El Instituto Nacional Electoral, INE, todaví­a con la misma gente del Instituto Electoral de Veracruz, nunca se ha dado cuenta de que algunos miembros del gabinete duartista y anexos, conexos y similares andan en precampaña por el Congreso de la Unión con cargo al erario, y por tanto, los dejan hacer y los dejan pasar.

La inseguridad es una papa caliente, una ví­bora chillando; pero se tratan de hechos colaterales, naturales, además, en la disputa de los carteles por la plaza Veracruz, tan codiciada como otras latitudes de la república.

Si Veracruz fue catalogado como el peor rincón de la nación para el paso de migrantes de América Central rumbo a Estados Unidos se trató de una intriga del sacerdote José Alejandro Solalinde, fray Tomás y Rubén Figueroa.

Si los medios solo miran las balaceras y los muertos y los secuestrados y los desaparecidos es porque ninguno ama a Veracruz con el amor que le tuvieron, por ejemplo, Agustí­n Lara y Pepe Guí­zar, los dos, pobrecitos, que daban sus vidas por haber nacido en tierra jarocha.

Si los familiares de los desaparecidos marchan en las calles y en los pueblos es porque, ni modo, a ninguno se le ha ocurrido investigar en las granjas alcohólicas el paradero de los suyos, donde se están rehabilitando de su adicción etí­lica.

Si la prensa defeña se ocupa de la parte negra, sórdida y revuelta de Veracruz es porque existe un complot de los grupos polí­ticos del altiplano en contra de la elite priista a quien le miran casta superior para “la grande”.

REPARTO DE CULPAS

Es más, existió un momento (parece que lo han dejado un ratito) cuando “el macabro reparto de culpas” también estaba a la orden del dí­a.

Que si las ciudades estaban inundadas de pedigí¼eños, todos indí­genas, era porque llegaban de Oaxaca y Chiapas a la tierra promisoria de Veracruz, lugar de oportunidades.

Que si los pueblos del norte de Veracruz estaban llenos de muertos era porque los tiraban de Tamaulipas.

Que si el fuego cruzado se recrudecí­a Igual que “el paí­s de un solo hombre” con Antonio López de Santa Anna, Veracruz es hoy “la República donde no pasa nada”. He aquí­ un recuento de culpas… con muertos en la ví­a pública eran ajustes y reajustes de cuentas entre los malandros.

Que si robaron 13 bancos en un par de semanas era porque buscaban locaciones cinematográficas para filmar una pelí­cula del viejo oeste con los nuevos hermanos Almada, los diputados José Ramón Gutiérrez, Juan René Chiunti y Adolfo Jesús Ramí­rez Arana, el trí­o de legisladores propiedad de Arturo Bermúdez Zurita.

Que si existí­a una deuda pública inverosí­mil era por culpa de Miguel Alemán Velasco que inició con el desmadre crediticio al pedir 3,500 millones de pesos al cuarto para las doce de irse y la siguió Fidel Herrera que la amplió a diez mil millones.

Que si el pueblo estaba sitiado por limosneros, franeleros y migrantes, ni modo, primero está la ciudad bonita y a promulgar un bando de buen gobierno para encarcelarlos.

Que si el pueblo protesta, ni modo, la ley Bala Bermúdez y la ley Enrique Ampudia.

El objetivo polí­tico de alta escuela era simple y sencillo: repartir culpas, bajo un solo lema: los duartistas son impecables, impolutos e implacables.

Para eso, pues, el pueblo votó por ellos en las urnas.

CUATRO AÑOS LAVíNDOSE LAS MANOS…

Así­, y por desgracia, han transcurrido cuatro años del sexenio.

Lavándose las manos como Poncio Pilatos.

Repartiendo culpas.

Gritando ante el mundo que somos el paí­s donde nada pasa.

Por eso, el politólogo Carlos Ronzón Verónica ha llamado a los seis años de Fidel Herrera y a los cuatro de Javier Duarte “La década perdida”.

Perdida, claro, para el grueso de la población. Indí­genas, campesinos, obreros, clase media, incluso, aterrorizada con los dí­as y las noches prendidas con alfileres.

Quizá, acaso, algunos pudientes que han debido exiliarse de sus pueblos y sus negocios para salvar la vida, en todo caso, vivir en paz, sin sobresaltos.

Y, en contraparte, la casta polí­tica, la elite, unos cuantos (el gabinete legal y ampliado, los poderes Legislativo y Judicial, los alcaldes y los ediles) cumpliendo una década con vientos favorables.

Sueldos y viáticos de primer mundo. Camionetas blindas para ellos y los suyos, con sus guardaespaldas. Tráfico de influencias para los negocios lí­citos e ilí­citos.

Mansiones en fraccionamientos de súper lujo, hasta con policí­a especial.

Colecciones de joyas y pinturas de famosos.

Ranchos con ganado y cultivos agrí­colas. Cuentas bancarias en Londres y Nueva York, según las versiones.

Y todaví­a la desfachatez y el cinismo del Contralor, Ricardo Garcí­a Guzmán, de que los medios linchan a los polí­ticos y lastiman (oh paradoja ¿quién lastima más?) al gobierno de Veracruz, cuando, por ejemplo, hay 800 mil indí­genas en la miseria y la pobreza, un millón y medio de campesinos y 800 mil seniles, la mayorí­a sin seguridad social, que a ningún polí­tico duartista interesa, ocupa y preocupa.

Y, de ñapa, 650 mil analfabetas, de 12 años en adelante, más un millón con educación primaria incompleta y otro millón con secundaria inconclusa y 600 mil paisanos con el bachillerato a medias.

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