El peluquero que contaba historias
•Cada vez que cortaba el pelo reporteaba a los clientes y luego reciclaba la información, confundiendo la realidad con la ficción
•Iba al cine para aprender técnicas narrativas con que sorprender al cliente
Muchos años después Jorge Arias recordaría que su oficio de reportero tenía sus orígenes en el pueblo de su infancia, cuando su padre lo llevara por vez primera con el único peluquero, quien cada vez que le cortaba el pelo le contaba un montón de historias sobre las vidas ajenas, sin respetar edades ni siquiera, vaya, al par de sacerdotes que todos los días rezaban el padrenuestro y oficiaban misa los domingos.
Entonces, se tenía la certeza de que sólo en el molino
Luis Velázquez
de nixtamal, donde se juntaban las señoras a moler su nixtamal para echar tortillas a mano en el comal en la lumbre, unas a otras se intercambiaban los chismes del pueblo.
También se pensaba que en el mercado las mujeres a la hora de comprar los alimentos para el itacate del día representaban el más alto intercambio de información de los chismes de la tarde y noche anterior.
Pero para Jorge Arias el peluquero fue la más alucinante revelación, porque desde las 7 de la mañana cuando abría su changarro hasta las diez de la noche en que la pasaba cortando el pelo a niños, adolescentes, jóvenes y señores maduros y ancianos, a cada uno reporteaba en su vida pública y privada y en la vida de los familiares y vecinos y conocidos.
Así, y con una gran habilidad para contar la historia de los demás, picaba la curiosidad humana narrando alguna confidencia de otros y sin que el cliente en turno lo advirtiera terminaba reporteando al más discreto de los paisanos.
Incluso, a su peluquería llegaba como suscripción el periódico regional y en la espera lo prestaba, cuando él mismo lo había leído antes de iniciar la faena laboral, y con frecuencia solía mezclar y entremezclar la información publicada en el diario con los chismes del pueblo, confundiendo la realidad con la ficción.
El peluquero también era un cinéfilo y nunca, jamás, se perdía las películas de la semana, que solía mirar dos veces para descubrir y redescubrir, según afirmaba, los pequeños grandes detalles que vuelven creíble una historia.
Por eso Jorge Arias pensaba que el peluquero le había encaminado al ejercicio reporteril con una ferviente devoción para seguir la pista a la historia de cada persona y personaje; es más, hasta con una técnica para escribir.
Según se ufanaba, en el cine siempre estaba pendiente de las partes más intensas, culminantes, donde la historia llegaba al momento vertiginoso, porque así, de igual manera, con tales elementos narrativos una historia debía contarse.
Y si el cine, afirmaba, tenía la imagen y el sonido para sorprender al espectador, él como peluquero sólo tenía la palabra para mantener el interés de sus clientes para que lo siguieran prefiriendo.
UNOS CRISANTEMOS PARA EL PELUQUERO DEL PUEBLO
En realidad, decía, fue desarrollando la técnica de contar historias para alimentar la imaginación de los clientes, y más, mucho más, de los niños que de tan inquietos, incapaces de conservar el sosiego por más de cinco minutos, se llevaba hasta una hora cortando el pelo, con lo que sus ingresos disminuían.
Por eso, reporteaba a todos para tener relatos qué contar. Por eso leía el periódico antes de abrir el changarro. Y por eso mismo iba al cine para aprender los secretos de la narración.
Pero también, gracias a aquel peluquero que únicamente estudiara hasta el sexto año de primaria y nada sabía de los clásicos, Jorge Arias fue desarrollando su gusto por el periodismo y antes de concluir la educación básica, ya sabía que su único destino sería contar la historia de cada día.
Lo supo más cuando en Reyes su abuelo le obsequiara la Biblia, el más prodigioso libro de relatos, le dijo, donde ocurren las historias más inverosímiles, como aquella, le decía su abuelo con una sonrisa, cuando Dios creó al mundo en seis días y en el séptimo se puso a descansar, cansado y agotado de aquel esfuerzo descomunal que hasta a Superman hubiera fatigado.
Para entonces, claro, ya había leído cada semana las historias de Superman, Tarzán y El llanero solitario, y creía en la existencia de todos ellos con más certeza que aquel relato donde enojado Dios con Sodoma y Gomorra por haber defraudado su confianza… incendió el par de ciudades.
A veces, en el día mundial de los contadores de historia, viaja al pueblo donde vivió su infancia y lleva una docena de crisantemos blancos a la tumba del peluquero para darle las gracias, porque sin ningún conocimiento de psicología supo descubrir su vocación que le ha permitido ser feliz y estar en paz consigo mismo.