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Diario de un reportero
Sábado 30 mayo, 2015

Dí­as amargos del periodismo

•La vergí¼enza de ser diarista •Los muertos de hambre

DOMINGO
Dí­as amargos del periodismo

Hay dí­as en el periodismo que sólo dejan amargura, desaliento y pesimismo y cuando el sueño utópico de una sociedad mejor de Tomás Moro, y de Emiliano Zapata con su tierra prometida, y de Carlos Marx con su comuna solidaria y generosa, se diluye en las horas vividas.
Son los dí­as cuando el reportero sobre cubre hechos relacionados con secuestros, desaparecidos, muertos, sepultados en fosas clandestinas y tirados en la ví­a pública.

Luis Velázquez

Son los dí­as cuando las horas se llenan de una protesta social generalizada, en que los familiares de las ví­ctimas claman justicia, sin que nadie escuche.

Y cuando con los dí­as y las noches la vida queda atrapada y sin salida en medio de la impunidad.

Es cuando el reportero se pregunta si tiene algún sentido el ejercicio reporteril, y cuando, digamos, el trabajador de la información va envejeciendo y advierte que durante años ha publicado hechos soñando con un mundo habitable para los hijos y los nietos y de pronto, zas, una bala perdida en un fuego cruzado, arrebata el sueño y uno queda en la orfandad social.

LUNES
La vergí¼enza de ser diarista

Hay dí­as cuando uno se avergí¼enza de ser reportero.

Son aquellos cuando, por ejemplo, los llamados texto/servidores se avalanchan en contra hasta de las ví­ctimas del tsunami de la violencia… sólo por encargo, porque así­ conviene a los hombres del poder.

O cuando hay una campañita en contra de un personaje de la vida pública que se repiquetea de un medio a otro porque tal cual es la orden de quienes pagan, dueños soberanos del poder polí­tico absoluto.

Y cuando Veracruz sangra y se desangra y la crónica principal del dí­a es que Brad Pitt y Angeline Jolie son una pareja bisexual y que un diputado local cumplió años y se organizó una comelitona a orilla del rí­o Papaloapan y que la princesita del Palacio Legislativo se puso a bailar con unos albañiles como parte de su campaña electoral para el Congreso de la Unión.

Y más porque la realidad se oculta y minimiza en el mejor de los casos, cuando la esencia periodí­stica es contar la historia de cada dí­a, como es, sin maquillaje, cruda y sórdida, pero vigente.

Y entonces, abres el periódico y escuchas el noticiero y en la prensa convencional ninguna palabra, mientras, oh paradoja, y en contraparte, las redes sociales, los tuits, los facebook, los mensajes, están llenos de la realidad que ellos ocultan.

En tales dí­as da vergí¼enza decir que uno es reportero.

MARTES
Indefenso y a la deriva social

También llena de vergí¼enza confesar que uno es reportero cuando, por ejemplo, el interlocutor pregunta el salario.

Y ni modo… hay que confesar, tal cual como sucede en muchas partes de la provincia jarocha, de norte a sur y de este a oeste, que el sueldo es de unos mil pesos a la semana y que si uno es reportero de radio le pagan entre 20 a 25 pesos la nota transmitida, en ningún momento el número de notas reporteadas, grabadas, editadas y entregadas a la sala de redacción.

Y más, mucho más vergí¼enza es decir que el reportero carece de Seguro Social, INFONAVIT, prestaciones sociales, económicas y médicas establecidas en la Ley Federal del Trabajo, y reparto anual de utilidad y antigí¼edad para jubilarse.

Y más, mucho más, cuando los hijos del reportero también suelen preguntar si trabajar de reportero permite vivir en paz, porque ellos, oh paradoja, también quieren andar por la vida como trabajadores de la información.

Hay dí­as así­, muchos dí­as, cuando uno se siente indefenso y a la deriva social.

MIÉRCOLES
Dí­as de furia y coraje

Hay dí­as en el periodismo llenos de furia y coraje. Son los dí­as aquellos cuando uno cae en la realidad inevitable de un ejercicio reporteril con empleados jodidos y patrones ricos.

Patrones, por ejemplo, que siempre se quejan que el ingreso publicitario polí­tico y comercial y la circulación del periódico y el rating de la radio y la tele son insuficientes para cubrir sueldos decorosos, incluso, para otorgar un simple préstamo de 500 pesos, digamos, para terminar la semana, mientras en el estacionamiento tienen cuatro, cinco automóviles para utilizar el que se les antoje según su estado de ánimo y el dí­a con sol, el dí­a nublado, el dí­a lluvioso.

Patrones que nunca aumentan el salario mí­nimo y miserable a tono con el tiempo obrero de cada año con la revisión salarial y, en contraparte, sus hijos estudian en el extranjero en universidades privadas y, con frecuencia, la pasan viajando de un extremo a otro del planeta.

Patrones que coleccionan mansiones, edificios, terrenos, ranchos, en una entidad federativa y en otra y en otra, mientras el reportero se angustia y desespera cuando, de pronto, un hijo enferma de gravedad y sin Seguro Social queda a la deriva.

Son los dí­as, cuando las neuronas se inundan de furia y coraje y uno se pregunta si ejercer el periodismo con la pasión básica que el oficio necesita vale la pena.

JUEVES
Las trampas de la fe

Hay veces cuando en el periodismo uno cae en las trampas de la fe.

Por ejemplo: cuando una nota aparece publicada a 8 columnas, en portada, con el crédito, y entonces, el reportero se cree la octava maravilla del mundo.

Pero, al mismo cae en la realidad de aquella canción de Héctor Lavoe de que “tu amor es como el periódico de ayer”, y la alucinación dura, por tanto, un instante demasiado efí­mero.

También a veces se cae en las trampas de la fe cuando el patrón chocholea diciendo que eres el mejor reportero del periódico y hasta del Golfo de México; pero el apapacho nunca, jamás, se traduce en un estí­mulo salarial ni tampoco, menos, en un premio mensual por la excelencia periodí­stica.

Y, bueno, el relato bí­blico lo consigna con toda la crudeza del mundo: no sólo de palabras vive el hombre ni menos la familia, ni menos cuando un hijo enferma, y/o cuando la quincena ya se fue y todaví­a faltan unos dí­as y está pendiente el pago de la renta de la casa y también la compra de unos zapatitos para los niños que ya se les cuartearon.

VIERNES
Los muertos de hambre

Muchas, pues, cornadas da el oficio periodí­stico.

Y lo peor, se vive con la esperanza.

Así­, hay colegas que caminan de un medio a otro y otro y otro y otro, etcétera, hasta que un dí­a registran que la tierra prometida, el paraí­so imaginado, nunca, jamás, ha existido y sólo es un dulce sueño que a veces agita la conciencia, pero su despertar es sórdido y crudo.

Por eso es que muchos polí­ticos menosprecian al gremio reporteril y con frecuencia hasta les llaman porque a la primera oportunidad suelen extender la mano para la ofrenda, conscientes y seguros de que un embute puede significar el doble, el triple, el cuádruple, etcétera, del salario devengado en el medio.

Y, entonces, más vergí¼enza da confesar que uno es reportero porque, en todo caso, lleva uno el itacate a casa; pero derivado de la mendicidad pública otorgada por un polí­tico necesitado de incienso y candilejas. Hay dí­as así­, muchos dí­as, en el periodismo que sólo dejan amargura, desaliento y pesimismo, y ni hablar, muchos se quedan, muchos se van, cada quien atrás de su destino.


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