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A Mil por Hora
Sábado 28 marzo, 2015

El Rey Gau y sus Quijotes

Reynaldo Gaudencio Escobar Pérez tiene la más impresionante colección de Quijotes en su despacho jurí­dico y en el hotel de su propiedad que ha inaugurado

Reynaldo Gaudencio Escobar tiene la más impresionante colección de Quijotes y Sanchos Panza en su oficina, la que por su diseño arquitectónico sus amigos polí­ticos llaman la Embajada porque, además, ahí­ se han ventilado y negociado muchas cositas de la administración pública en Veracruz.
Cada año, el Rey Gau, como le llama con cariño Armando Adriano Fabre, director del Instituto de Pensiones, lee “El Quijote de la mancha”, de igual manera como, por

Luis Velázquez

  • Reynaldo Gaudencio Escobar. El Rey Gau

ejemplo, Carlos Fuentes Mací­as y Carlos Monsiváis Aceves leí­an la Biblia una vez cada año.

Así­, mientras el héroe de la historia de Fidel Herrera es Antonio López de Santa Anna, el Rey Gau conoce de memoria y hasta repite páginas completas del libro clásico de la literatura española.

Ahora, acaba de inaugurar su hotel de 42 habitaciones en la ciudad de Xalapa y en cada cuarto ha colocado como emblema, í­cono, sí­mbolo, las figuras de El Quijote.

Incluso, hay habitaciones donde ha instalado hasta tres estatuillas de El Quijote que ha ido coleccionando en su vida, desde cuando era académico en la facultad de Leyes de la Universidad Veracruzana.

Es más, el restaurante de su hotel se llama Dulcinea y el bar El quijote y a una suite le puso de nombre Sancho Panza.

En una suite hay un Quijote arrodillado.

--¿Arrodillado El Quijote? se le pregunta.

--¡Nunca! ¡Él… que buscó los molinos de viento!

--Entonces, ¿por qué está arrodillado?

--Está arrodillado… ante Dulcinea, ofrendándole su amor.

El Rey Gau es un apasionado del buen vivir atrás del molino de viento de todos los seres humanos que es la felicidad.

Por eso, ahora en el retiro de su vida académica y, digamos, polí­tica, hasta donde un polí­tico puede colgar los guantes, ha dado curso a otra de sus vocaciones, como es la interpretación artí­stica, cantando boleros románticos y ha grabado su primer disco, que por ahora reparte entre los amigos.

En la portada, Reynaldo aparece como todo un Rey Gau: trajeado, con un impecable traje a la medida, un puro al mejor estilo de Alberto Vázquez con su cigarro, un vaso jaibolero con un guiskazo, y a un lado el guitarrista. En el fondo, un piano.

La felicidad, plena. El paraí­so terrenal.

De niño, cuando aprendí­a el oficio de zapatero remendón, que era su padre, soñaba con ser botones de un hotel que todas las mañanas miraba en un viejo hotel a su paso al trabajo.

Ahora, y por fortuna, la vida le ha permitido tener su hotel, donde está pensando en habilitarse, en efecto, como un botones, porque, bueno, si tal oficio lo hace feliz, también quisiera experimentar.

Así­ transcurren hoy sus dí­as.

En la Embajada, donde tiene su despacho, la asesorí­a jurí­dica, una de ellas al legendario y mí­tico dirigente campesino, César del Angel, el hombre que luego de haber sido encarcelado por el presidente Luis Echeverrí­a ílvarez y por los gobernadores Patricio Chirinos Calero y Miguel íngel Yunes Linares todo el sexenio, ha conocido por tanto el mundo sórdido de adentro y de afuera de la cárcel y vive, por tanto, en la plenitud.

Vive, pues.

Sin reproches ni temores por el pasado. En paz consigo mismo, lo más importante. Sonriendo a la vida. Preparando su segundo disco como intérprete, como por ejemplo, en su tiempo lo hiciera Alan Garcí­a, el presidente peruano quien cantaba en un bar cada noche en la zona rosa latinoamericana en Parí­s para sobrevivir como estudiante.
Su colección de Quijotes resulta impresionante.

Mí­nimo, en su hotel tiene unos cien Quijotes, más los Quijotes en su oficina, más la colección incalculable de pinturas que en el camino público le obsequiaran pintores de Veracruz.

Digamos que su debilidad quijotesca sólo puede compararse con la impresionante colección de Quijotes que tení­a José Páges Llergo, el legendario reportero que entrevistó a Adolf Hitler en los dí­as de esplendor bélico y que en cada aniversario de la revista Siempre! la dedicaba al hijo literario de Miguel de Cervantes Saavedra para seguir buscando los molinos de viento.


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