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Reportajes
Viernes 11 julio, 2014

El niño que sobrevivió al desierto de Calexico


Con año y medio de edad Ví­ctor Ricardo atravesó la frontera hacia Estados Unidos por Mexicali. Sobrevivió al desierto de Calexico en manos de un coyote que lo llevó a Los íngeles, donde permaneció en un albergue de deportación para menores
Tres años después vuelve a Cosamaloapan con su mamá Yaneth, quien enfrenta en medio de la pobreza y la inseguridad de la zona la vigilancia del consulado el reto de criar a Ví­ctor en las mejores condiciones de vida posibles

Cosamaloapan, Ver.- Ví­ctor Ricardo cumplió cuatro años el 20 de junio. Pero la mayor parte de su corta vida la ha pasado en un albergue de Los íngeles, California. Fue repatriado a México el 04 de julio después de tres años de insistencias burocráticas y consulares entre autoridades veracruzanas y estadounidenses.

Antonio Mundaca//Fotos: Alberto Carmona

A su edad su historia se incrusta en el drama cotidiano de la supervivencia de cientos de niños que atraviesan la frontera entre México y Estados Unidos, guiados a ciudades americanas por el rastro de los dólares. Con la promesa de encontrarse con sus padres, su familia, una mejor vida hasta que la cadena de corrupción se rompe.

El puente millonario del tráfico de indocumentados por la ruta alterna del Pací­fico que conecta con Mexicali, donde de acuerdo al blog del inmigrante angelino, los indocumentados mexicanos y centroamericanos son utilizados como medio de transporte de la droga en el desierto.

El pequeño Ví­ctor Ricardo cruzó la lí­nea fronteriza de Mexicali sin sus padres. Atravesó con año y medio de edad la carretera conocida como La Rumorosa. Viajó en brazos de un coyote sin nombre por Calexico y El Centro, ciudades a los pies de la frontera hasta llegar a Los íngeles. Sus padres lo enviaron a Estados Unidos en avanzada con unos de sus tí­os: “Pensábamos alcanzarlo; pero no pudimos, fuimos deportados cuando lo intentamos” dice Yaneth, la madre del menor.

El coyote en California cumplió su promesa. Lo entregó a uno de los hermanos. “El coyote pasaba gente todos los dí­as, no tuve contacto con él, no hice yo el tramite, el pago lo hizo mi hermano que estaba en Estados Unidos, yo vi cuando se lo llevaron”, cuenta la madre de Ví­ctor. Toma aire. Abraza a una pequeña, media hermana que Ví­ctor recién conoce…Mientras Ví­ctor juega con las sillas rojas del lugar donde hemos decidido el encuentro. Su madre intenta explicar la nueva felicidad de haberlo encontrado.

La mamá del pequeño Ví­ctor vio cuando el coyote se lo llevó en una Van Blanca con placas americanas. Salió de la zona conurbada de Mexicali por la carretera a Nogales. Una barda laminada que divide la frontera habí­a sido la última vez por donde el niño partió al lado del coyote. Por teléfono siguieron la ruta hasta el destino del pequeño. Paso Fountain Valley, Seal Beach y San Pedro, hasta llegar a Long Beach donde su hermano recibió al pequeño.

A la semana Yaneth y su esposo intentaron cruzar el desierto. Fueron deportados por Migración. No habí­a podido, en otras ocasiones, entrar ni por Yuma ni por San Luis Rio Colorado. A la semana murió el papá de Ví­ctor. Se vinieron las desgracias.
Murió por una sobredosis. Cuando Yaneth lo narra se rompe. Prefiere no hablar de ese tema mientras Ví­ctor juega por los muebles de la pequeña sala.

“Yo nunca pensé en perder a mí­ hijo, no tení­a dinero, no tení­a nada con que luchar, por varios meses lo busqué, encontré un nuevo esposo que es de Cosamaloapan, tuvimos que venirnos para acá porque allá se puso todo muy difí­cil”. A los pocos meses el hermano de Yaneth fue localizado como ilegal en Texas y el pequeño Ví­ctor pasó al resguardo de la autoridad estadounidense.

