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8 Columnas
Miércoles 02 septiembre, 2015

Las Patronas perdieron; pero ganaron


•Legaron a recta final de premio en España

Daniela Barragán/SinEmbargo

  • Norma Romero. Ayudar cambia la perspectiva de todo

El tren no se detiene en La Patrona, una localidad situada en la región de las Grandes Montañas al centro de Veracruz, pero algunos maquinistas bajan un poco la velocidad. Las mujeres ”“de entre 35 y 60 años”“ se colocan al filo de las ví­as. Al momento en que el tren se acerca, las mujeres se van preparando, emocionadas comienzan a gritar: “¡Comida, comida!”. Y los migrantes empiezan a asomarse: “Aquí­, madre, aquí­”, “muchas gracias, madre”, “Dios las bendiga”, dicen los que llegan… y se van en segundos.

A pesar de la realidad de quienes van en el tren y de quienes entregan comida, todo esto sucede con grandes sonrisas en los rostro de ambos.

Esta labor les ha cambiado la vida. Les ha dado a cambio la oportunidad de conocer mucha gente y otros paí­ses; visitan universidades, las buscan periodistas y voluntarios de todo el mundo que quieren conocerlas y ayudarlas. Son un pequeño fragmento de esperanza que las y los migrantes saben que encontrarán a su paso por La Patrona.

Para ellas, los premios son sinónimo de responsabilidad y compromiso con los migrantes, sea cual sea su origen. Saben que en los últimos 10 años, el territorio mexicano es el infierno para cada una de las personas que cruzan por aquí­ con el objetivo de llegar a Estados Unidos, derivado de la guerra que Felipe Calderón Hinojosa declaró a los cárteles de la droga durante su sexenio (2006-2012). Desde entonces, la figura del migrante se convirtió en otro objetivo para la delincuencia organizada y ahora, en el Gobierno de Enrique Peña Nieto, esa idea se ha reforzado.

Saben también que el Plan Frontera Sur, implementado por la actual administración en julio de 2014, no ayudó a esta población vulnerable y sólo modificó su trayecto, ya que al impedirles subir al tren conocido como La Bestia, las personas no dejaron de migrar sino que ahora van a pie.

Una mañana de febrero del año de 1995, en la primera calle de La Patrona, está la casa de la familia Romero Vázquez, presidida por Doña Leonila y Don Chóforo y que la terminan de integrar sus cinco hijas y sus dos hijos. Siempre han vivido aquí­; en esta pequeña localidad veracruzana, nacieron y crecieron escuchando el ruido que provoca el tren a su paso.

Bernarda y Rosa, las hermanas de mayor edad, salieron a comprar pan y leche para el desayuno de la familia. Al regreso del mandado, pasó el tren, y ellas no lograron cruzar las ví­as. El tren como siempre iba rápido, pero ese dí­a pusieron más atención en esas personas que viajaban colgadas en él. Siempre se habí­an preguntado quiénes eran esas personas y la posible razón por la qué viajaban así­.

Pasó la máquina y algunos vagones; los hombres que iban montados en el tren las miraban y les pedí­an comida, iban alrededor de 15 regados en los vagones. Ellas se voltearon a ver, comenzando a dudar sobre lo que tení­an qué hacer. Vieron los rostros de esas personas que no les pedí­an dinero, sino pan, leche de la que llevaban en las manos. Rosa, dijo “pues ya. Hay que darles”. Bernarda asintió y comenzaron a aventar leche y pan, alcanzó para pocos. Escucharon un “gracias, madre. Que dios te bendiga”.

Bernarda recuerda de ese dí­a: “pasó un primer vagón, iban cinco personas, más o menos. A la mitad del tren pasaron otros cinco y también gritaban que tení­an hambre. Al final, vení­an siete personas y gritaron lo mismo. Yo aventé la leche y las dos aventamos nuestras bolsas de pan”.

Se fue el tren y caminaron a su casa. Al llegar y verlas con las manos vací­as, doña Leonila, les preguntó por el mandado que no traí­an. Ellas comenzaron a explicarle lo que habí­a sucedido, que el desayuno del dí­a se lo dieron a las personas del tren.

Pensaron que doña Leonila iba a regañarlas, pero les respondió que no habí­a problema alguno, que sólo imaginaran de dónde podrí­a venir esa gente, si traen sed y si tienen hambre. Empezaron a platicar y finalmente, les dijo que estaba bien lo que habí­an hecho, porque en casa, al menos ya todos habí­an desayunado un plato de frijoles calientes.

La acción que realizaron y el gusto que causó en la casa de la familia no llegó a ser sólo una anécdota, sino que la emoción las condujo a querer hacerlo de nuevo, cuestión que se contagió a las hermanas más pequeñas. Se pusieron de acuerdo para repetir la acción aunque sea una vez más. Así­, el “lonche” siguiente consistió en unos taquitos de frijol y en lo que habí­a sobrado de la comida del dí­a anterior; la espera del siguiente tren estuvo llena de emoción y desesperación, querí­an que no tardará en pasar y de que sus pasajeros externos vinieran con ganas de comer…

A casi 20 años de aquel dí­a, el grupo de Las Patronas, ha pasado por varias etapas de organización, por sucesos que han marcado sus vidas con alegrí­as, tristezas y tragedias. No imaginan un dí­a en el que no estén para sus migrantes, listas para ofrecer el “lonche” de tortilla, arroz y frijol.

Las Romero Vázquez no fueron indiferentes desde el momento en que dieron comida a los hermanos migrantes desde ese dí­a hasta hoy, hasta mañana y hasta el siguiente año. Ahora, ellas son un grupo que no sólo está formado por las hermanas, es un proyecto que está por completo consolidado y que se ha convertido en un referente de solidaridad y al mismo tiempo son un estandarte en la defensa de los derechos humanos de los migrantes.

