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Lunes 20 abril, 2015

“El dolor, principal causa que me hace trabajar”: Gí¼nter Grass


Transcripción de la entrevista inédita que EL PAíS le hizo al autor de 'El tambor de hojalata' en su casa de Lí¼beck el 21 de marzo

Gí¼nter Grass, testigo incómodo del siglo XX, el autor de El tambor de hojalata, ha muerto en un hospital de Lí¼beck, donde residí­a. Nació en Danzig, que ahora es Polonia, hace 87 años; obtuvo el premio Nobel de Literatura y el Prí­ncipe de Asturias de las Letras en 1999, por el conjunto de una obra en la que ofreció su incómoda memoria de un siglo de guerras en una de las cuales, la segunda guerra mundial, participó como soldado de las SS.

Este episodio, desatado cuando publicó sus memorias (Pelando la cebolla, 2007), ensombreció su vida de entonces; a pesar de que en obras suyas anteriores habí­a contado esa pertenencia a las fuerzas armadas de Hitler cuando era un joven de dieciséis, fue esta última revelación la que agitaron en Alemania y en el mundo. Se despertó de ese estado de zozobra y siguió escribiendo y pintando. Ahora estaba a punto de publicar un libro de poemas, dibujos y narraciones.

Juan Cruz/El Paí­s

Lo vimos por última vez en su casa de Lí¼beck, junto a su esposa, Ute, el 21 de marzo último, una tarde en la que él se mostraba alegre y dicharachero; no querí­a hablar de polí­tica, pero en seguida se puso a hablar de polí­tica, bajo los cuadros negros de Goya que ordenaban su cabeza cuando se poní­a a cumplir con su vieja vocación de artista de todos los géneros que se cumplen en soledad.

Grass ya necesitaba ayudarse de un respirador, pero fumaba en pipa, como en sus autorretratos; se mostraba jovial y alegre, preocupado por el estado del mundo, por la vuelta de la maldad a situaciones que recordaban lo peor de la Edad Media, y convencido de que sólo la unión de Europa, el conocimiento comprometido de la realidad de otros iba a levantar el ánimo de una humanidad cuyo siglo XX, que él retrató con melancolí­a en Mi siglo (1999), habí­a sido alimento cruel o gozoso de su alma que a veces era, también, la de un niño que vivió pendiente de su madre y que, al final de su vida, contaba ese desprendimiento con ternura y sentimiento de soledad. En la conversación que tuvimos hace menos de un mes, y que aquí­ se publica í­ntegra, nos ayudó Grita Lí¶bsack, intérprete y amiga suya, esposa de Miguel Sáenz, el académico y traductor de la mayor parte de sus obras.

Cuando acabó la conversación, Grass nos devolvió con él a su casa solitaria, donde su mujer, Ute, que en los últimos meses estuvo más delicada de salud que él, nos habí­a preparado algunos dulces cuya receta les habí­a dejado el primer marido de Ute Grass, que acababa de estar con ellos. A él le hizo mucha ilusión que nosotros le lleváramos jamón serrano, cuyas piezas grandes a él le recordaban las mandolinas italianas (de hecho, cuando estaban enteros, él simulaba tocarlos como si fueran instrumentos musicales), y rio como si fuera a vivir siempre. Hizo planes hipotéticos, como por ejemplo volver al Cí­rculo de Bellas Artes de Madrid, a exponer sus cuadros, pero una pulmoní­a que lo llevó al hospital acabó con una vida pletórica de hechos y de libros, y también llena de la incertidumbre general que hizo tan triste el siglo XX. Antes de que esta conversación que se transcribe a continuación tuviera efecto, cerca de los cuadros negros de Goya, el escritor más polí­tico del siglo XX alemán nos dijo: “Pero, ¿vamos a seguir hablando de polí­tica?” Él mismo habí­a iniciado una conversación sobre la actualidad polí­tica cuando aún estábamos en el saloncito de su casa; pero le hicimos caso: “No, si nosotros habí­amos venido a hablar de poesí­a”. Y no pasaron dos minutos hasta que Grass regresó, cómo no, al territorio en el que desarrolló su vida: la mezcla abrumadora de la polí­tica y la poesí­a.

