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Diario de un reportero
Sábado 25 abril, 2015

El calvario del vocero

•Voceros, bajo sospecha •El trabajo más ingrato

DOMINGO
Trabajo más ingrato del periodismo

El trabajo más ingrato del mundo es la jefatura de prensa. También le llaman dirección de comunicación social. Y vocerí­a.
Nunca se queda bien. Ni con el patrón, el jefe de la dependencia, ni tampoco con el gremio reporteril.
Ni menos, mucho menos, con los magnates periodí­sticos.
Dirí­amos que el vocero está en medio del fuego. Mejor dicho, entre la espada y la espada.

Luis Velázquez

Peor tantito cuando el patrón enví­a al vocero a la guerra sin fusil ni armamento. Es decir, sin un presupuesto para que tal cual apueste todo a la saliva, a la esperanza, a la promesa futura que siempre será incumplida.

Tantito peor cuando el jefe es un megalómano y narcisista que suele culpar de todos los bombardeos a la ineficacia e ineficiencia del vocero.

Así­, mientras el jefe de prensa anda sin recursos, ningún reportero le cree, cierto, seguro, de que estarí­a ordeñando la vaca.

Y más cuando se proviene de la cultura priista del siglo pasado cuando el ritual universal era que el diarista siempre recibí­a un embute para escribir bien del polí­tico en turno.

Por eso si hay en el oficio colegas a quienes gusta la jefatura de prensa algunas otras razones han de tener, entre ellas, y por ejemplo, el masoquismo, les gusta sufrir.

LUNES
Dueños de la verdad absoluta

Nunca, jamás, el jefe de prensa queda bien con su jefe, el polí­tico.

Y más si es un polí­tico soberbio y altivo.

Por ejemplo, en la misma edición de un periódico habrí­a un columnista, digamos, que tire incienso a un polí­tico; pero en la página siguiente habrá otro que cuestione y evidencia, quizá, incluso, con más fuerza periodí­stica y acaso más leí­do.

Y si de paso una caricatura exponiendo al polí­tico al pitorreo, tantito peor.

Así­, el polí­tico se enfurece con el jefe de prensa y hasta lo inculpa de una pésima mañana, un dí­a malo.

Y más, y por ejemplo, en un Veracruz donde todos los dí­as se publican unas cien columnas periodí­sticas, con medios donde uno solo publica hasta 20 columnas, cada uno creyéndose el mejor, el dueño de la verdad absoluta.

Y ni modo que el jefe de prensa trate de convencer de uno en uno a todos los calumnistas, como también suelen llamarles.

Por eso es el trabajo más ingrato del periodismo.

Y, bueno, sólo con un salario excepcional y privilegios el jefe de prensa acepta el camino al Gólgota.

MARTES
El calvario del vocero

El calvario del vocero se multiplica cuando concurre otro hecho insólito; pero verosí­mil:
Las filtraciones que el mismo gabinete secretarial, por ejemplo, suele hacer a los columnistas… en contra de los colegas del gabinete, incluso, hasta en contra del mismo jefe máximo.

Es más, la locura del jefe polí­tico llega a tanto que de tales filtraciones suele culpar al vocero, argumentando que solo un equipo reducido lo sabí­a, entre ellos, el mismo jefe de prensa.

Y cuando tal ocurre quizá ha sonado, de plano, la hora de la renuncia inevitable, pues cuando se pierde la confianza ni llorar es bueno.

Peor cuando de pronto por ahí­ brinca un secretario que susurra al oí­do que el gasto en prensa es demasiado elevado para el resultado tan pobre.

Tantito peor cuando en la maraña de intrigas se añade la pareja del polí­tico, la esposa, la novia, la amante, pues debajo de las sábanas todos los milagros del planeta suelen acontecer.

Más que la buena operación mediática del jefe de prensa para armar la imagen del polí­tico cuenta más, mucho más para la permanencia en el cargo la opinión de los rodeólogos del polí­tico, aquellos que le hablan al oí­do.

MIÉRCOLES
Los privilegiados

Claro, si el jefe de prensa tiene presupuesto suficiente para armar el tinglado, entonces, navega en los medios con vientos favorables.

Y si el jefe polí­tico le manifiesta una confianza a prueba de bomba, mucho mejor.

