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Crónicas
Martes 21 abril, 2015

El café de los escritores

En Uruguay, Eduardo Galeano tomaba café todas las tardes en el mismo café
Ahora, los dueños crearon el Café Galeano y tapizaron el local con sus fotografí­as
Los pasos de novelistas, reporteros y pintores famosos en los cafés de Veracruz, que ninguna huella dejaron, no obstante significar un atractivo turí­stico

Luis Velázquez

  • El café Eduardo Galeano en Uruguay

  • El café Eduardo Galeano en Uruguay

En Uruguay hay un café. Data de 1877 y se ubica en el corazón de la Ciudad Vieja de Montevideo. Se llama Café Brasilero. Y cada tarde ahí­ llegaba el escritor y reportero Eduardo Galeano.

Siempre, y como ocurre en todos los cafés del mundo, se sentaba en la misma mesita, en su caso, una que daba a la calle sobre el ventanal.

Durante muchos años tomó café. Luego, el médico se lo prohibió y pasó a tomar té.

Después, mate. Por último, jugo de naranja. Estuvo a punto de llegar a un vaso con agua…, cuando la muerte lo sorprendió con un cáncer de pulmón que supo ocultar con gran entereza.

Entonces, Eduardo Galeano extendí­a en la mesa el periódico para leer y una libreta de taquigrafí­a donde hací­a anotaciones, y de vez en vez, claro, era interrumpido por un amigo, un conocido, un cliente, y siempre con una sonrisa los escuchaba y dialogaba con ellos.

Hoy, los dueños de aquel café, según cuenta César Bianchi en el Proceso número 2007, convirtieron aquel recuerdo, aquella presencia, en un ritual.

Por ejemplo, crearon el Café Galeano, una mezcla de café, amaretto, dulce de leche, crema y chocolate rallado.

Pero, además, ”˜”™detrás de la barra hay una suerte de altar”™”™… con cuatro fotografí­as de Galeano, formando un collage, de igual manera como por ejemplo en el bar-café de La Habana, La bodeguita de en medio, hay un ritual de Ernest Hemingway, quien todos los dí­as llegaba a las 12 horas para tomarse sus daiquirí­es y luego hacerse a la mar en su yate con Santiago, el pescador, en quien se inspiró para escribir “El viejo y el mar”.

Tal cual ocurre en todas las ciudades del planeta. Los cafés como refugio de escritores y reporteros, aún cuando, y en contraparte, hay cafés donde ningún recuerdo han erigido de tales recursos, ni siquiera, vaya, como imán turí­stico.

Por ejemplo, en el puerto jarocho, el hotel Diligencias está lleno de tradición cultural y artí­stica.

En abril de 1914, cuando la invasión norteamericana a México, el escritor y cronista Jack London, el maestro de Ernest Hemingway, llegó con los barcos de Estados Unidos como enviado especial de su periódico para escribir la historia del desembarco y la guerra.

London reporteaba en la mañana, al mediodí­a escribí­a y bebí­a en Los Portales, y en la tarde se encerraba en una habitación del hotel Diligencias con una cortesana.

GARCíA MíRQUEZ TOMABA CAFÉ EN EL HOTEL DILIGENCIAS

En una mesa del hotel Diligencias, siempre la misma, Salvador Dí­az Mirón bebí­a café todos los dí­as, en las tardes.

Una tarde, un parroquiano pasó enfrente y lo ofendió y el poeta y escritor, furioso, iracundo como era, sacó la pistola y lo mató por la espalda y la policí­a se lo llevó preso.

Hacia la mitad de la década de los 60, Gabriel Garcí­a Márquez, avecindado en la ciudad de México, habí­a decidido regresar a Colombia en búsqueda de mejor suerte.

Entonces, su amigo y paisano, el poeta ílvaro Mutis, lo invitó un fin de semana al puerto jarocho, donde le presentó al escritor Sergio Galindo, entonces director de la Editorial de la Universidad Veracruzana.

Y mientras tomaban café en el hotel Diligencias, donde fue hospedado, Galindo, a petición de Mutis, le ofreció publicar su primera novela, La hojarasca, y hasta le anticipó la mitad de las regalí­as.

Fue así­ como luego de conocer el puerto jarocho, el Golfo de México, Los Portales, Garcí­a Márquez decidió quedarse a vivir en México.

A un ladito, en el viejo café de La Parroquia, el poeta español León Felipe, recién exiliado en México, llegaba todas las mañanas a tomar un lecherito con canilla y era atendido por el joven, un adolescente quizá, Alfonso Salces, con quien luego caminaban a la librerí­a que su padre tení­a en la avenida Dí­az Mirón.

A La Parroquia también solí­a llegar hacia las diez de la noche el escritor y poeta Renato Leduc, siempre acompañado de su máquina de escribir portátil, y con un lechero a un lado tecleaba sus crónicas como enviado especial, quizá alguno de sus libros, acaso habrí­a compuesto ahí­ las primeras estrofas de “saber amar a tiempo”.

Roberto Blanco Moheno, aquel reportero y escritor que padecí­a indignación crónica, era infaltable en La Parroquia, que alternaba con el café del hotel Diligencias, cada vez, a cada rato, cuando llegaba al puerto jarocho de fin de semana.

ENRIQUE LOUBET Y SU CAFECITO DE DOS HORAS

El cronista español Enrique Loubet junior deleitaba a los jarochos, sus amigos, con sus historias en La Parroquia, con un cafecito que duraba dos horas, siempre vestido con elegancia, elegante él mismo, un dandy.

Incluso, de La Parroquia salió vestido de impecable jarocho, también su hijo, de igual manera su esposa, al palacio municipal donde el alcalde Virgilio Cruz Parra lo declaró Hijo Predilecto, a partir de lo que Loubet afirmaba que antes cuando lo miraban llegar los amigos decí­an:

Ahí­ viene ese hijo de la chingada.

Pero a partir de que el presidente municipal lo habí­a declarado tal cual, dirí­an:

Ahí­ viene el hijo predilecto.

Otros fines de semana era común mirar y admirar al pintor David Alfaro Siqueiros tomando cafecito en La Parroquia, siempre al lado de una modelo diferente, de la misma altura que el pintor.

Desde luego, muchos más escritores y reporteros legendarios habrán pasado por los cafés jarochos.

Pero, lástima, a diferencia de otros cafés del mundo (los cafés de Parí­s en la época de Ernest Hemingway, John Doss Pasos y William Faulkner, entre otros), ninguno en Veracruz ha levantado un recuerdo a todos ellos.

Por el contrario, las neuronas del secretario de Turismo, Harry Grappa, sólo alcanzaron para declarar el mayor número de Pueblos Mágicos y otorgar récord Guinness a cositas inverosí­miles, sin ninguna gracia, algunas de las cuales fueron pitorreo como el lechero más grande del mundo cuando la verde Carolina Gudiño era alcaldesa.


2 comentario(s)

Jorge 21 Abr, 2015 - 14:39
Excelente ! Como todos sus reportajes, crónicas y anécdotas olvidadas y otras de registro exclusivo por parte suya.

Esta historia contemporánea de Veracruz es exquisita. Queremos más por favor!

Un saludo.

Rosendo De la Paz Zúñiga 20 Abr, 2015 - 15:25
Buen reportaje.
Aunque no tiene caso mencionar a la "CATERVA POLITICA", representado por esos 2 exponentes, cuando se habla del MUNDO DE LAS LETRAS.

No caben esos (as) pusilánimes, en el mismo espacio periodístico.

.............por favor.

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