“BEAUTIFUL” CON INGLÉS DE NIÑO MEXICANO

De Long Beach, California, a Cosamaloapan, Veracruz, hay un mundo de distancia y diferencia. Y Ví­ctor Ricardo es un niño afortunado a pesar de la inminente pobreza. Volvió con su madre Yaneth Aguilar Rubio después de tres años de pedir ayuda y un juicio de adopción que se inició hace cinco meses intervinieron el Ayuntamiento de Cosamaloapan, la Defensorí­a de la Procuradurí­a del Menor Indí­gena y la Familia, la Secretaria de Relaciones Exteriores y organismo de protección del Consulado americano en Veracruz.

Buscamos a Ví­ctor dos dí­as en un municipio asediado por las leyendas de fosas clandestinas. Supimos de su hogar modesto en las inmediaciones de la Colonia Obrera, una casa humilde ubicada en la Calles de Las Conchas y Francisco I. Madero, donde el pequeño Ví­ctor inició un proceso de adaptación vigilado por autoridades municipales y autoridades americanas después de su llegada a Veracruz el viernes pasado en el aeropuerto Internacional Heriberto Jara Corona.

“En estos momentos el pequeño se encuentra en un proceso vigilado por la trabajadora social, también existe un compromiso de vigilancia del consulado mexicano para que exista en él y su nueva familia un proceso de adaptación, un compromiso de educación con sus papás, que pase de la novedad y la felicidad a la integración” sostuvo Linda Xóchilt Villegas Celis, directora del DIF de Cosamaloapan.

Previo a la entrevista con la funcionaria esperamos a Ví­ctor en las instalaciones oficiales. Una oficina blanca, amplia, ventilada, con un rosa mexicano debajo del tapiz claro. Ví­ctor Ricardo es un niño que habla poco. Es inquieto. Sonrí­e, corre, se deja abrazar por las secretarias que le llaman “Richard” es la voz a la que atiende con mas familiaridad. Le piden que en ingles les diga “bonita” a las muchachas. Dice “beatiful” con inglés de niño mexicano.

Corre por los pasillos del edificio donde su madre accedió a ser entrevistada después de dos dí­as de búsqueda. Es acompañada de personal del Sistema de Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de Cosamaloapan. La tierra de nueva adopción de Richard donde vive con su mamá y su hermanita de meses de nacida. Ví­ctor nació en Baja California. Todaví­a no entiende de los milagros para que estuviera vivo.

No sabe que para su repatriación le pidieron a Yaneth un sinfí­n de trámites. Muchos de ellos en confidencialidad del DIF Municipal de Cosamaloapan y el Consulado ubicado en Veracruz. Entre los requisitos se encuentran una carta de no antecedentes penales, acta de nacimiento, seguro, exámenes de psicologí­a, comprobantes de domicilio.

En sus documentos únicamente Ví­ctor lleva únicamente los apellidos de su madre. No sabe que su papá murió a la semana que el cruzó la frontera o sus abuelos, -también indocumentados- a los que posiblemente tampoco conocerá, pudieron haber muerto en los ochentas entre los desiertos de Arizona y Sonora, en el “El paso de la muerte”, donde otros niños como él cruzan el desierto, sin que existan cifras oficiales de los decesos.



Yaneth Aguilar Rubio tiene tres años viviendo en Cosamaloapan. Llegó huyendo de una vida hostil de Baja California con su esposo después de varios intentos fallidos de burlar la Snow Patrol.

“Aquí­ no conocí­a a nadie, llegué con mi esposo porque en Mexicali se habí­an acabado las oportunidades, no tení­amos recursos y para pasar necesitas dólares, si no el pollero te deja en el desierto o te arriesgas a sólo tirar el dinero” comenta Yaneth. Con gesto desconfiado. Mirando de un lado al otro a personal del DIF de Cosamaloapan que graba parte de la entrevista.

Cuando la mamá de Ví­ctor Ricardo se asentó en Cosamaloapan el municipio cuenqueño era gobernado por Homero Arróniz Zorrilla. Un alcalde de bota y sombrero, recordado por los habitantes por pintoresco, que lo mismo fue bautizado en el evangelio por una comunidad religiosa adventista el 19 de agosto del 2012 en el rí­o Papaloapan que acusado de desfalcos millonarios, o bien porque en su cumpleaños (el 24 de septiembre del 2011) arribaron a su casa elementos de la Secretaria de Marina para desarmar policí­as y catear una camioneta Suburban de su propiedad mientras el mariachi amenizaba la comilona.