Es más, cuando tales circunstancias suelen concitarse, entonces, el jefe de prensa se va al monte y mete la mano al cajón como suele decir el secretario General de Gobierno, Gerardo Buganza, en una frase bí­blica de su preferencia.

Y por más intrigas que pudieran darse, hasta del mismo gabinete, el que resiste…aguanta.

Muchos voceros, por ejemplo, han adoptado la frase de aquel alcalde que terminara su periodo constitucional:

Dejé de ser alcalde y dejé de ser pobre.

Algunos jefes de prensa han terminado con un periódico, una estación de radio, una agencia noticiosa, una casa encuestadora, etcétera.

Nunca más, pues, volvieron al diarismo en la calle bajo el sol canicular.

Aprovecharon el momento y más de cara a un oficio tan mal pagado, con salarios de hambre como afirmaba Ricardo Flores Magón en 1910.

JUEVES
Voceros bajo sospecha

El gremio reporteril de Veracruz ha conocido a un trí­o de voceros en los últimos 4 años con casi cinco meses del duartismo.

Marí­a Georgina Domí­nguez, Alberto Silva Ramos y Juan Octavio Pavón.

De los tres, la mujer ha sido la única con un antecedente reporteril; pero su saldo se mide por lo siguiente: diez reporteros y fotógrafos asesinados y tres desaparecidos, más un montón de despedidos y/o reubicados en sus medios a sugerencia de ella, más otros exiliados.

El balance de Silva Ramos es así­: un reportero y activista social asesinado, más una tomadura de pelo a todos, mejor dicho, a casi todos.

Y del tercero, Juan O. Pavón, apenas inicia, aun cuando parece haber nacido para actuar y operar en las sombras.

En contraparte, nunca un gobernador habí­a sido tan expuesto a los medios como Javier Duarte.

Un solo dato: el nombre del Veracruz polí­tico desprestigiado en el paí­s y en una parte del extranjero.

Otro dato: la edición española de El Paí­s de América Latina ha publicado al momento 55 reportajes sombrí­os y revolcados sobre el Veracruz de Duarte.

Entonces, la pregunta es válida:

¿Dónde, pues, quedó el dinero oficial para comunicación social y cuál fue su destino?
Además, un dinero que forma parte del erario que a su vez proviene del pago del impuesto cubierto en tiempo y forma por el contribuyente.

VIERNES
El único vocero feliz

A partir de Fernando López Arias como gobernador, 1962/1968, el único jefe de prensa que habrí­a disfrutado a plenitud su ingrata chamba es el economista Rafael Arias Hernández.

Lo fue con Agustí­n Acosta Lagunes, quien además tuviera un trí­o de voceros en el sexenio.

Y dada su inteligencia y alto sentido del humor que llega hasta pitorrearse de sí­ mismo, Rafael Arias gozó sus dí­as como director de Comunicación Social de aquel tiempo cuando floreciera la llamada Sonora Matancera, cuyos pistoleros cobraban 50 mil pesos, de entonces, por matar a un cristiano como quien dispara a una botella jugando tiro al blanco.

Nunca, jamás, orientó ni menos, mucho menos, reorientó una crí­tica. Siempre el respeto. Y, acaso, si la oportunidad se presentaba, hechos frente a hechos.

Un dí­a, por ejemplo, el columnista polí­tico más prestigiado de la nación, Manuel Buendí­a (asesinado por la espalda en el segundo año del presidente Miguel de la Madrid), dictó una conferencia magistral en la facultad de Periodismo de la UV, en el puerto jarocho.

Luego, una comida en corto. Ahí­ estuvo Arias. Y cuando se lo presentaron, Buendí­a hizo un mohí­n porque Arias era jefe de prensa de Acosta Lagunes y se entendí­a que aquel atracón era, digamos, entre el conferencista y uno que otro estudiante.

Arias, con una sonrisa, le contestó, divertido:

--Bueno, yo miro en usted al jefe de prensa de Martí­nez Domí­nguez.

Buendí­a, también inteligente, reviró:

--¡Ah, bueno, entonces, estamos igual!

Al final de la comida ambos se levantaron abrazados, como familiares recién encontrados en la vida.


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