Escribir prosa como poesía
•La calle, la mejor escuela
•30 mil libros leídos
DOMINGO
El comandante Correa
Armando Correa Ghana impartía clases en la antigua facultad de Periodismo de la UV siempre con una sonrisilla pícara, ocultos los ojos en unos lentes de carey negro. Parece tenía el dedo cordial manchado de tanta nicotina del cigarro.
Los alumnos le endilgaron el mote de “El comandante”, por su tendencia socialista, fan de Ernesto Guevara, su cuarto de estudios con una foto de “El Ché”, en donde cada estudiante privilegiado a sus fiestecitas llegaba con una veladora que le prendía.
Luis Velázquez
Cada fin de semana, una pachanga en su casa. Siempre para hablar de socialismo, en medio, claro, de botellas de licor que se amontonaban en un rincón, el cuartito lleno de humo, la mayoría hombres, una especie del club de Tobi.
A veces, “El comandante” Correa sorprendía a todos, cuando de pronto tocaba en la puerta un escritor, un poeta, un pintor de la ciudad de México, su invitado.
Muchas, muchísimas ocasiones, por ejemplo, terminamos recitando poemas con Efraín Huerta, el autor de los poemínimos, su entrañable amigo que a cada rato desembarcaba en el puerto jarocho, amante como era de la vida en provincia, la aldea, el pueblo.
La clase de “El comandante” era agradable, siempre salpicada de anécdotas de la historia y de la vida real. Incluso, hasta la aderezaba con chismes del barrio que ajustaba con habilidad al eje académico.
LUNES
El periodismo se aprende en la calle
El periodismo, decía el profe Francisco Gutiérrez, se aprende en la calle y siempre con maestros rudos en la sala de redacción.
Por eso, en su clase de Redacción solía enviar a los alumnos a la calle a reportear, gastándose la suela de los zapatos atrás de la noticia y fregándose la columna vertebral en la tarde escribiéndola.
Claro, en el salón de clases enseñaba. Era riguroso, inflexible. Enseñaba a gritos, con decibeles en su tono de voz que subían y bajaban como río desbordado, un tsunami fonético.
Y, bueno, también gritaba en clase porque la impartía en una hora fatídica: las 15 horas, después de comer, cuando todo mundo quiere tirarse en el sillón tlacotalpeño y el reposet a echarse un coyotito.
Tal cual los alumnos caminaban. Pero aprendían. Desde siempre quedaron conscientes de que la mejor escuela de Periodismo es la calle, fregándose en la competencia con otros reporteros en el frente de batalla, donde la noticia se gana o se pierde.
MARTES
Escribir prosa como poesía
Antonio Salazar Páez era maestro de Estilística. El ritmo y la música de la prosa. La prosa como una melodía. Escribir de tal manera que las palabras, las frases, las oraciones parezcan, digamos, el vaivén de una ola.
Pero el profe también era poeta. Entonces, había publicado su primer libro de poemas. Se llamaba, parece (¿habrá sido su tesis de licenciatura?) Letras contra letras.
Así, en vez de impartir la clase pasaba los 50 minutos recitando sus poemas, se emocionaba y hasta lloraba en una parte dramática y estelar de la historia humana que contaba.
Y es que, según el maestro, el cronista, el reportero, debía aprender a escribir prosa como si fuera poesía. Y nada mejor que educar al oído leyendo los poemas en voz alta para sentir el bamboleo de las palabras.
Incluso, años después leyendo a Gabriel García Márquez se recordaba al maestro porque el Gabito afirmaba que escribía sus novelas (muchas de ellas con estructura periodística) mientras escuchaba música.
Y en un acto milagroso la música se traspalaba a sus palabras y llegaban a la hoja en la máquina de escribir como si fuera el desfile musical de las palabras.
MIÉRCOLES
30 mil libros leídos
El doctor Diódoro Cobo Peña, cardiólogo de niños, impartía Filosofía en la facultad de Periodismo.
La fama académica lo precedía: ocho libros publicados de Filosofía, Pedagogía y Literatura. Dos, tres libros de poemas. Amigo de José Vasconcelos. En su casa, los libros se amontonaban hasta en los pasillos. Habrá tenido en su biblioteca 20 mil, 30 mil libros.
Todos, leídos, decía con orgullo.
