy de la ida que se debe estudiar. Ya le dije a la chamaca que nomás otros dos años, que ya mejor ayude a mi señora. Para qué escuela, si aquí­ eso vale madres”. Reflexiona don José, desde un tronco de madera.

La principal fuente de ingreso para los ocho integrantes que quedan en la familia es el cultivo de alcatraces. Cada manojo con diez flores lo malvenden en tres pesos. En temporadas de noviembre a enero pueden ganar hasta 30 pesos diarios. Las ganancias las deben distribuir en los nueve meses restantes.

De acuerdo con la Secretarí­a de Hacienda y Crédito Público, (SHCP), el salario mí­nimo es de 70 pesos con 10 centavos. La familia de la Trinidad Ramí­rez, sobrevive con 30 pesos en temporadas de trabajo, aunque lo habitual es tener 20 pesos en los bolsillos, aclara don José.

Es decir, a cada familiar le corresponden dos pesos con 50 centavos al dí­a, si se divide entre los ocho integrantes. De esta manera el padre de familia concluye: “Aquí­ casi no hay monedas, si no se muere uno de hambre es gracias a las cosechas. El problema es que no hay dinero pa”™comprar medicinas ni cobijas en estos tiempos de frí­o”.

“HACE UN CHINGO DE FRíO Y NO TENEMOS SARAPES”

Los alpinistas que pasan por el poblado, aseguran que el termómetro marca tres grados durante el dí­a. Ya en las madrugadas, la gente en El Paso debe soportar, a pie descalzo, temperaturas por debajo de los cero grados.

El dí­a comienza a las cinco de la mañana para la familia de la Trinidad Ramí­rez. A esa hora las actividades se distribuyen; las mujeres echan los diez kilos de tortillas, mientras los hombres salen con los pies morados del frí­o a cortar papas en el huerto familiar.

Las ráfagas de viento glacial hacen crujir las láminas del techo. Don José Francisco, teme que se vuelvan a volar como hace un mes. “Fuimos a traer parte del techo hasta allá abajito, mero se nos pierde. Me tuve que llevar al Ramón y al Adolfo pa”™ que me ayudaran”.

Para las siete de la mañana, el café caliente y las tortillas ya están preparados. Los hombres entregan dos kilos de papa cosechados. La madre ordena inmediatamente a Rosa de la Trinidad Ramí­rez que acerque el anafre a los varones, quienes casi meten las manos al fuego para descongelarlas.

Al término del desayuno, los hombres preparan las herramienta para recolectar leña para el fuego de en la noche. Las mujeres se dedican a los quehaceres de la casa. Los dí­as culminan a las 19: 00 horas, para entonces el frí­o y la penumbra imposibilitan andar por el lindero.

No obstante, los niños se dan tiempo para divertirse; inventan canchas de futbol en los huertos y con imaginación, una pelota de trapos la convierten en un balón Adidas, de los que usan en la Champions League, asegura Ramón el más chico de los hermanos, quien es seguidor del Barcelona y presume que juega como Messi.

A las cinco de la tarde las actividades en los patios de tierra se terminan. Se debe ir a la letrina, que comparten dos familias; 20 integrantes en total, antes de trancar la puerta. Sencillamente, nadie es capaz de salir a hacer sus necesidades fisiológicas más noche.

Don José de la Trinidad une los dos colchones tamaño individual y arroja todos los trapiches posibles. Llama a todos a dormir, incluso deja pasar al perro y al gato, quienes una vez acomodados los ocho integrantes, ocupan su lugar a la altura de los pies. Ahí­ se acurrucan y comparten el calor corporal.
Así­ duerme una familia en El Paso, Veracruz; así­ apacigua los gélidos vientos que se filtran entra maderas podridos, entre animales. Un dato más para el CONEVAL.


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