“Jamás pensé que pasarí­a todo esto. Yo lo único que querí­a era ayudar a esas personas que viajaban en el tren, darles comida y agua, eso era todo”.

“Todos los dí­as son diferentes; hay veces que el tren pasa con poca gente o no trae, o dí­as en los que viene con muchos ahí­ trepados. Son diferentes los trenes y la gente. Me siento satisfecha desde antes de que llegue el tren, porque veo la comida empacada, ya lista para entregarla: me imagino cuántos dí­as han pasado sin comer, y que la comida que preparamos nosotras les va a caer bien, les va a gustar”.

“Cuando no estás en esto con el primer tren que te toca, te dan muchas ganas de llorar, ganas de no sé de qué. Esa primera vez que yo di comida, sentí­ que mi corazón se me rompí­a de ver tanta gente”.

“Es algo que sientes, todos somos hermanos, ellos salen desde su paí­s y no sabemos si llegan o no. Los ves cuando pasan, ellos siguen su camino y ya nos vuelves a saber nada de ellos”.

“Yo creo en Dios; antes siempre iba a misa, pero ahorita he cambiado de pensamiento: creer en Dios no es sólo estar en la iglesia, eso, de algún modo te quita tiempo que puedes utilizar para ayudar al prójimo, como se dice en la palabra de dios”.

“Cuando yo di la primer botella de agua que yo llené, escuché ese ”˜gracias madre, que Dios las bendiga”™. Sentí­ muchas ganas de llorar y pensé en todo el tiempo que me pasé haciendo nada y con tan poquito estoy haciendo algo por una persona, que nunca me regresará algo, que era como decí­a mi papá: ”˜si vas a hacer algo, no esperes nada a cambio”™”.

“Desde 1995 no hemos parado. Los tiempos más difí­ciles fueron en 2011 y 2012, porque empezaron a suceder muchas cosas. Antes empezábamos a escuchar que desaparecí­an a los migrantes, pero lo sentí­amos como algo muy lejano, pero actualmente es el pan de cada dí­a porque siempre escuchamos de asaltos, golpes y eso nos preocupa mucho, porque son personas que por el simple hecho de abandonar su paí­s de origen ya vienen sufriendo muchí­simo”.

“Ellos dejan a su familia e hijos y no es nada fácil. Ellos salen y no saben si van a regresar. Ellos no saben si dormirán en una cama por lo menos o si en la calle, no se sabe nada de ellos.

“Tenemos que meter la mano, hacer algo por alguien. El dí­a en que aportes algo por una persona que no conozcas, que no sea de tu familia, ese dí­a te cambiará la perspectiva de todo”.

“La realización como mujer no se limita a si estás casada y tienes tantos hijos, sino a las experiencias y al gusto por la vida”.

“Los martes me toca hacer la comida. Pienso que todos los dí­as son buenos, hay unos en los que hay mucho trabajo y tienes que guisar 20 kilos de arroz y 20 kilos de frijol. Si el segundo tren también viene muy lleno, hay que volver a guisar otro poco, además lavar los trastes, las ollas y es muy cansado. El trabajo de todo el dí­a tiene que irse en poco tiempo, segundos en los que los muchachos pasan colgados al tren y te dan las gracias, sabes que pudiste con esfuerzo y trabajo darles de comer, sabes que hiciste algo bueno por alguien en este dí­a de tu vida”.

Los migrantes son personas que arriesgan todo por su familia y vale la pena ayudarlos, dice Mariela. Daniela Barragán, SinEmbargo

“Quizá se ve fácil, pero cuando estás ahí­, te das cuenta que no lo es. Te tiemblan los pies y si el tren viene duro, del choque de las manos te llevas algún golpe o un rasguño, pero con el tiempo aprendes a pararte y a cuidarte bien”.

“Hay mucha gente que dice que los migrantes son malos, rateros, que son borrachos y que sólo suben y bajan en el tren por gusto, pero no es así­. Un migrante es aquel que te pide de comer, que le des descanso, un migrante jamás te va a pedir dinero. Son personas que arriesgan todo por su familia”.

Los migrantes nos dan fuerza y nos hacen ver lo mucho que Dios nos ha regalado, reflexiona Rosa. Daniela Barragán, SinEmbargo

“A través de los golpes de la vida, como mujer empiezas a valorar más las cosas, aprendes a ver la necesidad de las demás personas y te das cuenta que hay quienes la pasan peor que tú y aún así­, ellos van caminando, felices, en busca de una mejor vida. Eso, la fuerza de los migrantes nos sirve para darnos fuerza a nosotras mismas, de ver lo mucho que Dios nos ha regalado”.

“Espero gozar siempre de fuerza y salud, y aquí­ siempre estaré ayudando a los migrantes”.

Marí­a Antonia afirma que Las Patronas le dan a los migrantes una pequeña oportunidad, porque aunque a ellas no les sobra el dinero “no estamos mal”. Daniela Barragán, SinEmbargo

“De los migrantes que se quedan aquí­ [en el comedor] nos platican cómo está la situación en sus paí­ses, muy difí­cil, la pobreza que se sufre. Y además, todo lo que pasa en el camino, cómo de repente se quedan dormidos un segundo, se caen y el tren los parte a la mitad”.

“Ahora sé que ellos sólo vienen buscando algo mejor en este paí­s, deseando llegar a Estados Unidos. Aquí­ les brindamos una pequeña oportunidad, que sientan que hay gente que los quiere y los apoya, porque aunque aquí­ no nos sobra ni la comida ni el dinero, no estamos mal”.


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