El linotipista, jefe supremo
•Escribir con las nalgas •Señoritongos del lenguaje
DOMINGO
El linotipista, jefe supremo
Hacia la mitad del siglo XX pa”™lante, los correctores de estilo y los linotipistas en los periódicos eran, como hoy en unos medios, la autoridad máxima en la gramática.
Sin tener una maestría ni un doctorado, ellos significaban la última palabra de un texto en su calidad literaria.
Incluso, y aun cuando el corrector de estilo habría cepillado la crónica, el reportaje, la nota informativa, la columna política, el linotipista era algo así como el jefe supremo del consejo de ancianos en un pueblo, cuya palabra era infalible, impoluta, impecable e implacable.
Luis Velázquez
Es más, existían reporteros tan escrupulosos (Gabriel García Márquez, por ejemplo, solía escribir con diez diccionarios a un lado) dispuestos a una pelea a muerte con el corrector y/o el linotipista sobre el uso de una palabra, un giro del lenguaje, una oración, una frase.
Por eso es que, entre otras razones, durante sus años en el gran periódico Excélsior, Carlos Denegri, quien hablaba ocho idiomas, cada noche llegaba hacia la una de la madrugada al diario para checar en el linotipo la redacción de sus textos… por si algún linotipista los había modificado.
LUNES
Preferidos de Camus
Albert Camus, maestro, escritor, reportero, articulista, director de periódicos, filósofo y político tenía la costumbre, por ejemplo, de que en los diarios donde trabajaba pasaba la mayor parte del tiempo en talleres, con los linotipistas, a quienes respetaba y admiraba como maestros del lenguaje.
Además, reconocía en ellos a los compañeros del periódico con el más alto nivel cultural, capaces, incluso, de armar una bronca con el reportero si violentaba las reglas gramaticales.
Más aún, los linotipistas, que copiaban el texto en el linotipo para fundirse en el lingote de metal con que se armaban, entonces, las columnas de los periódicos, eran lectores de novelas, cuentos y poemas, donde la belleza y el ritmo y el donaire de la palabra alcanza la plenitud, digamos, de un bello amanecer a la orilla de la playa.
Por eso eran los preferidos y los consentidos de Camus, antes, mucho antes de convivir y cohabitar con los colegas trabajadores de la información.
Y, bueno, tal química con los linotipistas también se derivaba de que eran obreros, gente de clase media y baja, hijos de la cultura del esfuerzo, nacidos por lo general en la pobreza y la miseria, como él mismo Camus, quien de niño, huérfano de padre a los 2 años de edad, con una madre analfabeta que ganaba la vida lavando y planchando de casa en casa, habitante de un patio de vecindad con un solo baño para 10 familias, solo tenía como riqueza la playa, la arena, el mar y el sol.
MARTES
Escribir con las nalgas
Una tarde/noche en la sala de redacción, el escritor César Arias de la Canal (Los tambores de Monimbó, el pueblo donde iniciara la lucha sandinista contra el dictador Anastacio Somoza) revisaba la nota policiaca del reportero de la fuente.
Se acercaba la hora del cierre, cuando todo mundo trabajaba como enloquecido, neurótico, enfermo de los nervios, batallando contra el tiempo, la bilirrubina a su máximo esplendor y resplandor.
Entonces, de pronto, se levantó como un esquizofrénico, fuera de sí, maldiciendo al mundo, porque la nota estaba redactada, dijo, con las nalgas de aquel pobre reportero policiaco que apenas había cursado la escuela secundaria y de pronto, un día, sintió una revelación misteriosa de que desde ultratumba lo llamaban al diarismo y se metió de reportero.
Así, desbordado, rompió la nota en decenas, cientos de pedacitos, y la llevó al jefe de Redacción, diciendo que en el momento renunciaba a la chamba de corrector de estilo, porque una hora más y sufriría un paro cardiaco fulminante.
“¡Estoy harto, harto, harto… de tantas pendejadas gramaticales!” fue repitiendo el joven escritor, laureado con su primer libro, cuando luego de renunciar iba bajando las escaleras del periódico hacia la medianoche.
MIÉRCOLES
Los señoritongos del lenguaje
Los linotipistas siempre consideraron a los correctores de estilo unos exquisitos del lenguaje, señoritongos les llamaba, mujerucas incluso, nomás para expresar su menosprecio y desprecio.
Y es que, además, de la rivalidad por el lenguaje, los correctores trabajaban en la sala de redacción con el aire acondicionado, mientras los linotipistas estaban recluidos, mejor dicho, refundidos en talleres, por lo general en condiciones inhóspitas de trabajo.
Y lo peor, con un sueldo menor.
Por eso, Camus se iba con ellos.
Más aún, Camus descubrió que los linotipistas tenían una gran conciencia social y la mayoría eran activistas políticos, incluso, militantes de la izquierda, y de la izquierda radical, que tanto fascinaba al escritor premio Nobel de Literatura, cuya vida quedara frustrada a los 43 años de edad en un accidente automovilístico al chocar con un árbol y sufrir la muerte instantánea.
En su militancia política por la libertad de su pueblo, Argelia, muchos linotipistas se unieron a Camus.
JUEVES
El destino de un linotipista
Durante muchos años, Pedro trabajó en el periódico “La nación”, ya desaparecido, como linotipista.
Parece, mínimo, unos 25 años.
Siempre puntual. Siempre callado. Desde que iniciaba su turno a las 4 de la tarde hasta las 12 de la noche, sentado frente al linotipo, tecleando, imparable, pulcro, limpio.
Era insólita su capacidad para leer las palabras al revés en el lingote de metal y de inmediato detectar un error de dedo.
Llevaba su itacate para la cena que siempre mordisqueaba entre lingote y lingote y entre nota y nota, sin darse una tregua de unos cinco minutos para cenar, riguroso consigo mismo para que el periódico saliera a la calle en tiempo y forma.
Un día renunció al periódico y se fue a otro donde lo valoraron mejor, harto del gerente, uno de los dueños, un patán de hacienda porfirista.
Muchos años después, ya jubilado, su amigo Héctor Fuentes, que entonces trabajaba de reportero, lo descubrió en medio de un montón de “cerillitos” en una tienda comercial, cargando los bultos de las señoras, esperando la propina.
Su pensión en el Seguro Social era de 1,500 pesos mensuales, luego de 35 años de trabajo ininterrumpido con una lealtad a prueba de bomba.
VIERNES
Periodismo de baja calidad
Por desgracia para el lector, los linotipistas han desaparecido en la mayor parte de los periódicos, y también, oh paradoja, hasta los correctores de estilo.
La computadora, ya se sabe, es milagrosa, pues como dijera Gabriel García Márquez, si en mis tiempos hubiera existido, habría escrito el doble, el triple de mis libros.
Y por tanto, la compu ha enviado al archivo muerto a aquella tribu que pulía y volvía a pulir los textos de los reporteros.
Así, los tundeteclas llegan a la sala de redacción y/o escriben desde su casa y hasta desde la cantina frente a una cerveza, una copa de licor y la botana, y con una trabajadora sexual a un lado, y tal cual, sin la barredora gramatical, creyendo que han escrito la obra literaria maestra, envían sus textos a la bandeja de la compu del jefe de Información, y tal cual se publican, sin que nadie los cepille.
Por eso el periodismo es de tan baja calidad literaria y de contenido, y el lector, ni modo, sale perdiendo, más aún si se considera lo que afirmaba don Alfonso Reyes, de que el periódico es el libro del pueblo.
Un libro lleno de errores y de horrores gramaticales…