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Reportajes
Viernes 09 octubre, 2015

Otro feminicidio: “Mi hija tirada en un charco de sangre”

Emma Arbona Mendoza, una mujer de Coatzacoalcos asesinada por un pretendiente; la historia que se repite en Veracruz
Durante el 2015, más de 80 mujeres han sido asesinadas en el estado gobernado por Javier Duarte de Ochoa; más de 400 durante su administración
En esta semana se discuten casos como el presentado en blogexpediente por integrantes del gobierno federal que buscan la alerta de género


Ignacio Carvajal/Exclusiva

  • Emma Arbona Mendoza y su mamá

  • Rosalía Mendoza Jiménez, madre de Emma

  • Rosalía Mendoza Jiménez, madre de Emma

  • Bernardo Solano. Presunto feminicida

Emma Arbona era analfabeta, pero deseaba superarse para sacar adelante a dos hijas, la violencia feminicida no la dejó

Emma Arbona Mendoza acaba de salir de la ducha y el perfume de su piel morena invade la pequeña habitación donde termina de arreglarse. La fragancia expedida por su cuerpo no pasó inadvertida para Bernardo Solano Hernández, la persona que, atesorando la esperanza de que se fijara en él, le ofreció a Emma un pedazo de terreno con tal de tenerla cerca, ella aceptó mudarse a su lado.

Ese 28 de junio de 2015, Emma "se arregló mucho, aunque mi hermana era llenita, era muy guapa, demasiado sensual y eso llamaba la atención", cuenta Antonieta Arbona Mendoza, hermana menor de Emma, y ahora responsable del cuidado de las dos niñas quedadas en la orfandad tras el feminicidio de Emma.

Al notarla tan bella, Bernardo Solano, El Bolillero, sacó de entre sus ropas un envoltorio de papel periódico. La despicó y se forjó un oloroso cigarro que se fumó en la casa que decidió compartir con Emma, en el 105 de la calle Xalapa, en medio de lodazales, canales de aguas negras, maleza y toda manifestación de pobreza del más elevado nivel del municipio de Coatzacoalcos.

Mientras el canabis se expandí­a por el organismo del comerciante de bolillos de 65 años, se perdí­a en fantasí­as eróticas donde Emma era un ángel caí­do del cielo, y él, su protector. Hace más de 40 años que el Bolillero habí­a llegado a Coatzacoalcos. Vení­a de los rumbos de Ixtaltepec, municipio enclavado en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. Quienes le conocen, lo recuerdan ya bastante viejo, cabellera larga, descuidada. Siempre mal trazado en el vestir.

Ese dí­a, Emma salió de la casa de Bernardo pasadas las 3 de la tarde, iba bien perfumada, la ropa pegada al cuerpo dejando ver la exuberancia de sus cuervas naturales. El rostro moreno que delataba sus raí­ces oaxaqueñas. "Pasó la mayor parte de tiempo con mamá y con las niñas, y yo. Platicamos de cómo le iba a un mes de haberse ido a vivir con don Berna", relata Antonieta.

A Emma le gustaba arreglarse bien, de sorpresa, y pasar así­ la tarde o el dí­a en casa con nosotras -sigue Antonieta-, habí­a venido de visita, pero como ya viví­a compartiendo la casa con El Bolillero, éste se la pasó siguiéndola la tarde y noche. Se dio varias vueltas y andaba con su cigarro en la mano, no sé si drogado o tomado, pero dio muchas vueltas por nuestra casa, la mí­a y la de mamá, buscándola o vigilando por si alguien se acercaba a Emma.

Pero Emma no era su esposa, ni su pareja sentimental, ni su novia ni nada parecido, como muchos diarios en Coatzacoalocos publicaron. La familia se siente agraviada por las noticias. "Mi hija me contó, y a su hermana también, que si se iba con el señor, era para cuidarlo y darle de comer, y a ella él le darí­a un pedacito de terreno para construir su casa y cuidar de sus hijas, dice Rosalí­a Mendoza Jiménez, madre de Emma, y sigue:

"Me dijo una vez que la fuimos a visitar que comprarí­a unos rollos de lámina y poco de material para comenzar a hacer su casa a un lado de la de El Bolillero, ella estaba convencida de que el señor la querí­a ayudar".

Ese 28 de junio de 2015, el último dí­a de su vida, Emma se regresó de la casa de su familia a la de don Berna ya pasadas las ocho de la noche. "Creemos que el señor se puso celoso al verla tan guapa como ese dí­a, y drogado, se le ha de haber declarado amorosamente y ella lo rechazó", dice Antonieta Arbona, quien agrega que de allí­ debió haber derivado la furia feminicida de don Bernardo Solano. Antonieta Mendoza insiste en que "mi hermana no era su esposa, ni pareja ni novia, como salió en los diarios".

"Cuando fui a ver a mi hija, estaba tirada en en el suelo, en un charco de sangre. Mi nieta, la hija menor de Emma, estaba allí­ en el mismo cuarto y creemos que ese perro la hizo ver todo lo que le hizo a su mamá. La niña pasó la noche con su mami muerta, llorando hasta que la fuimos a rescatar por aviso de los vecinos", dice Rosalí­a Mendoza, de 63 años.

Como un saco de arena, atada de manos y cuello, el agresor la colgó de la viga de la vivienda. El cadáver de Emma, según la autopsia, fue flagelado con una cuerda a modo de látigo.