PREGUNTA. Como ser humano, ¿qué le da la escritura diaria de poesí­a?

RESPUESTA. Mi primer libro salió en los años cincuenta y fue un libro de poesí­a con dibujos. Solo más tarde empecé a escribir la novela El tambor de hojalata. En aquella época estaba en Berlí­n estudiando escultura. Escribí­a una novela y cuando la acababa tení­a que cambiar de medio. En ese momento era la poesí­a, porque me daba cuenta de que al identificarme con tantas figuras de las novelas me alejaba de mí­ mismo. Y querí­a volver a mí­ mismo, y medirme también conmigo mismo en cierto sentido.

P. Y dibujaba.

R. Cuando dibujaba mucho tiempo tení­a que volver a las palabras, a la poesí­a. Intentaba volver a reencontrarme, y a encontrar también el lugar en el que estaba porque toda mi actividad anterior me alejaba de mí­ mismo.

P. ¿Qué encuentra cuando vuelve a sí­ mismo?

R. En los años 50 y 60 tuve que llevar gafas y escribí­ un poema en el que aludí­a al asunto… En ese poema digo que todo es más preciso pero está en oblicuo, que las impurezas se ven con más exactitud. Y a lo largo de los años también me doy cuenta del proceso de envejecimiento, de que hay cierta fatiga de los materiales del cuerpo y de que hay que acudir a un taller de reparación. También adquiero la conciencia de que todo es finito.

P. ¿Siempre tuvo esa impresión, también en su juventud?

R. Para mí­ estuvo clarí­simo muy pronto, porque filosóficamente no estaba bajo la influencia de Heidegger sino de Camus. Es decir, que vivimos ahora y tenemos la posibilidad de hacer algo ahora con nuestra vida. Es El mito de Sí­sifo, que conocí­ después de la guerra. Con el transcurso de los años me di cuenta de que tenemos la posibilidad de la autodestrucción, algo que antes no existí­a: se decí­a que la Naturaleza era la que la producí­a las hambrunas, las sequí­as, algo cuya responsabilidad estaba en otra parte. Por primera vez somos responsables, tenemos la posibilidad y la capacidad de autodestruirnos y no se hace nada para eliminar del mundo ese peligro. Al lado de la miseria social que hay por todas partes ahora tenemos el problema del cambio climático, cuyas consecuencias ni siquiera tenemos en cuenta. Hay una reunión tras otra y la problemática sigue igual: no se hace nada.

P. Y los problemas aumentan.

R. Debemos añadir a eso el problema de la superpoblación. Todo junto me hace darme cuenta de que las cosas son finitas, de que no tenemos un tiempo indefinido. Si tenemos en cuenta el tiempo de existencia de nuestro planeta, sólo nos queda reconocer que somos unos invitados que pasamos un tiempo corto y muy determinado en este mundo y que lo único que dejamos atrás es la basura atómica. Si algún dí­a alguien quiere saber qué es lo que hemos hecho lo que nos caracterizará será la basura atómica... En los años 70 y 80 escribí­ dos novelas épicas, El rodaballo y La ratesa; la capacidad del hombre para autodestruirse de la que hablo está reflejada en esas novelas.

P. No hay un solo libro de prosa entre los suyos que no vaya hacia el centro de su propia vida, desde El tambor de hojalata hasta Pelando la cebolla o A paso de cangrejo… La ficción le sirve para contar su realidad por dentro…

R. Sí­, y por eso quiero decir que este nuevo libro que va a salir en otoño es de textos breves en los que quiero mostrar la relación intensa entre la prosa y la lí­rica. Los germanistas normalmente separan entre géneros. Yo los quiero ver juntos porque creo que tienen relación: los lí­mites entre la prosa y la lí­rica para mí­ no están definidos, están diluidos.

