Imitar a los héroes de la historia
•Algunas veces a uno le da por copiar los hábitos y costumbres de algunos personajes de la vida pública, toda vez que se está imposibilitado para alcanzar su dimensión estelar
Algunas veces, ahora en la edad geriátrica de su vida, a Jorge Arias le da por copiar los hábitos y costumbres de algunos héroes de la historia y los imita.
Por ejemplo, se acuerda que Lázaro Cárdenas del Río solía comer una tortillita recién echada a mano en el comal con unos granitos de sal, debajo de un árbol, y entonces, también come una tortillita de fábrica; pero con maíz blanco, y mientras la devora y baja con agua se acuerda del presidente.
Luis Velázquez
Otras veces encarna en Plutarco Elías Calles, tan afecto a los médiums, y como se le ha dificultado encontrar un club de médiums en la ciudad, entonces va al mercado popular a que las santeras y las brujas le echen las cartas, mientras otras ocasiones busca alrededor del mercado Hidalgo, en el puerto jarocho, a una preciosa gitana de unos 20 años que lee la mano.
También le ha entrado el síndrome de Miguel Hidalgo quien en las noches en los años de la guerra de Independencia salía de cacería sexual entre la tropa femenina… Ni hablar, igual que los gatos en la madrugada salen en busca del amor rápido y clandestino, también él.
Desde luego, también le ha entrado el síndrome de Emiliano Zapata, que cada noche trepaba en su caballo y se perdía en el camino rural, incluso, hasta en un pueblo vecino, para dormir calientito con alguna compañera campesina.
Nunca, hasta ahora, y por fortuna, se ha sentido posesionado del síndrome del general Victoriano Huerta, “El chacal”, para beberse una botella diaria de whisky, pues desde hace unos 15 años dejó de tomar alcohol, tiempo aquel cuando los males de la próstata se le vinieron encima y goteaba sangre.
No obstante las malas enseñanzas han sido su costumbre y de igual manera copia a Napoleón Bonaparte cuando aquella noche de insomnio en París tomó su automóvil y sin escolta anduvo rodando en las calles, que tanto fascinaron a Ernest Hemingway, y de pronto se topó con una cortesana y juntos amanecieron en un hotel de paso.
Por fortuna, nunca ha caído en la tentación de Pancho Villa (¿y cómo, con qué, en la penuria?) que se casó 29 veces y procreó 28 hijos, uno con cada mujer, menos con la última, que era estéril.
Pero, además, “en la plenitud del pinche poder”, en la última hacienda donde vivió a lado de Luz, la catedral, primero se llevó a un hijo y a otro y a otro de una mujer diferente y Luz lo aceptó, y luego quiso llevarse a otra mujer a vivir bajo el mismo techo y Lucecita se indignó y hasta lo dejó.
NUNCA CAERíA EN EL SUICIDIO
Tampoco ha soñado Jorge Arias con reproducir los hábitos sexuales del general Rafael Leónides Trujillo en la República Dominicana que ejercía el derecho de pernada con las esposas y las hijas de su gabinete y hasta con las mujeres de sus escoltas, uno de los cuales le tendió una celada y lo mató porque le había quitado a su mujer.
En cambio, el ejemplo de José María Morelos ha sido clarificante porque sólo llegó a tener, sacerdote como era, cuatro mujeres con un par de hijos quienes, además, fueron sus compañeros de armas.
Igual que Panchito I. Madero también ha soñado con una sola mujer sin caer en el canto de las sirenas; pero como de hecho y derecho está imposibilitado, entonces, ha copiado en Madero la misma inclinación de Plutarco Elías Calles de comunicarse con sus antepasados a través de los médiums.
Igual que ílvaro Obregón desconfía de todos a su alrededor, pues como dice su profe, el politólogo Carlos Ronzón Verónica, “piensa mal y acertarás”, y por eso cada vez recuerda el día que Obregón se confió al pintor cristero aquel, León Toral, que se le acercó para dibujar su rostro y, de pronto, cuando se lo mostraba en el banquete del restaurante La bombilla sacó la pistola y lo mató.
Y por eso mismo, más desconfiado lo ha vuelto la vida misma, como ocurre en la séptima década, cuando llega a dudarse hasta de la sombra perpetuada en la pared y/o en la calle por los rayos del sol.
Nunca quisiera terminar la vida como Hemingway, quien a las 6 de la mañana de un 2 de julio del año 1961 se levantó de la cama conyugal que compartía con su sexta mujer y caminó al sótano donde estaba su colección de armas y escopetas, tomó una y se pegó un tiro en la boca.
Y es que, bueno, por fortuna y por desgracia, la vida de algunos héroes de la historia, a quienes se admira como a Superman en la infancia y la adolescencia, influye de manera decisiva.
Por eso, de todos ellos mejor se queda con Lázaro Cárdenas, recordando a su madre cuando en el rancho, Cantarranas, solía echar tortillas hacia el mediodía y tomaba una del comal en el brasero, la regaba con sal y la saboreaba como el más grande banquetazo escuchando a los lejos el canto de los gallos anunciando las 12 del día.