En un lado, la silla del Papa, la más sencilla del mundo, con descansa/brazos y un respaldo, forrado de color beige.

Y enfrente, otra silla, igual de sencilla para la visita.

El Papa, pues, siempre con un solo interlocutor.

La sencillez del escritorio recuerda el escritorio del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, que era igualito en la sencillez, también con una sola silla para el interlocutor, pues tal cual, igual que el Papa, solí­a despachar el presidente de la nación más poderosa del planeta.

Incluso, el escritorio se hizo famoso en el mundo cuando el fotógrafo oficial de la Casa Blanca tomó la foto del hijo del presidente jugando por debajo de la mesa, en medio de las piernas del presidente, mientras Kennedy firmaba unos documentos.

He ahí­, pues, la sencillez monástica de los cinco continentes en dos hombres, dos personajes de la historia, a diferencia, claro, de otros muchos polí­ticos que apantallan a la audiencia con escritorios y despachos impresionantes.

Raúl Castro regresaba de Rusia a Cuba y deseó pasar a Roma para dar las gracias a Francisco por su cabildeo ante el presidente Barack Obama a fin de iniciar el deshielo norteamericano al paí­s antillano, establecido desde el triunfo de la revolución cubana que llevara al dictador Fulgencio Batista al exilio.

Y el Papa abrió un espacio en su apretada agenda dominical y platicaron en corto, sin testigos para la historia, latinoamericanos ambos.

Es más, luego de su audiencia, Raúl Castro confesó a los medios que una vez más volví­a a creer en la iglesia, y por tanto, hasta empezarí­a a rezar el rosario que los jesuitas le enseñaron en Cuba cuando con su hermano Fidel cursaran la educación básica.

Francisco, pues, lo impresionó, a él, Raúl Castro, un polí­tico que ha vivido y cohabitado con los personajes más disí­mbolos del planeta.

Y es que, bueno, el Papa ha impactado a todos, a partir de su polí­tica liberal, apegada a la teorí­a de la liberación, del lado de los pobres y los miserables, pero también defendiendo los derechos humanos de todos, sin excepción, entre ellos, de la diversidad sexual.

Una hija de Raúl Castro es famosa en el mundo por la legí­tima defensa de los gays y lesbianas en Cuba.

AMÉRICA LATINA EN EL VATICANO

La sencillez del Papa con su escritorio manifiesta su forma de vida. Austera. Jesuita.

Apegada a la enseñanza de Jesucristo, siempre del lado de los pobres. Incluso, el Jesús que tomó el látigo y enfurecido, lleno de coraje, expulsó de la iglesia a los fariseos que tení­an su tianguis en el templo.

Un dí­a, en una audiencia, una niña filipina de 12 años, preguntó al Papa: ¿Por qué Dios permite estas cosas (niños abandonados, drogas y prostitución)?, Francisco sonrió, abrazó y besó a la niña y contestó de la siguiente manera:

“Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta”.

Hay preguntas, claro, sin respuestas. Pero el Papa sigue luchando por la causa de los desheredados de la fortuna como les llamaba Albert Camus y los olvidados decí­a Luis Buñuel.

Por eso ha pedido un Estado Palestino. Y un alto a las atrocidades del llamado Estado Islámico. Y abrir las relaciones de Estados Unidos con Cuba. Y el diálogo entre todas las religiones.

Incluso, politikazo al fin, ha empezado a nombrar más obispos y cardenales de América Latina y también de las naciones pobres, llamadas del tercer mundo, con el objetivo de balancear el número de cardenales en el Sí­nodo, donde predominan los europeos.

Tal cual, y sembrando para el futuro, el continente americano y el resto del tercer mundo, tendrá más posibilidades de nuevos Papas.

Por un lado, entonces, la sencillez del Papa con su escritorio modesto libre de papeles y documentos pendientes de revisar y resolver.

Y por el otro, su gran sentido polí­tico con visión de Estado al lado de los suyos, sus orí­genes, su extracción argentina, que es también continental.