P. ¿Esa combinación le permite decir mejor lo que le pasa?

R. De mi madre he heredado dos talentos: para mí­ nunca fue un problema seguir una cosa y abandonar la otra. Entendí­ que tengo dos talentos, y que con mucho trabajo tengo que desarrollarlos e intentar expresarme a mí­ mismo partiendo de los dos. Elegir entre una cosa u otra no ha sido una alternativa sino un enriquecimiento. Por ejemplo, si escribí­a durante mucho tiempo tení­a la sensación de que la escultura me hací­a mucho bien porque sentí­a que expresaba algo de todos los lados a la vez, algo que estaba dentro del espacio. Muchos poemas empiezan con un dibujo; cuando tengo la idea de una metáfora la plasmo sobre el papel y luego intento pasarla a dibujo para ver si se sostiene o no. En Hallazgos para no lectores pintaba unas acuarelas y cuando aún no estaban secas ya empezaba a escribir poesí­as de cuatro o cinco lí­neas. Este es un buen ejemplo de cómo las disciplinas (la pintura, la escritura) se mezclan y se enriquecen mutuamente.

P. Humanamente, ¿qué significa el trabajo para usted?

R. Usted ha leí­do mis libros y sabe, como cuento en Pelando la cebolla, que a los 16 años pude sobrevivir por mera casualidad; en el plazo de tres o cuatro semanas, en la guerra, tuve cinco o seis posibilidades de sucumbir como muchí­simos de mi edad. Estoy consciente de ello hasta hoy. El hecho de que trabaje lo máximo posible me sirve para probarme a mí­ mismo que he sobrevivido, que existo y que sigo viviendo, que estoy vivo.

P. Antes nombró a Camus. La obra de Camus es una explicación o expiación del dolor, una busca de la supervivencia a través de la literatura. ¿A Camus lo aprecia por esa misma actitud?

R. El ensayo sobre el mito de Sí­sifo describe el trabajo, lo horrible que es subir la piedra sabiendo que no sirve para nada porque la piedra va a volver a caer; sin embargo, Sí­sifo no tiene otra posibilidad más que subirla porque si no se quedarí­a sin función. Camus termina este ensayo diciendo que se puede considerar que Sí­sifo era un hombre feliz… Esto para mí­ era muy importante, una nueva interpretación del mito realmente muy excitante: toda la causa en el fondo es el dolor. Cada persona tiene su propia situación y yo me di cuenta de que no sólo podí­a expresarme artí­sticamente sino que tení­a que tratar unos determinados temas, el de mi juventud, el de la capitulación absoluta de Alemania, con la destrucción total de todas las casas pero también con el desmoronamiento de las personas…

P. Una historia de dolor…

R. Durante toda mi vida, y hasta hoy, esto sigue igual. Y lo increí­ble es que Alemania es una historia sin terminar, porque el Holocausto y el genocidio, estos horribles crí­menes, constituyen una historia que no acaba nunca. Ahora lo vemos en Grecia: nos enfrentamos otra vez con el problema de los horrores causados por los soldados alemanes durante la ocupación… Esa historia nos sigue y nos sigue… Así­ que vuelvo otra vez al tema del dolor de Camus: el dolor es la principal causa que me hace trabajar y crear.

P. Camus tiene esta frase: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento…” ¿Su infancia también ha sido capital para desarrollar su posterior obra literaria?