Con Arróniz Zorrilla se inició el trámite de deportación a México del pequeño Ví­ctor. Pero no fue prioritario, el papeleo en algún momento se detuvo en la pirámide migratoria que incluyen dependencias federales y leyes internacionales, sostuvo Yaneth, y Ví­ctor Ricardo debió pasar sus primeros años aprendiendo inglés con decenas de niños centroamericanos en condiciones similares a las suya: cruzar solos la lí­nea fronteriza y esperar ser reclamados por su familia, su patria o canalizados a procesos de adopción.

Hasta hace seis meses, el caso formaba parte de una agenda bilateral del Instituto Nacional de Migración que informó el 6 de julio pasado -mientras visitábamos al niño que sobrevivió al desierto de Calexico- que de los 52 mil niños y adolescentes inmigrantes que se encuentran retenidos en centros de retención migratoria de Estados Unidos, 11 mil son mexicanos, sin registro certero sobre cuántos son de origen veracruzano o tienen ví­nculos familiares como “Richard”.

LOS NACIDOS EN AMPLIACIÓN LUCERNA

Ví­ctor Ricardo nació en Mexicali. En un hospital general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) ubicado en la Avenida Ulises Irigoyen en la Colonia Nueva. Su primera ropa fueron regalos de amigos de sus papás. Vivian en la Colonia Ampliación Lucerna, una unidad habitacional que colinda con “el border”. Una pared calada internacional donde por encima del laminado esta territorio estadounidense y sirvió para que en segundos Ví­ctor pasará la lí­nea fronteriza con el “coyote” cuya única referencia es su vehí­culo y una cita en la calle Paralelo 28 y Guerrero negro.

Yaneth se rehúsa a hablar del padre del pequeño. Da bosquejos con el paladar tembloroso sobre un posible consumo de drogas que llevó a la muerte a su primer esposo.

-¿De qué murió?

-Fue una sobredosis.

Y el rostro le cambia. Y el llanto congela la plática.

Su cuerpo de 25 años anuncia sobre su piel morena la pesadumbre de una vida instaurada en el abuso y el abandono familiar.

-¿Qué me cuenta sobre los abuelos de Ví­ctor?

-Están en Long Beach, responde.

Hace años no sabe de ellos porque ellos tampoco quieren saber nada. Nuevamente se congela la plática. Hay un rayo de empatí­a que impide seguir escarbando en la historia. La familia de Yaneth sí­ quiere volver a ver a Richard. Quizá tí­os, quizá hermanos, quizá vecinos de la Colonia Revolución donde Yaneth creció hasta que las circunstancias de la vida le fueron quitando los sueños.

Quizá un espasmo que le impide abundar ante extraños palabras que impliquen recordar que Mexicali y Cosamaloapan se parecen porque son tierra de paso de migrantes y donde la violencia cobra vidas todos los dí­as por la delincuencia organizada.

SANGRE DE BAHíA SAN JORGE

A Yaneth sólo le brilla el rostro cuando habla de su hijo, aprieta a su cuerpo a la pequeña Danna Yaneth Solano Aguilar, una bebé de meses de nacida en territorio veracruzano, de ojos grandes, cabello ensortijado, a quien Ví­ctor toma del dedo meñique en el momento que su madre evita llorar recordando sobre un pasado en Mexicali que únicamente le pertenece a ella.

Sostiene que el pequeño Ví­ctor, igual que ella, son sangre de la Bahí­a San Jorge, un remanente de la colonia la Lucerna que le recuerda un poco a Cosamaloapan con sus calles sostenidas por pilares de madera, gente sencilla dedicada al comercio, la venta de pescado y productos piratas, extensas colonias que parecen no tener nombre.

-No se logró una hija más, el embarazo fue interrumpido, no se logró, ella iba a nacer también en Cosamaloapan apenas hace unos meses; pero no se pudo, por algo Dios hace las cosas, ya ves ahora tengo de vuelta a mi Ricardo.

Yaneth viste de negro, pantalón de mezclilla de mucho uso y una bolsa rosa donde carga juguetes para su hijo y utensilios necesarios para la bebé en brazos. Yaneth está en tratamiento psicológico, apenas el 17 de junio fue su última terapia. Se debate entre la felicidad y un presente que después del encuentro con el niño luce incierto a pesar de los apoyos, se debate entre la novedad, el aprendizaje, la posibilidad de volver a Estados Unidos a buscar suerte y una familia que está a tres dí­as de viaje en automóvil hasta Mexicali y La Paz, chiquita; pero paz, de haberle quitado al monstruo migratorio la posibilidad de un nuevo huérfano.


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