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Reportajes
Jueves 09 mayo, 2013

Turbulencia jarocha


*Desde 1968, ocho gobernadores han pasado por Veracruz y ninguno ha sido desaforado
*Presidente de la República congeló a Hernández Ochoa y comadres lo salvaron
*Seis años de violencia cuando amanecer vivo significaba un milagro y el góber se mantuvo

De 1968 a 2010, y no obstante momentos rí­spidos y conflictivos, duros, adversos, volcánicos, ninguno de los ocho gobernadores de Veracruz fue desaforado, llevado a juicio polí­tico, obligado a pedir licencia, abandonado el cargo por presiones polí­ticas.
Incluso, a pesar de que desde el 68 ha existido peor turbulencia que la enfrentada ahora por Javier Duarte.
Los ocho… terminaron el periodo constitucional, incluso, cuando desde Los Pinos se cortó la comunicación con el palacio principal de Xalapa por el número de muertos en una masacre.
Pero más aún, cuando la conspiración polí­tica en contra del gobernador en turno era fuerte y poderosa.
Todos… resistieron. Operaron, negociaron su permanencia y, de paso, aniquilaron el complot, más que mediático, polí­tico.

Luis Velázquez

1968-1974. Rafael Murillo Vidal gobierna Veracruz. Alfredo Vladimir Bonfil, uno de los consentidos de Luis Echeverrí­a ílvarez, secretario de Gobernación del presidente Gustavo Dí­az Ordaz, es el lí­der de la CNC desde 1970.
En la Cuenca del Papaloapan los cañeros del ingenio San Cristóbal bloquean la factorí­a azucarera. Los dueños se niegan a subir el precio de la gramí­nea. Roque Spinoso Foglia es el lí­der de los productores de caña.
Cientos, miles de productores se plantan en el San Cristóbal. El conflicto toma dimensión nacional. Desde Guerrero, por ejemplo, llega a Carlos A. Carrillo el jefe de la insurgencia guerrillera, Lucio Cabañas, aquel que secuestrara a Rubén Figueroa Figueroa, candidato priista a la gubernatura. Cabañas ofrece auxilio y asesorí­a a través del presbí­tero, Carlos Bonilla Machorro, amigo de Roque Spinoso.
Rafael Murillo Vidal fracasa en el diálogo que lleva el subsecretario de Gobierno, Manuel Carbonell de la Hoz, ligado a Roque Spinoso y su gente.
Entonces, entra el ejército al ingenio y los dirigentes cañeros ingresan al penal de Allende, en el puerto jarocho.
Murillo Vidal padece los dí­as más terribles del sexenio. Alfredo Bonfil, amigo de Roque Spinoso, exige, reclama, su desafuero.
Bonfil (1936-1973) es un polí­tico poderoso ante Echeverrí­a, a quien destapado candidato presidencial, le dice: “A una voz de usted, este paí­s se incendia o se apacigua”.
La prensa defeña pide la renuncia de Murillo Vidal por el pecado de omisión, de negligencia, de contemplación mí­stica en el ejercicio del poder, rebasado por los hechos y las circunstancias, cuando el ingenio San Cristóbal es el más importante del paí­s, pero también del mundo, con una molienda de tres toneladas de caña en una sola zafra.
Alfredo Bonfil, poderoso lí­der de la CNC, se enfrenta al gobernador de Veracruz. Incluso, el choque se agudiza cuando Bonfil busca negociar la libertad de Roque Spinoso un domingo de 1973 en el puerto jarocho, desde donde trepa a un avión con destino a Querétaro para asistir al destape de Antonio Calzada Urquiza como candidato a gobernador.
El avión se desploma a la altura de La Antigua, Veracruz; Bonfil muere el 28 de enero de 1973…Y en el imaginario colectivo siempre quedó la percepción de que se trató de un atentado…desde Veracruz.
No obstante, Murillo Vidal termina el periodo constitucional.
Claro, su candidato a gobernador, Manuel Carbonell de la Hoz, queda en la antesala. Lo tumba Jesús Reyes Heroles, lí­der del CEN del PRI.

LA ESPOSA QUE SALVÓ AL GOBERNADOR…

1974-1980. Rafael Hernández Ochoa gobierna Veracruz. Luis Echeverrí­a es el presidente.
En Martí­nez de la Torre, siete campesinos son asesinados por los sicarios de la familia Arámburo, de Teziutlán, Puebla, dueños de un latifundio. Augusto Gómez Villanueva, secretario de la Reforma Agraria; Celestino Salcedo Monteón, lí­der de la CNC. El dueto calienta, enciende a Echeverrí­a en contra de Hernández Ochoa.
Echeverrí­a congela a Hernández Ochoa. El góber toca la puerta de Los Pinos. Está cerrada. Dí­as, semanas, meses, sin que el presidente escuche, conteste, hable con el gobernador.
Gómez Villanueva y Monteón presionan a Echeverrí­a. Exigen su cabeza. La renuncia. Una licencia.
Para colmo de males, en Tehuipango, en la sierra de Zongolica, los pistoleros de un cacique entran al pueblo, pintada la cara con carbón, paliacate en la boca, y disparan sin ton ni son. Más muertos. Ahora, indí­genas.
Y, no obstante, Hernández Ochoa sobrevive. Su esposa, doña Teresa Peñafiel, es comadre de Marí­a Esther Zuno de Echeverrí­a. Las comadres hablan. Don Rafael concluye el sexenio.

