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Diario de un reportero
Sábado 18 abril, 2015

El dí­a que conocí­ a Dios

•Dios se adueñó de la noche
•Otros Dioses en mi vida

DOMINGO
Un dí­a conocí­ a Dios

Una tarde, el jefe de Redacción del periódico, Horacio Aude Zebadúa, me llamó a su privado.
--Al rato, dijo, te invito a conocer a Dios.
--¿A dios, con minúscula o con mayúscula?
--Con mayúscula. A Dios.
--Caray, jefe, estás delirando.


Luis Velázquez

  • Julio Scherer. Dios...

Horacio sonrió. Y sólo dijo:

--Apúrate con tus notas del dí­a.

Escribí­ rápido, aprisa y de prisa. Sin levantar la mirada de la máquina de escribir.

Tampoco sin contestar las llamadas telefónicas. Sin echar desmadre con el reportero de al lado.

El jefe de Redacción también apresuraba el material informativo para la portada, que él mismo seleccionaba y diseñaba.

Tampoco se distrajo con el teléfono ni con la secretaria con la que todas las tardes platicaba las vivencias y los chismes del dí­a.

Hacia las 7, 8 de la noche, dijo:

--Vámonos.

Nos trepamos a una camioneta que entonces tení­a con chofer, el legendario y mitológico Fallo Caracas, uno más de la dinastí­a de los hermanos Caracas, aquellos que llegaban a “La escondida”, la mejor casa de citas que ha existido en la historia jarocha, y se llevaban, pistola en mano, a unas diez chicas para una fiesta nocturna.

Fallo Caracas tomó camino al aeropuerto Heriberto Jara. Llegó a tiempo cuando el avión procedente de la ciudad de México aterrizaba.

--Ahí­ lo tienes, dijo Horacio. Ahorita te presentaré a Dios y cenaremos con él.

Era don Julio Scherer Garcí­a.

LUNES
Y Dios se adueñó de la noche…

Aquella noche cené con Dios en una velada que llegó a la una de la mañana, aproximadamente.

En el centro de la mesa, Dios.

En el lado izquierdo, Jorge Malpica Martí­nez.

Y en el lado derecho, Horacio Aude y el tecleador.

Dios Julio Scherer habló. Mejor dicho, se adueñó del micrófono porque así­ era la noche.

Habló de todos los temas. El paí­s. El presidente de la república. Algún secretario de Estado. Los gobernadores. El periodismo.

Jorge Malpica y Horacio le preguntaban y Dios Julio Scherer contestaba de manera profética. Mezclando y entremezclando la información con el ingenio mordaz y perspicaz, salpicado de anécdotas.

--¿Y usted, por qué no habla, por qué no pregunta? me lanzó Dios Julio Scherer la palabra como un látigo.

--Señor, lo miro con otros ojos.

Dios Julio Scherer se me quedó mirando. Los ojos como unos cuchillos filosos, taladreando. Luego sonrió. Gracias, dijo.

Cenaban con alcoholes. Débil ante el whisky, temeroso de un desliz con la lengua suelta, desde el principio aposté a un vaso con agua y otro y otro y otro.

Es el mejor recuerdo de toda mi vida periodí­stica que sólo alcancé a plenitud cuando entrevisté a David Alfaro Siqueiros en el viejo y antiguo café de La Parroquia, de la avenida Independencia, y a Demetrio Vallejo, el gran lí­der ferrocarrilero, recién salido del palacio negro de Lecumberri, en una girita en el puerto jarocho, en los patios de la vieja estación del tren.

MARTES
Otro Dios en mi vida

Habí­a otros Dioses en mi vida.

Don Manuel Buendí­a, el columnista más influyente del siglo pasado, asesinado por la espalda en el segundo año del presidente Miguel de la Madrid por uno de sus testaferros en la secretarí­a de Gobernación, José Antonio Zorrilla, director de la Federal de Seguridad.

Sus columnas estaban bien documentadas que con frecuencia aparecí­an en portada; pero como noticia principal, las 8 columnas.

Además, claro, del ejercicio nato y neto de la inteligencia, la picardí­a y el ingenio, pitorreándose de todos, sin excepción.

Habí­a fundado en la ciudad de México el Ateneo de Angangueo, el nombre del pueblo donde naciera en Michoacán.

Allí­ se concitaban algunos de los mejores columnistas y reporteros y escritores e intelectuales del momento para ofrecer una comida a un polí­tico federal, al gobernador de una entidad federativa, con quienes construí­an un diálogo frontal, rí­spido pero respetuoso, y en donde la regla universal era que todos se divirtieran.

Y cosa rara y extraña, los polí­ticos aguantaban vara.

Yo estuve más cerca del Dios Buendí­a que del Dios Scherer.

MIÉRCOLES
El Dios Carlos Monsiváis

Mi otro Dios era Carlos Monsiváis.

En varias ocasiones aceptó la invitación para una conferencia sobre la crónica periodí­stica en la facultad de Comunicación de la Universidad Veracruzana.