R. En Pelando la cebolla hay un obituario sobre mi madre. Murió de cáncer a los 57 años. Volví­ a ver a mis padres y a mi hermana dos años después de terminar la guerra. A mi madre la habí­an expulsado de Danzig; cuando la vi era una mujer rota y vieja… Cuando niño le contaba muchas historias que salí­an de mi imaginación, y la imaginación de los niños es muy fértil. Ella decí­a: “Mentiras de niños”. Pero en el fondo le gustaban las mentiras. Siempre le decí­a que cuando fuera mayor y tuviera dinero la iba a llevar a paí­ses maravillosos y todas esas cosas…, pero como murió tan pronto nunca pude demostrarle que querí­a hacerlo de verdad. Nunca pude hacer nada por ella… Ella sufrió cuando le dije que querí­a ser artista; mi padre estaba completamente en contra y ella siempre me apoyaba, pero sí­ sufrió por ello. Yo todaví­a sufro porque no pude demostrarle nada de lo que le prometí­. Tengo un marcado complejo materno: nunca he ido al psiquiatra y es la fuente de toda mi creatividad.

P. Dijo antes que en Pelando la cebolla narra la historia de un joven (usted) que pudo haber muerto o desaparecido. No ocurrió, está usted aquí­. De algún modo, ¿aquella guerra no lo hirió para siempre, a usted y a su generación?

R. Seguramente sí­, hemos sido marcados por la II Guerra Mundial. Y lo más terrible son los efectos a largo plazo, que siguen y siguen. Por lo mismo mi generación está más atenta a los problemas del presente mientras que alrededor parece ahora que nos estemos metiendo en una III Guerra Mundial sin que podamos decir cuándo empezó. La II Guerra Mundial comenzó con la entrada de Alemania en Polonia, pero en el fondo ya habí­a empezado antes con la Guerra Civil Española. Para Alemania, Italia, la URSS y demás la Guerra Civil española fue una ocasión para probar el armamento en un caso concreto. Al terminar, en el 39, empezó la II Guerra Mundial. En el 36 Japón empezó a meterse en Manchuria, y de allí­ a China, con aquella horrible matanza; o sea que también habí­a otro foco de guerra en Asia… Ahora tenemos por un lado a Ucrania, cuya situación no mejora nada; en Israel y en Palestina es cada vez peor; el desastre que los americanos nos dejaron en Irak, las atrocidades del Ejército islámico y el problema de Siria, donde la gente se sigue matando pero casi ha desaparecido de los informativos… Hay guerra por todas partes; corremos el peligro de volver a cometer los mismos errores que antes; así­ que sin darnos cuenta nos podemos meter en una guerra mundial como si anduviéramos sonámbulos…

P. Escribió Mi siglo, sobre el siglo XX y las maldades del mismo. Este siglo XXI ha prolongado la maldad y el lugar común es el fanatismo. ¿Es esa la maldad humana del siglo XXI?

R. Lo pongo en duda. Nunca digo que esto es bueno y aquello es malo, serí­a simplificar demasiado las cosas. Bush fue un problema… Bush hablaba de la maldad y eso no ayudaba a encontrar una solución: llevaba al maniqueí­smo, al blanco y el negro… Lo que hay que hacer es recordar los principios de esta historia. Por ejemplo, ¿qué pasó después de la I Guerra Mundial? Cae el Imperio Otomano, se reparten los Balcanes y el petróleo se convierte en un elemento muy importante. Irak no existí­a antes, fue una invención de los poderes coloniales victoriosos de esa guerra mundial… Palestina era un protectorado inglés, del mismo modo que Siria lo era francés… Y el Holocausto generó el problema de Palestina. En el fondo todo eran anexiones de tierra y hasta hoy la causa del problema ha sido la actitud de los victoriosos de la I Guerra Mundial.

P. ¿Tenemos esperanza de que el hombre sea mejor en el siglo XXI? ¿Regresa al pasado y usted al predecir la III Guerra Mundial ve el futuro lo ve con pesimismo?

