Los cachondos
•Breve descripción del día cuando Adolfo Motita y Luis íngel Bravo Contreras descubrieron juntos la sublimidad, viaje al paraíso, en un acto público, delante de todos, como habitantes de una isla en geografía recóndita, el paraíso de Adán y Eva
Adolfo Motita camina hacia el presídium y busca su nombre. Atrás, lo sigue el Fiscal, Luis íngel Bravo Contreras.
Luis Velázquez
Sonríe, cachondo. La imaginación, traviesa, urde.
Entre uno y otro hay una distancia mínima. Ni siquiera un esqueleto cabría entre ambos.
Pian pianito se siguen, como si fueran Pili y Mili.
Luego, en la foto de Yerania Rolón, quien registró la crónica gráfica, el diputado federal y el fiscal aparecen sentados. Juntos. Mejor dicho, juntitos.
Motita, más calvo que nunca, la calvicie germinando en la tierra fértil de su cabeza, casi levita, mientras escucha casi al oído el susurro, el murmullo, la voz cachonda del fiscal.
Algo cachondo le dice el fiscal que Motita levita con los ojos semicerrados, como si de pronto entrara al paraíso terrenal. Mejor dicho, estuviera en el paraíso aquí, en la tierra, en el gozo absoluto, la paz del espíritu, la paz del cuerpo, la paz de las neuronas, la paz del corazón. Todo junto, vaya.
De pronto, zas, el par levita. Los dos, como trepando al cielo envueltos en una sábana blanca como Remedios la bella en la novela de Gabriel García Márquez.
Pero haciendo muecas. Las muecas de Motita, como, si por ejemplo, digamos, estuviera en un trance libidinoso. Mejor dicho, erótico. Mejor dicho, sensual.
La sensualidad de la vida, la sensualidad de los sentidos, que se valga.
El fiscal, susurra al oído, pero a la defensiva. Tal cual es su naturaleza, sus genes, Mr. Bean.
Cachondo; pero pendiente del mundo alrededor.
Motita, en el éxtasis.
Entonces, la foto registra un paso más camino a la sublimidad.
El diputado federal y el fiscal, en la plenitud de la cachondez.
La frente del fiscal casi casi rozando la frente del diputado federal en lo que, digamos, Carlos Pellicer, el poeta amante de los colores y el sol y los árboles, denominara “el amor que no se atreve a pronunciar su nombre” y que antes, en el otro extremo del mundo, dijo Andrés Gide.
El fiscal susurra, musita, a Motita, con su mano izquierda en el antebrazo derecho de Motita.
Motita, los dedos entrecruzados, sonriendo, entre el infierno y el paraíso, digamos, en el limbo, allí donde se está de paso, en transición, de lo que Irving Wallace llamó “Los siete minutos” cumbres y estelares de la vida más intensa, oh mi pequeño Oscar Wilde, mejor dicho, mi Gatsby, de William Faulkner, es decir, mi metrosexual, mi ken.
Luego, claro, el reposo del guerrero.
El diputado federal y el fiscal, extenuados. La vuelta al mundo luego del viaje al mundo en siete minutos, locos y apocalípticos, Sísifo intentando trepar la piedra a la cima cargando en la espalda. Ulises escuchando el canto de las sirenas camino a Itaca.
Con todo, el fiscal sostiene la mano izquierda en el antebrazo derecho de Motita.
El relax, luego del regodeo.
El éxtasis, luego del viaje intrépido delante de todos, dueños del escenario, como habitantes de una isla.
¡Qué cachondo el parcito en la foto audaz y temeraria de Yerania Rolón que sólo siguió al pie de la letra la aparición del diputado federal y el fiscal!
Y, bueno, la labia del fiscal quedó fuera de duda.
¡Sabrán los espías de Arturo Bermúdez con equipo israelita lo que uno y otro hablaron!
¡Mejor dicho lo que el fiscal musitó al diputado federal, quien siempre permaneció callado, en silencio, receptivo, escuchando el cantar del fiscal, oh mi pequeño Luis Miguel, mi barítono cachondo!
La sublimidad es tanto que el lector regresa a la secuencia gráfica y se detiene, por ejemplo, en los ojos de Motita.
Motita, con los ojos cerrados, como cuando uno los cierra para saborear una paleta, escuchando la palabra cachonda del fiscal.
Motita, con los ojos en éxtasis como si anduviera en un viaje intrépido y cósmico.
Motita, con los ojos absortos, como si descendiera y subiera del togobán como un príncipe ruso: jodido, pero contento. Más contento que jodido.
Motita, con los ojos placenteros como cuando Tarzán gritaba en la madrugada ¡Aaahhhhh!, mientras su alarido estremecía a los animales de la selva.
El fiscal, seductor.
El diputado federal, seducido, diría el de junto.
Uno, claro, queda encantando con la foto donde el fiscal, todo lascivo, cuenta cositas al oído de Motita, más salaz que nunca.
“La locota” suele exclamar Érick Lagos Hernández cuando se refiere a su colega diputado federal.
Luigi Cuevas O'Henry 15 Oct, 2015 - 23:29
¡Hola, don Luis!
Excelente comentario, como todos los que usted escribe, en los que me deleito, me informo y recapacito. Y en éste, en especial, observando las fotografÃas, supo usted interpretar cada momento de las mismas. Sólo dos observaciones: La frase "Yo soy el amor que no se atreve a pronunciar su nombre", no de Carlos Pellicer, el gran poeta tabasqueño, considerado como el Poeta de América, se le atribuye al escritor irlandés Oscar Wilde en el poema Dos amores, del cual le escribo un fragmento
"Dulce joven,
Dime ¿por qué, triste y suspirando, vagas
por estos apacibles lugares? Te ruego, dime la verdad,
¿Cuál es tu nombre? Él respondió: "Mi nombre es Amor."
Inmediatamente, el primero se dio la vuelta hacia mÃ
y gritó: "Está mintiendo, ya que su nombre es Vergüenza,
pero yo soy Amor, y yo estaba acostumbrado a estar
solo en este bello jardÃn, hasta que él vino
sin ser llamado durante la noche; yo soy el verdadero Amor, yo lleno los corazones del joven y de la joven con fuego mutuo".
Después suspirando, dijo el otro: "Entonces permÃteme,
yo soy el Amor que no se atreve a pronunciar su nombre".
Aunque también se le atribuye a Alfred Douglas, "Bosie", el joven amante del escritor.
La otra, Gatsby, de la novela de "El gran Gatsby", de F. Scott Fitzgerald, no de William Faulkner, otro grande de la literatura estadounidense. Muchas gracias. Felicidades y bendiciones...