SEIS AÑOS DE VIOLENCIA IMBORRABLE

1980-1986. Agustí­n Silvestre Acosta Lagunes.
Inicia el sexenio con una tragedia. El asesinato de 120 balazos el 25 de noviembre de 1984 de Roque Spinoso Foglia, lí­der nacional de los cañeros, y sus primos, César Spinoso Corral y Sergio Spinoso.
Y lo termina con el homicidio el 26 de julio, 1986, de Demetrio Ruiz Malerva, diputado federal, vocero de Carlos Salinas de Gortari, secretario de Programación y Presupuesto. Luis Donaldo Colosio asiste al sepelio.
“La violencia”, decí­a Acosta Lagunes, “es inevitable. Ni modo”. Tan inevitable que el sexenio transcurre gobernado por “La Sonora Matancera”.
En el sur de Veracruz, el cacique Cirilo Vázquez Lagunes; en la zona conurbada Veracruz-Boca del Rí­o, Felipe “El indio” Lagunes Castillo; en el centro, Toribio “El toro” Gargallo.
En la sierra de Chicontepec, los hermanos Roberto y Justo Cabrera Sahagún; en la montaña de Huayacocotla, Luis Rivera Mendoza.
Todos, caciques con pistoleros. Ellos cogobiernan. La prensa defeña se llena de la ingobernabilidad en Veracruz. Asaltos en despoblado. Crí­menes, bandas delictivas por todos lados.
Acosta Lagunes cambia de secretario General de Gobierno en tres ocasiones. Raúl Lince Medellí­n, Ignacio Morales Lechuga, Felipe Amadeo Flores Espinosa.
Y resiste. En horas difí­ciles, lleno de impaciencia, dueño del poder polí­tico, “en la plenitud del pinche poder”, el mismo Acosta Lagunes llega a las redacciones de periódicos en el DF y pide la renuncia de los corresponsales. Así­ lo hizo en Proceso. Y en La jornada.
Con todo, Veracruz en la turbulencia polí­tica y social, en la inseguridad, el sexenio una pesadilla, termina los seis años.

LA MANO Y EL PUÑO FIRME…

1986-1992. De Fernando Gutiérrez Barrios a Dante Delgado.
Gutiérrez Barrios gobierna Veracruz dos años. El 7 de diciembre de 1986, los pistoleros de Luis Rivera Mendoza, en Huayacocotla, dan el tiro de gracia a una familia: padre, madre y una niña de tres años.
Y don Fernando enví­a a su equipo de seguridad y atrapan a todos derechito al penal de Pacho Viejo.
40 dí­as después detiene al cacique Cirilo Vázquez Lagunes, acusado de posesión de armas de uso exclusivo del ejército, derechito al penal de Allende, en el puerto jarocho.
El cacique Toribio Gargallo pone sus barbas a remojar y huye de Veracruz.
Carlos Salinas de Gortari, que desaforara a 17 gobernadores, lo nombra secretario de Gobernación.
Dante Delgado concluye el sexenio. Meses aquellos cuando en Córdoba el cacique Toribio Gargallo muere en un fuego cruzado con la policí­a. Un sexenio sin sobresaltos canijos.

VARA EN LOS PINOS

1992-1998. Patricio Chirinos Calero pasa el sexenio en Los Pinos. Porfirio Muñoz Ledo le llama “La ardilla”. Miguel íngel Yunes Linares cogobierna Veracruz. El puño por delante. Reprime como tónica polí­tica a lí­deres y reporteros incómodos. Detiene. Encarcela.
Incluso, se va contra los dirigentes campesinos: César del íngel, del Movimiento de los 400 Pueblos, preso en la fortaleza de Perote y en Pacho Viejo. Margarito Montes Parra, de la UGOCP, cooptado.
José Albino Quintero Meraz, preso en Almoloya por delitos contra la salud, alcanza el esplendor en el chirinismo.
Veracruz se incendia. Pero Chirinos tiene vara alta en Los Pinos.

NINGUNO DESAFORADO; TAMPOCO RENUNCIADO…

1998-2004. Miguel Alemán Velasco al relevo. Sexenio sin sobresaltos. Light. Años autistas. Veracruz, sumido en una burbuja.
Ocho gobernadores, con Fidel Herrera, desembarcaron con su equipo en el último dí­a del mandato.
Ninguno fue desaforado; tampoco renunciado…


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