Durante varios minutos, mientras ella pendí­a de la viga, el victimario la azotó en la espalda con una reata mojada, también le golpeó a puño cerrado en las costillas como si hubiera sido un sparring. Suspendida en el aire la sodomizó.

Bernardo Solano acribilló con furia y odio inaudito y el cadáver de Emma. Habí­a cicatrices mordidas, rastros de semen y trozos de piel cortado en el cuello, relata Rosalí­a Mendoza desde su humilde vivienda en alguna colonia de Coatzacoalcos, a la que se llega después de tortuosos caminos entre canales de aguas hediondas, arenales y terrenos baldí­os cubiertos de maleza. Cansada y enferma, Rosalí­a Mendoza se esconde de la familia del bolillero, cuyos integrantes juraron acallar su reclamo de justicia para Emma.

Rosalí­a Mendoza evoca los últimos dí­as con su hija, los que su mente compara con los primeros años de la existencia de Emma, a lado del padre y de Antonieta, en Loma Bonita, Oaxaca, donde Rosalí­a formó las bases de su matriarcado:

"Yo soy de un pueblo llamado Donají­, en Oaxaca, pero por casarme con el padre de ellas, me llevó a Loma, donde pasé unos 20 años a su lado, pues tuve que huir para salvar mi vida y la de mis hijas.

"Él me golpeaba, me torturaba, me sonaba en la cabeza y el cuerpo con lo que tuviera a la mano, machete, cuchillo, palo, ladrillos. Fueron años y años de golpes y malos tratos al lado del papá de Emma y de Antonieta.

"Un uno de los últimos problemas, en fiestas de último año, terminé en el hospital con un orificio en el pecho. Mi marido me disparó por celos. El proyectil pasó a milí­metros de los pulmones, sino ni la estuviera contando.

"Los vecinos, al llegar a casa a recuperarme, me dicen, 'vete, hija, pues, vete ya que este hombre te matará'. Él se fue a tomar y así­ le hice, agarré unas cosas, a las chiquillas, y tomé el tren de Loma Bonita a Matí­as Romero. De Matí­as tomé un autobús a Coatzacoalcos, sin conocer a nadie, acá me vení­a a morirme antes de dejarme matar".

La dentadura plateada de Rosalí­a Mendoza destella en la habitación de tres por tres como el colmillo de Pedro Navaja, el padrote legendario que las amaba y golpeaba para sacarles provecho económico, y cuya alma pareciera haberse metido esa noche al de Bernardo Solano, "siempre jalaba un cuchillito puntiagudo en la bolsa derecha del pantalón. Con ese la remató después de descolgarla y arrojarla al suelo. Se le miraba el piquetito bien puesto en el pecho, a lado del corazón" retoma Antonieta.

Rosalí­a y Antonieta desconocen la averiguación previa abierta por el homicidio de su Emma. Están seguras que al paso de los meses, ni si quiera hay orden de aprehensión contra El Bolillero.

"Me dicen que no lo pueden agarrar, no hay manera porque el juez no ha sacado no sé qué y el expediente no se ha consignado. EL papel para apresarlo no ha salido y Bernardo anda en su pueblo, por esos rumbos ya lo han visto", dice Rosalí­a, quien lo describe a salto de mata, habitando una casucha desvencijada y con techo de ramitas y láminas de lata: "Allí­ se mete por las noches, es el pueblo de Lázaro Cárdenas, en Ixtaltepec. En las noches duerme allí­ y de dí­a toma otros rumbos.

¿Cómo llegó hasta allá?, se pregunta Rosalí­a Mendoza: "Mató a mi hija frente a mi nieta de tres años y el muy #%&/ tomó las pocas cosas de Emma y las llevó a vender. Hasta su triciclo de bolillero mercó para sacar para el pasaje"

Emma Mendoza era analfabeta, su padre no educarí­a mujeres; pero los que le conocieron dicen que contaba con una sazón especial y por eso no le faltaba trabajo en los restaurantes. "También lavaba ropa ajena y siempre tení­a trabajo, de lo que fuera en el hogar, le echaba muchas gana; no era una mantenida", dice Antonieta.

Su amigo no fue el amor, reconoce su madre, quien por momentos se muestra distante, quizá flagelando a sus adentros por haberle heredado la maldición de la violencia doméstica.

El primer esposo de Emma "salió bien mujeriego, con una, con otra y con otra. No le daba para el gasto, no trabajaba, y eso sí­, llegaba puntual a pedir de comer. Con él tuvo una hija antes de dejarlo, es la mayor".

El segundo, trabajador, pero golpeador y abusador. Ahora está en la cárcel sentenciado a 20 años por haber violado a la primer hija de Emma, hasta ella estuvo una semana en el penal mientras deslindaban responsabilidades. Con él también concibió a un bebé. Cuenta con tres años y es la misma a quien El Bolillero hizo espectadora de las últimas horas Emma. "La nena pasó la noche con el cuerpo de su mamá, por su llanto se dieron cuenta de que algo andaba mal en la casa y así­ encontramos a mi hija muerta".

La pequeña a veces pregunta por su mami, pero luego la pasa en silencio, no pregunta ni dice nada durante horas. A veces la abuela cree que se pone así­ porque recuerda la tortura a su mamá. Algo que jamás pondrán hacer que esta pequeña olvide, la última vez que su mamá se arregló y se puso bien guapa, el mismo dí­a en que El Bolillero le declaró su amor.


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