R. No es pesimismo. Me baso en la experiencia y en los fallos que hemos cometido, algo que se puede comprobar históricamente, así­ que tengo dudas de que el hombre vaya a mejorar. Otra cosa es si el hombre es capaz de aprender de los errores del pasado. Por ejemplo, miremos el conflicto con Rusia. Desde el desmoronamiento de la URSS, que ha sido un desastre, llegaron Yeltsin y Putin; ¡y luego vinieron Putin y Putin! Lo que intenta Putin es volver a reconstruir ese paí­s que es Rusia… Putin ve en el 88 y 90, cuando todo se desmorona, que, a pesar de todas las promesas occidentales, la OTAN se acerca cada vez más. Y hay traumas rusos, desde Napoleón, desde la II Guerra Mundial, con 27 millones de muertos cuando llegaron los alemanes…, y ahora les vuelve el miedo a estar circundados por el enemigo. No digo que se justifique lo que han hecho en Crimea, es injustificable, pero hay que entenderlo y es lo que hemos de hacer, entender a Rusia.

P. Y no la entendemos.

R. Hemos perdido la capacidad de entender los errores que hemos cometido nosotros después de 1989. Después del desmoronamiento de la URSS se disolvió el Pacto de Varsovia, pero la OTAN ha seguido tan pancha. No ha habido serias tentativas de crear una nueva alianza de seguridad incluyendo a Rusia, y eso son fallos tremendos. Se promete a Ucrania que formará parte de la Unión Europea y luego de la OTAN, y es lógico que un paí­s como Rusia reaccione nervioso. Todas esas reacciones de Putin tienen sus causas, y a pesar de que en Europa estamos acostumbrados a colaborar en lo económico y financiero no hemos conseguido crear una polí­tica exterior común; todaví­a dependemos demasiado de los deseos de los americanos y Estados Unidos está muy lejos de nosotros y de lo que tendremos que hacer. Si los republicanos llegan al poder tendremos un nuevo rearme y de repente habrá una potencia militar enfrente de Rusia.

P. Ha creado muchas metáforas. La que más ha calado es la Óscar Matzenrath. Darí­a la impresión de que ese personaje que no querí­a crecer ni mezclarse con el mundo adulto hoy tampoco querrí­a crecer…

R. La diferencia entre el siglo XX y el XXI es que el XX estaba caracterizado por las ideologí­as, y no sólo por el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán o el comunismo, sino también por el american way of life y por el capitalismo dominante. Lo único que ha quedado de todas estas ideologí­as es el capitalismo y el capitalismo es capaz de cambiar. Pero el capitalismo está autodestruyéndose; todas esas cantidades irracionales de dinero que pasan por el mundo entero ya no tienen nada que ver con la economí­a real. Esta irracionalidad no estaba tan marcada en el siglo XX… Óscar serí­a hoy una persona distinta, tendrí­a que luchar contra resistencias distintas, y asimismo se moverí­a en ambientes completamente diferentes. En el siglo XX provení­a de un ambiente proletario y pequeñoburgués y tení­a que reaccionar. Ahora serí­a un computer freak, un hacker o algo así­, y tendrí­a que vencer otras resistencias.

P. ¿Usted fue Óscar Matzenrath?

R. ¡No he conseguido parar mi crecimiento!

P. ¿Le habrí­a gustado?

R. No, en el fondo no… No soy idéntico a Óscar, lo que ocurre es que la figura de Matzenrath tiene su raí­z en la picaresca, representa una especie de espejo que tiene una lupa capaz de provocar un incendio, capaz por otra parte de expresar el infantilismo del siglo XX, del que no querí­a participar ni defenderme.

P. Trabaja bajo figuras de Goya. ¿Qué le da Goya?

R. Trabajo, en efecto, bajo una serie de grabados de Goya. Cada vez que celebro un cumpleaños importante, de los que contienen 0 o 5, mi mujer me regala alguno que todaví­a se vende en el mercado… Para mí­ es como la medida del artista, el criterio de verdad. ¡Es de una imaginación impresionante, cómo ilustra la demencia de este mundo! Tengo varios grabados de Los caprichos en los que nos muestra que está contra la Inquisición, con la demencia de la Iglesia católica por un lado y con la vida tal como es por otro… Goya es el gran ejemplo para mí­, lo que me da la medida de si algo es bueno o es malo.


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