Incluso, hasta ofreció un curso sobre la crónica a un grupo de 20 estudiantes, elegidos a partir de una crónica que hubieran reporteado y escrito.

Siempre era su chofer en el puerto jarocho y también su comensal en los dí­as de su periplo.

Y aun cuando la platicaba giraba alrededor de la vida pública, se centraba en la crónica, como una gran oportunidad para aprender.

En el dí­a, impartí­a el curso, y en la tarde/noche se encerraba en el cuarto del hotel a escribir los textos múltiples que entregaba a las redacciones de varios periódicos y revistas de la ciudad de México.

Siempre cargaba su máquina portátil Olivetti.

JUEVES
El Dios Mayor

Mi Dios mayor fue el sacerdote David Constantino Garcí­a.

En la escuela secundaria me enseñó el mundo insólito, la aventura indescifrable, de la lectura.

Siempre me prestaba uno por uno los libros de su biblioteca majestuosa, pues parte de sus gastos era comprar libros, muchas veces por catálogo a las librerí­as de la ciudad de México.

Me prestaba un libro y cada uno debí­a platicarse y discutirse y defenderse con argumentos, que es, afirmaba, la forma efectiva de leer.

En aquel tiempo, en el pueblo, me llevó a Azorí­n, el maestro español de la frase corta y lapidaria y cuyos 20 libros, quizá más, me prestó, y me obsequió cuando se fue a Roma a cursar un doctorado en Teologí­a durante tres años.

Gracias a mi Dios David, la lectura ha sido la más prodigiosa compañera de la vida.

Un dí­a lo dijo mi hija con una frase sabia y poética, que nunca, jamás, he olvidado:

“Papá nunca está solo. Siempre está con un libro”.

VIERNES
Una Diosa en mi vida

También he tenido Diosas en el camino. No han sido barbies ni ladies.

La maestra Praxedis Lagunes Capistrán era la directora en la escuela primaria y secundaria en el pueblo. Viví­a con la medianí­a de su salario con una austeridad franciscana en una casita con la sala y ventana a la calle.

Ahí­, solí­a sentarse todas las noches a leer unas tres, cuatro horas, quizá más tiempo, sus libros.

Muchas veces pasaba frente a su casa sólo para mirar aquella visión apocalí­ptica, sumida en la lectura como en un trance, levitando con el libro en la mano.

En ocasiones, ya tarde, cuando regresaba de la cancha de basquetbol en que todas las noches entrenábamos para el juego estelar del campeonato en el fin de semana, me detení­a frente a su ventana y se habí­a quedado dormida con el libro en la mano, cabeceando.

Un dí­a, quizá en un trance, despertó y me sentí­ descubierto de pie en la banqueta, frente a la ventana de su casa.

De inmediato, tomó conciencia de que se habí­a quedado dormida y aclaró:

“No dormí­a. Pensaba con los ojos cerrados lo que estaba leyendo”.

Ella también me zambulló en la lectura. Poco a poco me fue prestando todos los libros de su biblioteca, llevándome de la mano en los asuntos temáticos para leer con provecho, decí­a.

Sin duda, le expropié algunos libros que luego fueron, han sido, son, los libros de cabecera, llenos de humedad y ácaros que me han acompañado casi cinco décadas.


4 comentario(s)

Mariachi Lilia gaona aguilar 19 Feb, 2017 - 21:42
Disculpe quien escribe el blog el diario de un reportero se ve quería mucho al padre David Constantino gracia yo quisiera saber si el tiene contacto con su familia soy hija de un sobrino suyo jose luis y hace muchos años x circunstancias aceñas a mi perdimos contacto y quisiera saber de ellos le agradecería si pudiera contactarme con su hermano si aun vive o alguno de sus sobrinos muchísimas gracias

José Luis 22 Abr, 2015 - 22:53
Yo tengo un sólo Dios, Jesucristo de Nazareth.
Lo que tengo son muchos admirados, entre esos usted.

José Luis Valdeolivar Díaz 21 Abr, 2015 - 20:26
En alguna ocasión leí, en algún texto que ya no recuerdo, una critica de un místico o filosofo indio el cual expresaba que los escritores occidentales solo hablaban de si mismos y de lo que les pasaba en sus vidas. Comentario que me demostró que si bien era un grande de su cultura no entendía la naturaleza de nuestros escritos.
Al narrar nuestras vivencias diarias sean de carácter emocional, espiritual o de cualquier otra índole estamos gritando al mundo que estamos vivos, que hemos vivido y que lo que somos es orgullosamente producto de nuestro pasado y al transmitirlo recordamos los hechos, las personas que nos influenciado para ser lo que somos el día de hoy.
Gracias por sus anecdotas y su forma de ver la vida.

Othon Marcelo Ronzon 18 Abr, 2015 - 15:18
Caramba Don Luis, admiro la manera tan realista con que narra Usted sus vivencias y experiencias, gracias por compartirlas.
Afectuosamente
Othón Marcelo Ronzón

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