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Miércoles 30 diciembre, 2015

La máquina de escribir de Juan Rulfo/El Paí­s

La máquina en la que Juan Rulfo escribió Pedro Páramo, la novela mexicana más ensalzada del siglo XX, es la misma que empleó el Ejército de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Remington Rand Nº 17, también conocida como Modelo 17 o KMC. Fabricada desde 1939 a 1950. Negra, de hierro. 14,7 kilos. Un artefacto fabril del que salió una obra maestra que se conserva, sin tinta pero en buenas condiciones, en casa de Clara Angelina Aparicio Reyes, esposa de Rulfo.

Su marido la compró el 10 de noviembre de 1953 en la tienda de Remington Rand, en el número 30 de la Avenida Insurgentes de Ciudad de México. Hoy, en ese lugar, está un edificio abandonado de cuatro plantas, pintarrajeado de arriba abajo de grafitis.

Rulfo, que tení­a 36 años y dos hijos pequeños con Clara, pagó por la máquina 1.000 pesos mexicanos, un tercio de lo que cobraba como becario del Centro Mexicano de Escritores, creado por la escritora estadounidense Margaret Shedd y financiado por la Fundación Rockefeller en un tiempo en el que en México apenas habí­a apoyo

Pablo de Llano

estatal a la producción literaria.

Coincide que aquel dí­a en el que compró la máquina, Rulfo fue retratado a lápiz por su amiga pintora Lucinda Urrusti, hija de republicanos españoles exiliados tras la Guerra Civil. Aparece sereno, concentrado, con expresión de profundidad.

Diez meses después, entregaba la novela que lo convertirí­a en un mito de la historia de la literatura en español.

Un año antes de la compra habí­a dejado su empleo de viajante comercial de la compañí­a de llantas Goodrich, que lo habí­a deprimido, según explicó en un cuestionario que le mandó un periodista en 1970 y que Rulfo respondió pero nunca envió de vuelta, sino que ”“misterios de su hermetismo”“ guardó en un cajón.

“Cuando escribí­ Pedro Páramo yo atravesaba un estado de ánimo verdaderamente triste”, se lee en Noticias de Juan Rulfo, de Alberto Vital. “Me sentí­a desgastado fí­sicamente como una piedra bajo un torrente, pues llevaba cinco años de trabajar catorce horas diarias, sin descanso, sin domingos ni dí­as feriados. Corriendo como un condenado a lo largo y ancho del paí­s para que la fábrica, por la cual me deslomaba, vendiera más que sus competidoras”.

A continuación, Rulfo cuenta el episodio que lo impulsó a abandonar la empresa. Fue un dí­a que pidió un cambio de neumáticos y sus jefes lo trataron como a un despilfarrador: “Hubiera visto usted a estos cabrones, hijos de la industria pesada, ir todos juntos a tallar las llantas para calcular su desgaste. Ya para ese momento yo habí­a tomado una decisión: mandarlos a la chingada”.

Antes de la Remington, no tuvo máquina propia. Se supone que para El Llano en llamas, el libro de cuentos que desarrolló entre 1945 y 1952, aprovechó las máquinas que habí­a en los trabajos por los que pasó, su odiada Goodrich y, antes de ella, una oficina de Migración, o que iba tomándolas prestadas de amigos.

De esos años anteriores a la Remington existen mecanuscritos de Rulfo con diferentes tipografí­as. También hojas de cuaderno escritas a lápiz o con pluma en las que copiaba, versionándolos, poemas de Rilke y Mallarmé. Tení­a una letra fina e inclinada.

Se puede interpretar que la compra de la Remington marca la convicción de Rulfo de estar ante un momento clave de su carrera. “La importancia del proyecto que va a empezar ya justifica no estar sujeto a la voluntad de que le preste una máquina quién sabe quién”, dice Ví­ctor Jiménez, director de la Fundación Rulfo, cuya sede es un sencillo apartamento donde vivó el escritor con su familia.

Colocada sobre la mesilla del sofá, la máquina se ve como un cubo pesado. Uno se pregunta si Rulfo podrí­a haber escrito un libro tan sustancial como Pedro Páramo en una MacBook Air de 1,08 kilos y 11 pulgadas con tecnologí­a WIFI.

Tiene 51 teclas. Una dice: “Retroceder”. Otra: “Soltador del margen”. Otra: “Cerradero de mayúsculas”.

En una página web de coleccionistas, se comenta sobre este modelo: “Se trata de una máquina de escritorio grande, pesada, robusta y con muchí­sima personalidad”. “Tiene un tacto muy agradable, y produce una impresión muy clara”. “Está resultando ser una muy buena pieza, y tiene un tacto casi Olivetti”.

La familia conserva el mecanuscrito original de Pedro Páramo. Es el último material escrito a máquina por Rulfo que se conserva.

Tampoco han quedado casi papeles redactados a mano por él. Si todo lo que escribió después, lo destruyó, fue consecuente con el desprecio que sentí­a Pedro Páramo, el protagonista de su obra, por los documentos escritos: “Con papeles o sin ellos”, le dice en la novela el cacique atávico a su abogado Gerardo Trujillo, “¿quién me puede discutir la propiedad de lo que tengo?”.


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