Uno de sus libros de poemas, Perfil de humo, tenía varios poemas de amor.
Fogosos. Impetuosos. Llenos de pasión por una mujer, siempre la misma.
Y en las borracheras estudiantiles los compas las recitaban como una biblia del amor y con frecuencia en una serenata con el alcohol circulando desde el occipital hasta el metatarso.
¡Ah!, pero en clase, de pronto un alumno metía el desorden y preguntaba al maestro sobre el último juego de su equipo de futbol preferido, entonces el resto de la clase era hablar de deporte.
Así, se filosofaba en aquella clase del maestro generoso que entendía y comprendía el latido juvenil.
JUEVES
50 minutos levitando...
Durante los cuatro años de la carrera viví seducido y alucinado por la maestra de inglés.
Bárbara Hebrard. Simple y llanamente, materia obligatoria, iba a clases solo para mirarla y admirarla, en silencio, sin nunca, jamás, atreverme a confesarle el mundo vertiginoso que sembraba en el corazón de aquel alumno llegado del rancho, del pueblito, de la aldea.
El resultado fue terrible: siempre reprobaba la materia. Además, claro, de que toda la vida mis neuronas estuvieron peleadas con los idiomas.
Quizá, acaso, por misericordia siempre me aprobaba luego del examen de última oportunidad, declarándome un caso perdido.
En clase quedaba idiotizado, mirando sus ojos azules, su piel blanca, su cuerpo delgado, sus piernas largas, su sonrisa, su cabellera resbalando en el cuello.
Eran siempre todos los días 50 minutos de levitación.
Meses después supe que también era secretaria de redacción del reportero estrella, Bartolomé Padilla.
Y, entonces, la admiración sin límites se disparó a terrenos inimaginables, porque era un lector asiduo de aquel columnista con sus dos, tres columnas que solía publicar cada día y que en fin de semana, parece, llegaban a cuatro y cinco.
Terminé los cuatro años de la facultad con 6 de calificación en inglés, aun cuando la maestra siempre estuvo consciente de suscribir un acto de misericordia para ganar indulgencias.
VIERNES
El laboratorio del pecado
José Luis Bolado impartía la cátedra de Fotografía. Nunca pude comprar una cámara, ni siquiera Polaroid, como la que utilizaba Ernesto “El Ché” Guevara en la catedral de la ciudad de México para la foto instantánea que le permitiera comer cada día. Jamás, digamos, la fotografía periodística me llamó. Pero, bueno, en clase era obligatoria. Y me valía.
Nunca recuerdo haber entregado una foto al maestro. Y, bueno, todos íbamos a su clase porque la impartía en un laboratorio a oscuras.
Y todos parapetados en las sombras, entonces, el cuarto era una agarradera a diestra y siniestra, donde sólo se escuchaban los gritos de las estudiantes molestas e irritadas con los compas abusivos.
El profe seguía impartiendo la clase, como si tuviera alrededor a parvulitos disciplinados.
El Alzheimer es canijo. Pero la mayoría de los hombres jamás supimos como al final del curso el profe exhibía las mejores fotografías tomadas en la calle por todos y cada uno de los alumnos, sin excepción.
Oh paradoja, oh milagro: en los cuatro años de la carrera en el renglón de Fotografía siempre sacaba diez.
El maestro era, pues, demasiado generoso. Se pasaba de bueno... Es más, era tan bueno que prestaba la llave del cuarto oscuro para que cada pareja hiciera travesuras…
Nora Bertrand González 15 Nov, 2014 - 12:42
Gracias.
Como novata en estos menesteres, quiero decir, en esto de la computadora y el internet, aún no se que significa blog, pero hoy leà en una columna del periodico algo relacionado con su blog, y curiosa como soy, quise saber mas, entré a google y aunque me costó trabajo, pues aún no sé muy bien como preguntarle al buscador, logré encontrarle.
Como lectora incansable, disfruto mucho sus columnas periodÃsticas, y aunque a mis 68 años prefiero la letra escrita sobre papel, esta mueva tecnologÃa (nueva para mi) me da la oportunidad de leer y disfrutar sus escritos, por ello gracias, muchas gracias.
Reciba con la presente, un afectuoso saludo, mi admiración y respeto.
Atentamente
Nora Berarand González.